Cuarta vez

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Juanjo dejó su mochila de la universidad en el escritorio para luego tirarse en la cama, agotado.

Ya se estaba arrepintiendo de haberse presentando voluntario para organizar la fiesta de Halloween de su facultad. Llevaba todo el día de acá para allá, comprando decoración y llamando a un montón de sitios para contratar el equipo de sonido e iluminación, y sentía que su cerebro estaba frito llegado ese punto. El maño ya tenía experiencia organizando alguna fiesta, pero eran fiestas con un número limitado de personas, no de una facultad entera.

Alguien tendría que haberle dicho que salir a una fiesta universitaria no era igual que organizarla.

Bueno, de hecho, había una persona que se lo hubiese dicho, pero esa persona no estaba ahí con él.

Martin.

El maño había perdido la cuenta de la cantidad de veces que se había encontrado a sí mismo echando de menos al menor durante la última semana.

Hace unos meses, el vasco había cogido un avión a Francia camino a un internado dónde iba a pasarse el siguiente año estudiando. Juanjo todavía recordaba perfectamente el día en el que su mejor amigo le dijo que iba a irse de intercambio a otro país durante un año escolar, y lo mucho que le dolió el pecho al pensar que ya no le iba a ver todos los días.

Y, efectivamente, era una mierda.

Era un hecho que se llamaban casi todos los días, para evitar perder el contacto, pero no era lo mismo. No era lo mismo que sentirle cerca, que ver su sonrisa a diario, que poder abrazarle si le necesitaba, que ver el brillo en sus ojos cada vez que contaba algo que le hacía ilusión... había una interminable lista mental de cosas que Juanjo echaba de menos del menor. Pero era lo único que podía hacer, echarle de menos.

Tampoco era que no se alegrase por él —porque lo hacía­—, pero había pasado veinte años de su vida con Martin presente en prácticamente todos sus recuerdos. Incluso cuando no estaba físicamente junto a él, su mente siempre recurría al vasco inconscientemente. Era como si faltase algo.

Y esa semana estaba siendo un infierno: entre que él estaba ocupado todo el día con la organización de la fiesta y que su mejor amigo estaba de exámenes, apenas podían intercambiar un par de mensajes al día. Llevaba días sin escuchar su voz, siempre tan suave mientras hablaba con ese tono tan pausado tan característico de él. Sintió un nudo en su garganta.

Aún sin levantarse de la cama, tanteó los bolsillos de su pantalón en busca de su móvil. Cuando se hizo con él, no dudó en buscar entre sus contactos el número de Martin y pulsar en icono de la llamada. Hubo un segundo de silencio antes de que Juanjo escuchase los tonos, esperando que el vasco contestase su llamada.

Cógelo, rogó mentalmente.

Sus plegarias fueron escuchadas, porque tan solo dos tonos más tarde, escuchó la voz de menor a través del altavoz. "Juanjo, hola."

Escuchar su voz causó que el mayor soltase el aire que había estado conteniendo inconscientemente.

"Bonsoir, Magtan."

Juanjo se derritió con la risita que se escuchó al otro lado de la línea. "¿Y esta llamada repentina?" Preguntó el vasco.

"Quería hablar, hace días que no lo hacemos." Contestó, fijando la vista en el techo de su habitación.

"Ya, he estado un poco ocupado. Lo siento." Escuchó ruido a través de la llamada, como si el menor se estuviese moviendo. "Hace un par de días murió el abuelo de una de mis amigas de aquí y necesitaba mi apoyo... Entre eso y los exámenes apenas he tenido tiempo para mí mismo." Se excusó.

Lo fácil que es quererte (y lo difícil que es decírtelo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora