Capítulo XXII

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El lugar era extrañamente tosco para lo que Fina había esperado, pues nunca se habría imaginado que la mujer pisaría un lugar como aquél. El Rincón de Chavela estaba escondido en uno de los estrechos callejones cercanos al estudio que conectaban la zona industrial y de discotecas con Villaverde Bajo, un pequeño paraíso lleno de color en medio de tantas naves industriales, almacenes y edificios de cemento anexos a los altos bloques de las afueras de la capital. Ahora que lo pensaba, el estudio de grabación no se encontraba precisamente en la mejor de las zonas, pero tampoco no había muchos lugares en la capital donde encontrar almacenes y edificios tan grandes como para contener los muchos platós que necesitaba la productora. La costurera pensó en la tranquilidad con la que Marta la había llevado por esos callejones, como si se los conociera como la palma de su mano. El bar mexicano estaba situado justo en frente de una discoteca llamada El Palacio Rosa, que Fina no sabía ni que existía, las grandes persianas que tapaban la entrada pintadas de color rosa fucsia con una corona negra dibujada en el centro.

Marta sujetó la puerta para Fina, que la seguía de cerca con su mochila al hombro y la boca completamente abierta al ver el interior. Al contrario que la aparentemente gigante sala de baile, El Rincón de Chavela era un bar de no más o de seis o siete mesas, todas ellas de diferentes colores que se unían al festival de ornamentos maximalistas que conformaban banderines, cuadros, fotografías, dibujos y figuras. El local, tan folklórico pero kitsch, estaba completamente vacío, a excepción de una camarera de piel morena y tatuados brazos que limpiaba los estantes detrás de la barra. No parecía ni estar abierto, pues la joven cantinera aún tenía que reponer las botellas de alcohol vacías que había quitado de la barra. Inmediatamente saturada de la tan recargada decoración, Fina no se fijó en cómo la joven camarera se giraba al oír el sonido de la puerta cerrándose tras ellas, una sonrisa apareciendo en su cara al ver a Marta entrar.

—¡¡Hombre, doña Marta!! —la chica dejó la bayeta con la que limpiaba y se apoyó sobre la madera de la barra, dedicando un evidente interés a la empresaria y su acompañante.— Ya hacía mucho que no te veíamos por aquí, eh. Chabelita y yo ya te echábamos de menos.

—Isabel te va a cerrar el grifo como se entere que la llamas así.

—Sabes que tiene demasiado cariño a mi padre como para hacerlo. —Marta le dedicó una sonrisa y se dirigió a una mesa alta que había en la esquina. La chica la siguió con la mirada, una mirada que hizo que Fina frunciera el ceño a medida que los ojos de la joven se fijaban el trasero de Marta, antes de centrarse en la propia costurera. Fina levantó una ceja, manteniendo el contacto visual hasta que la chica apartó la mirada.— ¿Qué os pongo? ¿Lo de siempre?

—Sí, claro. —Marta asintió, para después girarse hacia la costurera.— Y a Fina...

—Lo mismo, sí. —respondió Fina sin pensarlo mucho, saliendo del pequeño trance en el que había quedado al pensar en la extraña confianza que compartían la camarera y la empresaria. Fina siguió a la mujer con aires distraídos, mirando a su alrededor y fijándose en una pared repleta de fotografías, la mayoría tomadas en el local. No le costó encontrar una en la que apareciera la productora, sonriendo junto a una mujer de edad y estatura similares a los de ella. Fina entornó los ojos, empezando a encontrar las diferencias entre una y otra. Marta tenía rizos rubios oscuro, mientras que la otra mujer tenía el pelo lacio y negro como el azabache. Los ojos de Marta eran azules, los de la mujer eran verdes. Los labios de Marta eran carnosos y estaban sin pintar, los de la mujer finos y maquillados de color rojo oscuro. Fina reparó en que la mujer salía en varias fotografías, muchas junto a la joven camarera y, en algunas ocasiones, un hombre de pelo escaso se unía a ellas. «Supongo que será la madre de la camarera... aunque no se parecen en nada.»

—Fina, ¿estás bien?

—Sí, sí, claro. —La pregunta de la mujer la sacó de sus pensamientos, haciendo que se girase de golpe y buscase a la otra con la mirada. Marta la esperaba ya sentada, con su maletín a un lado de la mesa apoyado contra la pared. Fina se unió a ella rápidamente, tomando asiento en el taburete que había al otro lado de la mesa.— Me había quedado embobada mirando las fotos. Hay un montón.

Y entonces, tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora