Capítulo I

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—¿Y el tercer hermano? ¿También es un pieza?

Es una hermana. Esa de ahí. dijo Carmen, haciendo zoom en la fotografía antes de coger sus cosas e irse en otra dirección. Fina suspiró, viéndola irse en silencio, antes de volver a mirar su móvil, la foto de Marta de la Reina aún abierta en su pantalla.

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Doblar la ropa y colocarla encima de un montón, sin orden ni concierto, para después colgar varias faldas de las perchas de las que se han caído. Ir al probador, recoger las perchas que se han dejado los clientes, buscar las prendas que se corresponden con ellas, comprobar sus etiquetas, colgarlas y después llevarlas a su sección correspondiente. Repetir el proceso en el siguiente probador de su ruta, recogiendo la ropa que se encontrase de camino, responder a un cliente con una respuesta tan genérica como incorrecta. Bajar por las escaleras traseras al piso inferior, doblar más ropa, recoger un pijama infantil de Stitch que se había caído al suelo. Quitar las pelusas de polvo más evidentes pegadas a las camisetas de deporte, doblarlas, ponerlas en el colorido montón de prendas de cuatro euros. Doblar más ropa de camino a los probadores. Recoger las perchas que se han dejado los clientes en los probadores, buscar las prendas que se corresponden con ellas, comprobar sus etiquetas, colgarlas y después llevarlas a su sección correspondiente. Improvisar una respuesta inventada para un cliente alterado que pregunta algo que no sabes, huír antes de que se pueda dar cuenta de tu error. Subir dos pisos, aprovechando que no hay cámaras para descansar diez segundos, repetir el proceso en otro probador. Mirar el reloj, siendo demasiado pronto como para tomarte una pausa— recordar que los turnos están organizados para que no haya pausas. Ser llamada por el pinganillo para que te acerques a ayudar en la caja, bajar tres pisos. Ayudar en cajas, eliminar la larga cola de gente ansiosa por pagar sus artículos de mala calidad. Cerrar la caja, volver a tu lugar de trabajo, doblar el mismo montón de ropa de antes y que un crío ha tirado al suelo. Notar el aliento de su supervisor en la nuca mientras hacen el recuento de cajas, porque siempre te culpan a ti si hay algún error. Suspirar con alivio cuando el recuento cuadra por completo.

Como una canción de pop electrónico español sonando en bucle en su cabeza, la vida de Fina se resumía en el mismo pensamiento: todos los días lo mismo.

Parecía estar atrapada en el tiempo, el día de la marmota repitiéndose de manera infinita sin que hubiera ningún tipo de cambio— mismo uniforme, mismo maquillaje, mismo peinado, mismas zapatillas deportivas. Cada día recorría la gran tienda una y otra vez sin descanso hasta que acababa su turno, cuando por fin las ganas de vivir volvían a su cuerpo. La combinación de metro y tren que tomaba hasta Fuenlabrada se le hacía eterna, muchas veces aún vestida con su uniforme azul y negro para no tener que ducharse en los horribles vestuarios de empleados. No entendía cómo seguir en ese infierno camuflado entre ropa de colores y merchandising de las cosas más infantiles que una se pudiera imaginar. Se había quedado estancada en el peor sitio posible: la tienda Primark de Gran Vía.

Por suerte, sus mejores amigas la acompañaban en su miseria, pues las tres habían sido unidas por la gran cadena irlandesa, compartiendo turnos y desgracias laborales mientras ahorraban para poder subsistir en la capital. Fina suspiró, mirando el reloj de su muñeca de reojo, viendo que tan solo faltaban unos minutos para el fin de su jornada.

Fina, eh oyó que alguien la llamaba, haciendo que se girase con rapidez, sus manos aún en un par de pantalones mal doblados. Claudia se acercaba a ella mientras tiraba de un carro de metal repleto de peluches, sudando a mares por el esfuerzo.— ¿Tú mañana vienes a lo de Carmen? preguntó, pausando un segundo y fingiendo que la ayudaba a doblar camisetas mientras esperaba respuesta.

Y entonces, tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora