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Es media hora la que pasamos en su auto. Hay tantas cosas que tengo por contarle si en realidad quiero que todo esto tome un rumbo, pero me da miedo el rechazo, luego me detengo y pienso que ya estoy más involucrada de lo que me gustaría y que al fin y al cabo, lo que al final de la noche va a saber, es lo mismo del montón, nada real ni transparente.

En el tiempo que estamos encerrados y condenados al tráfico, toma la iniciativa de hablar él. Me cuenta como su vida cambio cuando su padre murió, era un adolescente y el no tener una figura paterna lo convirtió en el mejor bajando los pantalones de cada chica. No esperaba nada diferente de él a decir verdad. Su madre no gastaba tiempo en decirle algo malo por lo que hacía, pero cuando comenzó la universidad, aprendió a abrir los ojos por su cuenta, una pequeña copia de él se metió en los pantalones de su hermanita, la cual, agrego había estudiado medicina.Tuvo suficiente como para enfocarse en su carrera, el resto según él, es como me lo permito imaginar, vida linda, mamá enferma, hermana distanciada, el resto llego solo. Me cuenta cuanto le desagradan los bichos y el helado de vainilla, le teme a las multitudes y encuentra paz en la soledad. No evito reírme con pequeños detalles que agrega, y no puedo estar más de acuerdo con su lista de ciudades que desea conocer.

Su auto entra a un edificio que no tuve tiempo de observar, se detiene cerca del ascensor y me pide que me baje con la caja de sushi, lo hago y lo espero junto al ascensor. Cuando se acerca a mí, veo que trae dos tarros de pintura blanca, iba en serio con el tema de pintar su apartamento.

No hacen falta las palabras, tomamos el ascensor y marca el último piso. Hay dos puertas y él sigue a la derecha, abre la puerta y me deja entrar. Dios mío.

Todo es tan grande para él solo, hay un espacio amplio que hace eco a la cascada detrás del puente del segundo piso, hay una cocina a la derecha que es del tamaño de todo mi apartamento, a mi izquierda hay un vitral que conecta a una piscina y enseña una vista inigualable de Manhattan.

-Prometo mostrarte lo mejor cuando acabemos –susurra Theodoro en mi oído, y besa mi mejilla para entrar en el salón amplio.

Sigo sus pasos y no puedo dejar de pensar en algo mejor a esto. Sobre la piscina hay un vitral que da a una habitación, es un apartamento realmente bonito. Volteo a ver a Theodoro pero está dentro de una puerta cerca de la cocina, sale con telas blancas en sus manos.

-Tienes buen gusto –él se ríe y dejo al caja de sushi al lado de la pintura.

-Lo compre la semana pasada y bueno, me gusta el blanco no el hueso -señala las únicas paredes que necesitan de pintura, asiento –hay un baño en la cascada a la derecha.

Me arroja una tela pesada blanca y la atrapo, dejo mi bolso con las demás cosas y me dirijo al baño. Me quito el vestido y los zapatos, es una camiseta y un overol, ambos me quedan gigantes, sin duda lo había comprado para él. Me miro en el espejo y me sujeto el cabello, doblo mi vestido y dejo el baño. Él tiene un pantalón gris y una camiseta blanca como la mía, bueno la de él.

-¿Has pintado antes?

-No, suelo vivir en lugares ya pintados a mi gusto.

Él rueda sus ojos y no evito reírme.

-Te queda bien.

-Eres un terrible mentiroso.

Theodoro me entrega las brochas y acerca la pintura a la pared, toma una de las brochas la llena de pintura y comienza su trabajo, sin perder tiempo lo sigo, es divertido.

Salpico a Theodoro más de lo que me gustaría, pero a él parece no molestarle, no soy una gran artista, pero se vive con lo que se hace. Cuando terminamos, tengo su pantalón gris ya empapado de pintura blanca, que él, sin dejar lugar a dudas, llena su brocha y me la pasa por toda la mejilla bajando por el cuello y llenando de pintura su ropa.

PsychoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora