Quinta vez

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Juanjo tenía un muy mal presentimiento sobre esa noche.

No sabría decir el por qué, pero de cierta forma sentía que se estaba metiendo en la boca del lobo. Y eso le ponía nervioso.

Apresuró el último trago de su cubata y dejó el vaso sobre la barra, metiéndose nuevamente entre la multitud en busca de sus amigos. No tardó mucho en encontrarlos, ya que a Álvaro lo de ser discreto no le iba mucho y estaba dándolo todo en el centro de la pista. A su alrededor, Bea y Chiara lo animaban a seguir. Un poco más lejos estaba Ruslana, bailando con Martin.

Martin.

No hacían ni dos semanas desde que el vasco volvió de Francia, pero sí era la primera vez que lo veía desde que se fue hace casi un año. Había intentado evitarlo lo máximo posible, asustado de que, si volvía a ver al menor, todo el trabajo que había hecho para olvidarle se iba a ir por la borda. Y es que Juanjo había aprendido a mentirse de manera bastante convincente en su ausencia, llegando incluso a pensar que lo había superado. Cosa que, claramente, era mentira.

Pero tenía razón en una cosa, fue ver a su mejor amigo con un nuevo corte de pelo y un bigote adornando su boca y darse cuenta de que no había superado una mierda. También era verdad que algo había visto por Instagram, pero como estaba demasiado ocupado fingiendo que Martin no existía, no lo procesó hasta tenerlo enfrente.

Y debía admitir que nunca lo había visto tan guapo.

No sabía ni cómo, pero había conseguido no entablar conversación con el menor en todo lo que llevaban de noche, esquivándolo por todos los medios. Ni siquiera le había dado un abrazo de bienvenida, solo un breve saludo acelerado. Sabía que estaba siendo un gilipollas, pero necesitaba tiempo para asimilar todos los sentimientos que habían vuelto de golpe para explotarle en la cara. Aunque no sabía si la palabra volver era la correcta, ya que sus sentimientos no se habían ido a ningún sitio; él se había obligado a reprimirlos.

Contacto cero, mis cojones, pensó mientras se dirigía a Bea.

El maño se centró en bailar junto a sus amigas, pero no podía evitar sentir una mirada sobre su nuca constantemente. No era tan tonto para no saber quién era su dueño, pero igual que llevaba haciendo desde que llegaron a la discoteca, se esforzó en hacerse el loco. Con suerte colaría.

Realmente se sentía la peor persona del mundo.

Cuando se sintió demasiado abrumado por sus propios pensamientos, decidió que era buen momento para salir a fumar. Así que, tras avisar a sus amigos se encaminó hacia la puerta.

Cuando el aire cálido de una noche de finales de junio le chocó contra la cara, por fin se permitió soltar el aire que había estado conteniendo y que empezaba a quemarle dentro de los pulmones. Tal vez debería irse a casa.

Se llevó un cigarrillo a la boca, pero antes de que pudiese encenderlo escuchó una voz a sus espaldas.

"Veo que algunas cosas no han cambiado en mi ausencia."

Mierda.

Mierda, mierda, mierda, mierda.

Juanjo notó todo su cuerpo tensarse. Entonces encendió el cigarro e hizo el esfuerzo de buscar al vasco con la mirada. Ahí estaba él, tan familiar como siempre pero tan lejano al mismo tiempo. Y todo por culpa de Juanjo, él se había alejado.

Era una pena que no hubiese servido para nada, porque ahora mismo su corazón resonaba como un tambor contra su caja torácica; estaba seguro que se le iba a salir en cualquier momento.

"Hay malos hábitos que uno no puede cambiar." Se limitó a contestar, volviendo su vista al frente.

No tuvo que mirarle para saber que el menor se había puesto a su altura, el olor de su perfume llegó a sus fosas nasales. Sintió la necesidad de cerrar los ojos para disfrutar de su aroma después de tanto tiempo, pero no lo hizo. Ya no solo porque podía quedar de rarito con el otro chico, sino también por el bien de su propia salud mental; no podía asegurar que tras inhalar el olor familiar no se echase a llorar ahí mismo. Se contuvo dándole otra calada al cigarro.

Lo fácil que es quererte (y lo difícil que es decírtelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora