Dos años después
—¡No! —grito después de pasar la página del libro que estoy leyendo para encontrar la siguiente en blanco, excepto por la palabra Continuará…
Por un momento, me quedo mirando el papel con los ojos y la boca abiertos, una parte de mí esperando que aparezcan más palabras por arte de
magia, como los detalles de una foto Polaroid expuesta a la luz y al aire. Cuando no lo hacen, acepto mi derrota con un suspiro. Cierro el libro y lo
abrazo contra mi pecho mientras me hundo en el montón de almohadas de
mi cama. No puedo creer que el autor haya terminado el libro así, con la revelación de un secreto impactante que nunca vi venir y que ahora lo cambia todo. Ni siquiera sé cómo van a acabar los protagonistas juntos
ahora, y se me romperá el corazón si no lo hacen. Es tan mezquino. Y sin embargo, tengo que admitir que también es pura genialidad. Es como cuando estás viendo una película y odias al villano, pero luego también
estás maravillado con el actor porque ha interpretado tan bien su papel que te ha hecho odiarlo tanto. De esta manera, definitivamente voy a comprar el próximo libro cuando salga. De hecho, estoy deseando devorarlo. ¿Cuándo saldrá? Me conecto a mi portátil para comprobarlo. ¿El año que viene? ¿Tengo que esperar tanto? Esto es una tortura.
Me permito dejar que mi frustración se cocine a fuego lento durante un minuto. Si tuviera a alguien con quien hablar de este libro, probablemente me sentiría mejor más rápido, pero no lo tengo. Es triste, de verdad. Lo
único más triste que terminar un libro es no tener a nadie con quien discutirlo. Para eso se inventaron los clubes de lectura. ¿Pero qué puedo hacer? Dejé a mis pocos amigos en Seattle y no he hecho ninguno nuevo.
Bueno, hay algunas personas de la empresa con las que almuerzo, pero no he tenido la oportunidad de salir con ellas después del trabajo. Mejor dicho, no he tenido tiempo. Normalmente tengo que quedarme en la oficina hasta
altas horas de la noche. Incluso cuando no lo hago, estoy al teléfono o al ordenador o al lado de Namjoon casi cada minuto del día, intentando estar al
tanto de todo sin perder la cordura ni la compostura. Cuando llego a casa, estoy tan agotado que me voy directamente a la cama. Excepto los viernes por la noche, como hoy. Saber que tengo dos días para descansar me da un
impulso extra de energía para poder quedarme despierto y leer un libro.
Lástima que haya terminado este antes de las diez. Mientras coloco el libro en la mesita de noche, mis ojos se posan en la
foto familiar del marco rojo: mi padre, mi madre y yo después de haber interpretado a un hada en una obra de teatro del colegio. Días felices. Recojo el marco y lo pongo sobre mi regazo.
Los echo de menos. Al crecer, sabía que los perdería a una edad temprana, pues ya eran mayores cuando me tuvieron. Mi madre tenía treinta y siete años, mi padre cuarenta y dos. Ellos también lo sabían, así que
hicieron todo lo posible para prepararme, para asegurarse de que pudiera valerme por mí mismo cuando sucediera. Podía hacerlo. Lo hice. Pero no estaba listo.
Desearía que todavía estuvieran aquí. Ojalá pudiera volver a oír la risa de mi padre, nunca olvidaré cómo se escuchaba. Le encantaba hacer chistes
y siempre era el primero en reírse de ellos. Me gustaría poder tener más de la cocina de mi madre. Le gustaba la repostería: tartas, pasta, albóndigas. Me las traía a mi habitación cuando tenía que quedarme estudiando hasta
tarde o cuando sabía que había tenido un mal día. Más que nada, me gustaría que siguieran aquí para poder hablar con ellos, para poder contarles todo sobre el trabajo y escuchar sus consejos y aliento, o simplemente hablar con ellos de cualquier cosa y no sentirme tan solo en noches como esta.
Sé que estoy solo, y la mayor parte del tiempo, estoy bien. Pero hay algo en el silencio y las sombras de la noche que convierte mi soledad en un
cuchillo afilado que me apuñala en las tripas. Vuelvo a colocar el cuadro en la mesita de noche con un nudo en la garganta. Entonces veo el diario encuadernado en cuero. Mi diario.
Llevo uno desde que era un niño. No escribo en él todos los días, normalmente solo cuando tengo ideas sobre las que quiero reflexionar, experiencias que quiero recordar, pensamientos que necesito procesar o emociones que preciso poner en palabras para poder darles sentido y tomar el control de ellas. Como ahora. Cojo el diario, le quito la correa y encuentro una página en blanco. Luego tomo el bolígrafo de mi cajón y empiezo a escribir.
En noches como esta, es difícil respirar a través del aire de soledad que llena mi oscura habitación. Es casi como niebla o humo. En noches como esta, desearía estar en cualquier otro lugar que no fuera mi apartamento. Tal vez en una ciudad costera griega, o en París, o en un encantador pueblo escocés. En noches como esta, desearía tener a alguien. Alguien que me rodeara con sus brazos y me dijera que todo estará bien.
Quisiera tener a alguien que pudiera decir que es mío. Un niño. Un hijo o una hija a quien llevar en brazos y apretar contra mi corazón, de quien su frente pueda besar, con cuyos diminutos dedos pueda envolver uno de los
míos. No estoy seguro de que vaya a ser un buen padre, pero sé que voy a amar a la personita que salga de mi cuerpo como nunca he amado antes. Juntos, conquistaremos el mundo.
Y quizá también un hombre que me pertenezca. Un amante que me haga compañía en mi cama. Un buen hombre que mantenga las sombras a raya hasta la mañana, que me toque de todas las formas mágicas en que un doncel desea ser tocado. Que me inmovilice las manos por encima de la cabeza y exija mi rendición con su boca, reclamando mis labios y adorando mis pezones. Con sus dedos, hará que me derrita, pulsando el botón secreto que transforma mi excitación en éxtasis.
Dejo de escribir cuando el calor fluye desde las yemas de los dedos de mis manos hasta los dedos de los pies, convirtiéndose en dolor cuando llena mis pechos y luego avanza poco a poco hasta instalarse entre mis piernas. No puedo ignorarlo.
Dejo la pluma y el diario. Luego cierro los ojos y me recuesto.
Levanto el dobladillo de mi camisola hasta las axilas. Lo atrapo entre los dientes antes de empujar mis boxers hasta las rodillas.
Deslizo la mano entre las piernas. Mis dedos buscan miembro y lo encuentran en cuestión de segundos. Mientras lo acaricio, me toco el pecho con la otra mano. Pellizco suavemente el pezón y empiezo a frotarlo.
Con las manos ya ubicadas, dejo volar mi imaginación. Nunca he tenido sexo. Nunca he tenido tiempo para el romance, salvo aquel que tuve en la secundaria que, por suerte, no llegó a ser físico, porque ese tipo era un
imbécil. Así que simplemente conjuro los actos sexuales que recuerdo de los libros que he leído, fingiendo que soy el heroe. Pienso en el libro que acabo de leer, en la escena del huerto. Imagino que estoy tumbado sobre mi capa en la hierba, el héroe encima de mí con sus ojos de ébano mirándome.
Se supone que es pelirrojo, como todos los miembros de su familia, y que tiene una cicatriz en la mejilla, pero no consigo imaginar su rostro. Siento que mi deseo se desvanece.
No. Piensa en un hombre. Cualquier hombre. Cualquier hombre con ojos penetrantes y una estructura facial que a cualquier artista le encantaría
capturar. Un hombre con un cuerpo en perfecta forma envuelto en un traje, que exuda testosterona y poder.
De repente, me viene a la mente Namjoon. Sus ojos negros como el carbón. Su pelo azabache. Su línea de la mandíbula a la que nunca cubre la barba y
que parece especialmente definida cuando se le mira de lado o cuando está pensando y tiene las manos apoyando la barbilla. Sus finos labios que
apenas sonríen pero que, cuando lo hacen, resaltan las adorables líneas de sus ojos.
Me besa con esos labios. Coloco mis manos en sus mejillas y tiro de su cara hacia abajo. Me agarra de las muñecas y las sujeta por encima de mi cabeza mientras su lengua somete a la mía. Sus dedos me acarician el pezón y el glande al mismo tiempo y los gemidos salen de mi garganta, solo para ser amortiguados por su hábil boca.
Esa boca desciende sobre mi pecho y el calor se extiende por mi espalda. Su mano se mueve más rápido, tocando mi cuerpo. Estoy empapado. Respiro entrecortadamente. Mis caderas se levantan de la cama y los dedos de los pies se retuercen en el colchón. Llega la ola de placer. Me hace temblar todo el cuerpo y me deja sin aliento. Echo la cabeza hacia atrás y suelto un grito mientras saboreo la altura de esa ola. Cuando pasa, dejo caer las caderas y enderezo las piernas.
Me tomo un momento para recuperar el aliento antes de volver a acomodarme la ropa. Luego apoyo las manos en mi pecho mientras miro al techo.
Cuando mi mente se aclara, la consternación y el remordimiento me devuelven a la realidad.
¿Qué demonios, Jin? ¿Masturbándote con tu jefe? No está bien.Me doy una palmada en la frente. Sé que me sentía solo, pero eso no es excusa para hacer lo que acabo de hacer. Namjoon es mi jefe. Claro, puede que sea el jefe más sexy del mundo, y mentiría si dijera que no lo encuentro atractivo. De hecho, he estado enamorado de él durante los últimos dos años, desde el momento en que vi su foto en la página web de la empresa justo después de ser contratado. ¿Y cuando nos conocimos en la piscina de
la casa de su padre? Mis rodillas se debilitaron tanto que casi me caí al agua.
Pero es mi jefe. Es el director general de una empresa que está en la lista Fortune 500 y uno de los hombres más ricos del país, y yo solo soy un asistente que ni siquiera puede permitirse viajar. Puede que esté siempre a su lado, pero somos mundos aparte. Luego están las reglas, por supuesto. Como jefe y empleado, hay una línea entre nosotros que no se puede cruzar en absoluto. No hay manera de que tengamos sexo.
Tendré que conformarme con llevarle el café, responder a sus llamadas y poner papeles sobre su mesa. Y las charlas que a veces tenemos después del
trabajo.
La verdad es que las espero con impaciencia. Son mi parte favorita de la semana, la razón por la que suelo quedarme en la oficina incluso después de
que los demás se hayan ido a casa. Las conversaciones jamás duran más de cinco minutos y nunca hablamos de nada importante, pero en esos cinco
minutos parecemos amigos en lugar de jefe y asistente.
Sé que eso es lo máximo a lo que puedo aspirar, y últimamente ni siquiera lo consigo. Quizá por eso he empezado a fantasear con él. Tal vez solo lo extraño. Ha estado tan ocupado con la más reciente y mayor adquisición de la empresa, una firma financiera de Suiza, que ha estado asistiendo a más reuniones y quedándose en la oficina más tarde que nunca. Creo que a veces duerme allí. Incluso irá pronto a Suiza para ultimar
algunos detalles.
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Sueño y Legado (Namjin) 🍼💜
FanficNunca pensé que el hombre con el que trabajaba sería quien me daría lo que más anhelaba, pero esta situación es inusual, hay un contrato de por medio.... Sin amor, sin sentimientos, todo por un buen común... Mi sueño y su legado. Adaptación sin fine...