Capítulo 6: Lo siento

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[...]

Lo primero que pudo observar fue un pequeño árbol rodeado por cenizas, entonces, se levantó y comenzó a caminar por la playa desierta, mientras el sol se ocultaba.

A lo lejos, vio una figura conocida: era el cocinero, de pie al borde del agua, mirando la puesta de sol. Ella lo sabía, y más por el impulso inefable que sintió de correr hacia él. Pero algo la detuvo...

Tardó lo suyo, pero finalmente decidió acercarse lentamente. Sanji se volvió hacia ella con una sonrisa falsa. Había una tristeza en su mirada que no había visto antes.

Tardó en decir algo, pero finalmente logró articular las palabras.

—Sanji, ¿Qué haces aquí? —preguntó, intentando sonar despreocupada.

Él se volteó y viendo hacia el mar, le respondió.

—Quería verte, Nami. —

La pelirroja sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a mantener su actitud indiferente. Se cruzó de brazos y miró hacia el horizonte.

– ¿Se puede saber por qué? Todos te estamos esperando en el barco. – su voz sonaba fría, más de lo que ella misma hubiese querido.

– Nami, he esperado mucho tiempo para que veas lo que realmente siento por ti. Para que veas lo mucho que me importas. –

La navegante sintió que su corazón se acelera, pero no podía permitir que sus sentimientos salieran de la guarida donde los había resguardado.

– ¿Y qué? Es lo mismo que siempre dices –

Él la miró con una tristeza que llegó hasta su alma.

– No lo sé, Nami. Pero debía de intentarlo, porque, aunque siempre he estado a tu lado, siento que nunca he estado contigo –

De repente, el paisaje cambió. El cielo naranja se tornó oscuro y las olas golpearon la costa con más fuerza. Sanji comenzó a desvanecerse, como si se tratara de una ilusión.

La pelirroja extendió una mano, desesperada.

– ¡Sanji, espera! No te vayas. –

Ya era demasiado tarde...

Él la miró una última vez, sus ojos se llenaron de lágrimas...

– Nami, siempre estaré aquí, pero ya no contigo...–

Tras decirle eso, desapareció, dejándola sola en la playa. La lluvia comenzó a caer, y Nami se dejó caer de rodillas en la arena...

[...]

Despertó...

Seguía en la proa del barco, pero eso no era lo importante, desde ahí podía percibir el aroma de siempre. Se alegró inmensamente de que el cocinero estuviera de vuelta con ella, o bueno, ellos.

Tras ello, se tomó un momento para reflexionar sobre su sueño y mirar hacia el horizonte, cuando pensó que era el momento indicado, decidió dirigirse hacia la cocina, esperando que algo de té pudiese ayudarle a relajarse.

Mientras atravesaba la cubierta, el sonido de cada paso parecía resonar en la quietud del amanecer, como un eco de sus propios pensamientos.

Cuando llegó a la entrada de la cocina, se detuvo para mirar por la pequeña ventana de la puerta. Allí, sentado en la mesa, con una taza de té a medio beber frente a él, estaba Sanji. El verdadero Sanji.

Verlo ahí, la calmó un poco, sentía que al menos estaba bien. Lo pensó, y decidió entrar.

– Sanji... – murmuró, en sus ojos se resaltan el alivio y la tristeza.

El rubio la miró por unos segundos, antes de apartar la vista.

– ¿Qué haces aquí, Nami? – preguntó, su voz fría y distante.

La pelirroja se sintió desconcertada por su tono, pero no se dejó intimidar. Tras suspirar, se acercó lentamente y se sentó frente a él, buscando las palabras adecuadas.

– Solo quería un poco de té. – respondió la navegante con indiferencia, evitando su mirada.

Sanji tomó un sorbo de su té, sin mirarla.

– Hay té caliente en la tetera. – le dijo, su voz era carente de emoción.

Nami se levantó y antes de servirse una taza, dejó aquel papel que aún sostenía en la mesa, esperaba que él lo notara y lo tomara. El silencio entre ambos era insufrible, lleno de palabras nunca dichas y sentimientos reprimidos.

El cocinero dejó la taza sobre la mesa suavemente, pero decidió no prestarle atención al papel por segunda vez.

– ¿Eso es todo por lo que viniste? – preguntó, finalmente mirándola directo a los ojos.

Ella mantuvo su expresión neutral, sin exponer ni un poco sus verdaderos sentimientos.

– Sí, eso es todo. – dijo con voz calmada mientras le daba un sorbo a su té

– Solo quería un poco de té para empezar el día –

Sanji dejó escapar un suspiro, cansado.

– Bien, entonces. Cuídate, Nami. – dijo, mientras se levantaba lentamente.

– Por cierto, la comida está en el horno. –

Nami no respondió de inmediato, simplemente observó cómo Sanji se dirigía hacia la puerta.

– Adiós, Sanji. – dijo finalmente, con un tono desinteresado.

Se quedó sola, con sus pensamientos y el dibujo olvidado en la mesa. Bajó la mirada y vio el papel con su dibujo de Sanji. Era su propia manera de demostrarle cuánto le importaba, pero ahora parecía inútil.

Nami no dejó de pensar en su sueño, tal vez era una revelación, o una mala pasada de su mente.

Cerró los ojos y dejó que sus pensamientos recorrieran cada rincón de su mente. Recordó todas las veces que Sanji había estado allí para ella, protegiéndola sin esperar nada a cambio. Recordó su sonrisa considerada, su dedicación incansable, y la manera en la que siempre parecía entenderla sin necesidad de decirle algo.

Entonces... ¿Por qué siempre actuaba con indiferencia?

La respuesta comenzó a materializarse frente a ella, aunque no quería admitirla.

Tal vez había actuado así porque tenía miedo. Miedo de abrirse, de mostrarle a Sanji cuánto le importa realmente, y de sentirse vulnerable.

¿Sería posible que sus sentimientos por el cocinero fueran más profundos de lo que había querido aceptar?

La idea la asustaba, pero a la vez la llenaba de una extraña calma.

Se dio cuenta de que no podía seguir ignorando lo que su corazón le estaba diciendo. Sanji merecía saber la verdad, y ella, la oportunidad de ser honesta consigo misma.

Tras un suspiro profundo, Nami observó detenidamente el dibujo. Cada trazo, cada detalle, era una manifestación de los sentimientos que había mantenido ocultos. Sus lágrimas cayeron suavemente sobre el papel, desdibujando las líneas y revelando la intensidad de su emoción.

Tras unos minutos intentando calmar su interior, dejó la taza en la mesa y subió a la cubierta, con la esperanza de encontrar algo de aire limpio. Al llegar, vio a Sanji apoyado en la barandilla, su figura solitaria recortada ante la inmensidad del mar.

Quiso acercarse, pero sus pies se detuvieron a unos metros de distancia. No sabía qué decirle, y temía que cualquier intento de acercamiento pudiera empeorar las cosas. Por eso decidió apoyarse en otra sección de la barandilla.

Ambos se quedaron allí, en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. La distancia física entre ellos era mínima, pero la emocional parecía insoportable.

Finalmente, Nami rompió el silencio, su voz tenue se asentó en el viento...

– Lo siento... –

Receta Para Dos (SaNami)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora