Confesiones en la Tormenta

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La noche en Storybrooke estaba envuelta en una tormenta furiosa. Las ráfagas de viento aullaban entre los árboles, y la lluvia caía en torrentes sobre las calles desiertas. Los truenos retumbaban en el cielo como gigantescas bestias rugiendo, y los relámpagos iluminaban la ciudad intermitentemente, bañando todo en un resplandor fantasmagórico. Las sombras danzaban y se alargaban en las paredes de las casas, creando un escenario inquietante que reflejaba la intensidad de la situación que se desarrollaba en el interior de una de ellas.

En medio de la tormenta, Emma Swan se encontraba en la casa de Regina Mills, su rostro endurecido por la determinación. La relación entre ambas había sido una montaña rusa de emociones desde que Emma llegó a Storybrooke, y esta noche parecía destinada a ser uno de esos momentos críticos que definirían su vínculo para siempre. Ambas mujeres habían estado discutiendo acaloradamente desde que Emma llegó, y la tensión en el aire era palpable, casi eléctrica, como si la tormenta exterior se hubiera trasladado a la sala de estar de Regina.

El conflicto había comenzado más temprano ese día, cuando Emma descubrió que Regina estaba planeando enfrentarse sola a una nueva amenaza que había llegado a Storybrooke. Un poderoso hechicero había aparecido, buscando venganza por viejas rencillas con la Reina Malvada, el oscuro pasado de Regina. Aunque Regina había cambiado, sus antiguos enemigos no parecían dispuestos a olvidar ni a perdonar.

Emma, al enterarse del peligro inminente, había acudido de inmediato a la casa de Regina, con la intención de ofrecer su ayuda y apoyo. Sin embargo, su preocupación y deseo de proteger a Regina fueron recibidos con resistencia y hostilidad.

—¡No tienes derecho a decirme cómo manejar mi vida, Emma! —gritó Regina, sus ojos chispeando de furia. Su cabello oscuro estaba ligeramente desordenado, y su postura mostraba la mezcla de orgullo y vulnerabilidad que siempre la había caracterizado.

Emma apretó los puños, tratando de mantener la calma. Su chaqueta de cuero estaba empapada, pero ella apenas lo notaba, perdida en la intensidad del momento.

—Regina, solo intento ayudarte. ¡No puedes seguir cargando todo el peso tú sola! —respondió Emma con firmeza, sus ojos verdes brillando con una mezcla de preocupación y determinación.

Regina, con su habitual determinación y ferocidad, no se dejó conmover fácilmente.

—¡No necesito tu ayuda! —espetó Regina, dando un paso hacia Emma—. ¡Siempre vienes aquí creyendo que puedes salvar a todos, pero solo empeoras las cosas!

Las palabras de Regina fueron como un golpe en el estómago para Emma, quien sintió una punzada de dolor, pero no se dejó intimidar. Su relación con Regina había pasado por demasiadas pruebas como para retroceder ahora.

—¡Eso no es justo, Regina! He estado aquí para ti en los peores momentos. ¡Soy tu amiga! —dijo Emma, su voz teñida de frustración y genuino cariño.

Regina soltó una risa amarga, una carcajada sin alegría que resonó en la habitación.

—¿Amiga? ¿Es eso lo que eres, Emma? Porque a veces parece que solo estás aquí para recordarme mis fallos y empeorar mi vida.

Emma dio un paso adelante, sus ojos fijos en los de Regina, intentando romper la barrera emocional que la alcaldesa había erigido a su alrededor.

—¡Eso no es cierto! Siempre he estado aquí para apoyarte, para ayudarte a superar tus miedos. ¿Por qué es tan difícil para ti aceptar eso?

Regina se acercó, sus rostros a solo centímetros de distancia. El aire entre ellas estaba cargado de una tensión palpable, mezcla de años de conflictos y momentos de conexión profunda.

—¿Por qué es tan difícil para ti entender que no quiero tu ayuda? ¡No quiero tu lástima, Emma! —gritó Regina, su voz quebrándose ligeramente, revelando el dolor que se escondía detrás de su ira.

La furia de Emma finalmente estalló. Era una mezcla de frustración, impotencia y algo más profundo que ni siquiera ella había querido admitir hasta ahora.

—¡No es lástima, Regina! ¡Es porque me importas! —exclamó Emma, sus palabras saliendo con una intensidad que sorprendió a ambas.

Regina parpadeó, sorprendida por la vehemencia de Emma. Pero en lugar de suavizarse, su rabia se intensificó, sus emociones finalmente desbordándose.

—¿Sabes por qué no quiero tu ayuda, Emma? —gritó Regina, su voz temblando de emoción—. Porque cada vez que estás cerca, me recuerdas lo que no puedo tener. ¡Cada vez que te veo, siento cosas que no debería sentir!

Emma frunció el ceño, confusa y preocupada.

—¿De qué estás hablando, Regina?

Regina dio un paso atrás, su respiración agitada. Parecía estar luchando consigo misma, pero finalmente, las palabras salieron a borbotones, como si ya no pudiera contenerlas más.

—¡Te odio porque te amo, Emma! —soltó Regina, su voz llena de desesperación y rabia—. ¡Te odio porque cada vez que te veo, quiero estar contigo de una manera que no debería querer!

El silencio que siguió a la confesión de Regina fue ensordecedor. Emma se quedó inmóvil, procesando lo que acababa de escuchar. Finalmente, dio un paso hacia Regina, su expresión suavizándose con una comprensión que iba más allá de las palabras.

—Regina... yo...

Pero Regina levantó una mano, deteniéndola.

—No. No digas nada, Emma. No puedes entender lo que es sentir esto. He pasado toda mi vida construyendo muros, protegiéndome de los sentimientos. Y ahora, tú vienes y derrumbas esos muros, y no sé cómo manejarlo.

Emma sintió una oleada de compasión y amor por Regina. Dio otro paso adelante, acercándose más, su corazón latiendo con fuerza.

—Regina, no tienes que manejarlo sola. No tienes que construir más muros. Déjame estar ahí para ti. Déjame amarte.

Regina negó con la cabeza, lágrimas comenzando a rodar por sus mejillas. Su fortaleza parecía desmoronarse ante la sinceridad de Emma.

—No puedo, Emma. No sé cómo.

Emma levantó una mano y la colocó suavemente en la mejilla de Regina, limpiando las lágrimas con el pulgar.

—No tienes que saber cómo, Regina. Solo tienes que estar dispuesta a intentarlo. Juntas.

Regina cerró los ojos, dejándose llevar por el toque de Emma. Después de un momento, abrió los ojos y asintió lentamente, como si finalmente hubiera encontrado la fuerza para enfrentarse a sus propios sentimientos.

—Está bien. Lo intentaré. Pero no prometo que será fácil.

Emma sonrió, sintiendo una oleada de esperanza. La tormenta afuera parecía amainar, como si el universo mismo estuviera de acuerdo en que era el momento de un nuevo comienzo para Emma Swan y Regina Mills.

—No espero que sea fácil, Regina. Solo espero que sea real.

Sin decir una palabra más, Emma se inclinó y besó a Regina suavemente. La tormenta continuaba afuera, pero en el interior de esa casa, una nueva historia de amor estaba comenzando, una que prometía ser tan intensa y tumultuosa como la tormenta que la rodeaba.

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⏰ Última actualización: May 18 ⏰

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