Día 2: Cola / escamas | SatoSugu

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Cuando Suguru alcanzó la madurez sexual como sirena, fue pretendido por atractivos candidatos en las profundidades del océano. Poseía una vistosa cola negra con escamas brillantes que contrastaba gratamente con su largo cabello. Solía hacer largos recorridos hacia los arrecifes de coral para encontrar pequeñas conchas y cristales marinos con la finalidad de decorar su sedosa melena y llamar así la atención de un posible compañero. Lamentablemente, una tragedia inesperada llegó a su vida: al ser atacado por una orca hambrienta, le arrancó parte de la aleta lateral derecha, impidiéndole moverse con rapidez. Geto creyó que iba a morir, pero un grupo de jóvenes tritones lograron salvarlo de las fauces del rabioso animal.

Pasaron varios días en los que Suguru permaneció inconsciente. Sus heridas eran prácticamente mortales, pero la mayor preocupación era si podría volver a nadar, ya que la aleta lateral que perdió le proporcionaba estabilidad bajo el agua. Una mañana, Geto despertó sintiendo un intenso dolor que no podía describir. Sus padres tuvieron que sostenerlo para evitar que se lastimara, porque había caído en un brote psicótico, intentando arrancar las vendas que cubrían parte de su cola. La sirena lloró desgarradoramente al percatarse de que jamás sería el mismo. Durante meses, nadie supo del moreno, ya que decidió encerrarse en sus aposentos sin querer socializar.

Desde aquel fatídico incidente, un tritón de nombre Gojo Satoru visitaba el refugio de Suguru todos los días. Al liderar el grupo que había salvado al joven, sentía una responsabilidad hacia él, pero cada vez que intentaba acercarse, se encontraba con la negativa del moreno, quien parecía rechazar cualquier acercamiento. Sin embargo, el albino no pensaba rendirse, porque independientemente de las circunstancias, se aferró a ganarse su confianza. El atractivo hombre les dejaba obsequios a los padres de Geto como muestra de respeto. Los regalos los seleccionaba con cuidado, intentando transmitir su afecto e interés, creyendo que en algún momento la preciosa criatura le daría una oportunidad.

—¡Déjame en paz, Gojo! —gritó furioso el moreno al ver la silueta de Satoru acercarse a su hogar—. ¡No entiendo por qué tienes que venir todos los malditos días a molestarme!

—No fue mi intención hacerte enojar —inició el albino, sorprendido por las expresiones iracundas de la sirena—. Solo quería saber cómo sigues.

—¡Me siento genial sin tener una aleta! —respondió irónico Suguru, frunciendo el ceño—. ¡No puedo ocultar mi felicidad de permanecer exiliado para evitar las miradas llenas de lástima como la tuya!

Satoru guardó silencio. Qué podía decir al notar la evidente frustración de Suguru. Dentro del reino marino era natural que las sirenas, sin hacer énfasis en su género, fueran halagadas por sus habilidades de canto, el don de concebir vida y, sobre todo, su belleza. Los colores llamativos de sus colas era uno de sus principales atractivos; no solía verse una tonalidad imponente como el ébano, y al perder una aleta, en el caso de Geto, irrumpía el marcado estándar. Por esa razón, él decidió aislarse. Prácticamente le carcomía recibir miradas llenas de pena. Incluso su círculo más cercano optó por abandonarlo para evitar habladurías.

—Es cierto que jamás entenderé por lo que estás pasando, pero puedo darme una idea de tu tristeza —dijo Satoru, acercándose con cautela al desolado muchacho—. Aún puedes nadar, y estaré contigo cuando necesites que tome tu mano para acompañarte.

—Nunca debiste haberme salvado —murmuró Geto, bajando el tono de voz—. No soporto que me vean con compasión. Ni siquiera tengo control para nadar porque perdí el equilibrio.

Siendo tan impulsivo, el albino abrazó a Suguru sin importar que este forcejeara para apartarlo. Lo sostuvo entre sus fuertes brazos hasta que el moreno finalmente se quebró, llorando de forma desconsolada. Se aferró al tritón y, por primera vez desde su desgracia, Geto se sintió reconfortado. No era que el apoyo de sus padres no tuviera un valor significativo, pero Satoru le brindaba una calidez que nunca había imaginado tener. Quizás admiraba su perseverancia al visitarlo todos los días, aunque se negara a recibirlo, o la necesidad de contar con el soporte de alguien ajeno a su familia que se preocupaba por él.

Con el paso del tiempo, Suguru fue abriéndose con el tritón hasta que se ganó su entera confianza. Gojo se encargó de guiar a la sirena; recorrían las profundidades de los mares, aumentando las distancias cada día para que Geto se adaptara a su condición. Aprendió a confiar en sus propias habilidades y a ignorar los comentarios molestos del resto con una nueva actitud. A medida que su vínculo se fortalecía, los sentimientos empezaron a surgir, enamorándose de Satoru y siendo también correspondido.

—Encontré estas perlas para ti, Suguru —anunció el tritón, entregándole a su compañero un collar—. ¡Te verás hermoso!

—Si es así, entonces debo usarlo —contestó Suguru, apartando su larga melena para que Gojo colocara la joya en su cuello—. Te agradezco por estar conmigo, Satoru.

El tritón esbozó una gran sonrisa cuando recibió el beso de su ahora pareja en los labios. Satoru se había prometido a sí mismo que hasta el día de su muerte se encargaría de hacer feliz a Suguru, su verdadero amor.

Notas de la autora:

He visto que algunas personas agregaron este libro en sus listas de lectura que dice SasuNaru, recuerden que avisé en el resumen de este fic que haría de varias parejas que me gustan de distintos fandoms para este reto.

Gracias por leer y a los que comentan.

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