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𝐄l aire caliente de junio pasó a tu lado y pinchó tu piel bastante mimada. Sentiste una gota de sudor correr por tu sien mientras hacías una mueca y protegías tu rostro del sol, los rayos ahora atacaban la piel de tu brazo. Se te escapó un gruñido cuando ordenaste que tus pies, calzados con unos zapatos de tacón brillantes, avanzaran hacia el enorme granero de tu granja familiar. Una serie de maldiciones de disgusto salieron de tu boca cuando el olor a estiércol y heno llegó a tus fosas nasales desde la gigantesca caja de madera roja que literalmente irradiaba un calor apestoso.
Tus pies se detuvieron justo afuera de las pesadas puertas dobles y tuviste que respirar profundamente para prepararte antes de entrar. Tus rasgos se arrugaron con desdén mientras intentabas contener la respiración, agarrando la fría jarra y el vaso que sostenías con más fuerza mientras te deslizabas dentro antes de que el peso de la puerta hiciera que se cerrara por sí sola. Apretando la mandíbula para concentrarse en la tarea que tenía entre manos, caminó lentamente hacia adelante y se concentró en su respiración para asegurarse de no inhalar nada de la porquería del granero.
