El detective Jeon y el agente Park

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Regresamos al despacho y envíe todas las fotos a Relaciones Públicas,
todas las que nos habíamos sacado con los departamentos menos con el
suyo; una pequeña venganza personal que, esperaba, el señor Jung no
pasaría por alto. Después asistimos a la entrega del premio a los mejores
disfrazados, que fue el departamento de Informática y sus superhéroes, y
el detective Jeon les entregó en persona un pequeño trofeo. regresamos al despacho para recoger la gabardina y nos fuimos. Todavía faltaba hora y media para el final de la jornada, pero el detective Jeon ya estaba cansado de toda aquella celebración de prescolar, aunque yo sabía que, en cuanto nos fuéramos, la verdadera fiesta daría comienzo.

—Fuimos los mejores con diferencia —me dijo en el coche, con una ligera
sonrisa de satisfacción mientras se abría de piernas y alargaba los brazos
por el respaldo—. Bien hecho, agente Park.

—Le dije que lo seríamos, detective —le recordé sin apartar la mirada del
móvil.
Estaba empezando a recibir unos raros mensajes al número privado del
detective Jeon, con frases extrañas. Cuando recibí una imagen de una
mujer disfrazada de lo que se suponía que era un hada completamente
desnuda, lo entendí.

—Detective —le llamé—, al parecer le están enviando mensajes y fotos de
una fiesta con gente desnuda, pero no ha recibido ninguna invitación.

—Es la fiesta de disfraces de Mingyu y sus amigos —me explicó antes de
inclinarse a un lado para pulsar el botón de comunicador—. Iremos a echar un vistazo.
Bajé el móvil y le dediqué una mirada seria al detective.—Siempre hay muchas putas y cocaína —continuó, ignorando por completo mi mirada.

—Mis dos cosas favoritas —murmuré con un tono frío.

—Allí también hay un premio al mejor disfraz, dos putas te hacen una
mamada a la vez.

—¿Y quiere ganar, detective Jeon? —le pregunté.

—Vamos a ganar —me aseguró.
Quise decir algo más, pero me detuve y dejé el móvil a un lado del
asiento. Aquel era Jungkook, su vida y sus gustos, yo lo sabía y sabía que no
iba a cambiar. El único culpable de creer lo contrario era yo, porque solo
los gilipollas se enamoraban de él.
Así que me recosté en el asiento y miré las luces nocturnas de la ciudad a
través del cristal ahumado, todo parecía gris y oscuro desde aquel coche.

—Casi todos son heteros, pero las mujeres allí meten mucho la mano. No
dejes que te toque nadie y no te apartes de mi lado —ordenó.

—Cuando gane y reciba el premio, me iré al coche y lo esperaré allí —le
advertí.
Una cosa era que supiera lo que hacía, y otra muy diferente era estar allí para verlo. Mi plan de sentir absoluta indiferencia no estaba funcionando
como yo quería, y empezaba a sentir un vacío en el pecho. ¿Por qué no era
capaz de dejarlo pasar?, ¿por qué no era capaz de olvidarlo?
El detective Jeon se quedó mirándome en silencio. Quizá no le gustara la
idea de que me fuera mientras dos prostitutas le hacían una mamada a la
vez, pero ya podía gritar y enfadarse todo lo que quisiera, porque yo no
iba a estar allí.
Tras unos largos diecisiete minutos inmersos en un tráfico que parecía no
avanzar nunca, llegamos a la puerta de un club nocturno. Uno que parecía
bastante elitista y que no aceptaba a gente de las afueras de la isla del
centro. Dos porteros nos vieron salir de las puertas y se removieron un
poco nerviosos antes de pulsar el comunicador que tenían en la oreja para
dar algún tipo de alerta a los de dentro.

—Jeon Jungkook —le dijo el detective cuando nos detuvimos frente a ellos.
Miraron nuestras placas de pega y nuestras armas de juguete en las
fundas de verdad y después de vuelta a nuestros ojos. Uno de ellos cogió
una placa de metal dorado con una lista encima y revisó los nombres.
Debió encontrarlo porque entonces me señaló a mí.

El asistente del jefe (Kookmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora