Solo es un Día Gris

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Desde su pequeño rincón en la favela, una niña con cabello castaño y un vestido azul sucio escuchaba los quejidos de hombres, mujeres, niños y ancianos todos los días. Lloraban por el hambre y por la sangre derramada en el pavimento a causa del crimen que azotaba la zona. Sus oídos también captaban a los profetas hablando del ardor del infierno, pero ella sabía que, en realidad, esta vida ya era el infierno.

Fuera del caos de las calles, aquella niña pasaba por los estrechos callejones de la favela, realizando recados para recolectar dinero y así poder sustentar la comida del día en su hogar. Un día, al salir de uno de esos pasillos y llegar a una avenida principal, vio a un candidato a alcalde de la ciudad de Springvale. El político estaba donando bolsas de verduras a los vecinos.

Con paciencia, ella esperó su turno para recibir algo de comida para llevar a su familia. Sin embargo, el repentino estruendo de disparos llenó el aire, y el político, alarmado, abandonó el lugar apresuradamente, dejando a la niña sin la bolsa de caridad por la que había esperado casi una hora.

Sola y con poco dinero, la niña caminaba con una mirada triste y vacía por las calles del barrio, mientras observaba los carteles de campañas electorales que contaminaban el paisaje de la comunidad. Cada cartel prometía un futuro mejor, pero para ella, esas promesas eran tan vacías como las miradas de los transeúntes que pasaban a su lado, ajenos a su sufrimiento.

Tan pronto llegaba a casa, el mundo seguía siendo el mismo. Su deber en el hogar era acomodar los alimentos y colocar lo recolectado en un baúl debajo del ropero de sus padres. Después, tomaba algo de comida y se encerraba con llave en su habitación, buscando refugio en las series animadas que veía en su cuarto. Durante aquellos años, solía perderse en las aventuras espaciales de la princesa Larissa, un escape temporal de la realidad que la rodeaba.

Una vez caía la noche, su padre llegaba a casa después de trabajar como guardia de seguridad. Era costumbre que llegara ebrio y golpeara a su madre, Sofía, sin reparo, mientras ella escuchaba los gritos desde su cuarto. Guardaba el dinero a escondidas a propósito, para que su padre no lo encontrara y lo gastara en alcohol, como hacía con todo lo que ganaba. Cada noche, escuchaba los golpes y los gritos, aferrándose a la esperanza de que algún día las cosas cambiarían.

Los sonidos de los golpes y gritos se mezclaban con el ruido del exterior, creando jaqueca en la pobre menor. Quien se encontraba en una esquina, con las manos apretando su cabeza en un intento desesperado por bloquear el dolor y el miedo. Finalmente, abrió los ojos, secos por haber derramado tantas lágrimas durante la noche y por pasar horas sin dormir. Con pasos vacilantes, quitó las llaves de la puerta y salió hacia el comedor.

Su mirada se congeló al ver a su madre, Sofía, tirada en el suelo, inmóvil. "Este mundo es el verdadero infierno", pensó.

Al día siguiente, las autoridades llegaron a la escena del crimen. Su padre fue arrestado y ella, sin otro lugar a donde ir, fue entregada a una casa hogar del mismo barrio. Allí, perdió todo concepto de familia que alguna vez tuvo. En el hogar seguro, descubrió todo menos el amor y la esperanza de tener una nueva familia. Los abusos, la mala nutrición y las condiciones de vida precarias eran el pan de cada día en ese albergue para menores.

Al cumplir los 15 años, decidió junto con algunas compañeras abandonar el lugar. Escaparon por la cocina y salieron por donde solían tirar la basura. Entre las bolsas de desechos, las chicas se deslizaron fuera del sitio y tomaron caminos separados. Sin embargo, la hija de la fallecida Sofía Patterson, se encontró perdida sin tener idea de a dónde dirigirse.

Sin otra opción, se dirigió hacia su antiguo hogar con la esperanza de encontrarlo desocupado. Sin embargo, al llegar, se topó con su padre, aquel hombre que le había dado la vida, pero también le había arrebatado todo.

La tensión entre ellos fue inmediata, y el hombre, visiblemente ebrio, intentó usar la violencia. Sin embargo, la joven aprovechó su estado para golpearlo en la entrepierna y empujarlo, haciendo que cayera junto con la mesa de la sala.

Entre lágrimas mezcladas con decepción, salió corriendo de su casa, sintiendo como si su padre estuviera siguiéndola. Corrió kilómetros sin descanso, alejándose de los barrios populares y adentrándose en la ciudad. Finalmente, llegó a la playa, donde cayó de rodillas y comenzó a golpear la arena con sus manos, gritando al tiempo que anhelaba amor, paz y felicidad. El agotamiento finalmente la venció y, entre sollozos, se dejó llevar por el sueño.

"¿Eso es lo que realmente sucedió?, de la nada el mundo dejo de verme...", decía atreves de su subconsciente.

Era como si el tiempo se dilatara y se contrajera, creando una especie de distorsión temporal donde los días y las noches se sucedían en un instante. Mientras la joven caminaba por un puente para observar el mar en la distancia, divisó a un joven que contemplaba el océano con una expresión impasible.

Una extraña sensación de conexión surgió entre ellos, como si sus almas se reconocieran en medio de la vastedad del universo. De alguna manera, sintió el impulso de detenerlo, de colocar su mano en su hombro y consolarlo. Podía percibir su soledad y tristeza a lo lejos, y en ese momento se vio reflejada en él de una manera que no podía explicar.

A medida que se acercaba sigilosamente a la espalda del joven, su cuerpo se tensó y su mente se vio invadida por visiones de una vida que no era la suya. De repente, se vio sumida en una ola de emociones y recuerdos ajenos, sintiendo el peso del sufrimiento y la soledad del joven.

Incapaz de soportar la carga de esta conexión tan repentina, cayó de rodillas sobre el pavimento y comenzó a brotar lágrimas, las cuales comenzaron a mezclarse con la suciedad de su vestido blanco. En ese momento, comprendió que no estaba sola en su dolor, que había otros que compartían su angustia y su sensación de vacío en este mundo tan cruel.

Es por eso que ante la ignorancia y desconocimiento de su presencia, ella comenzó a cantar y bailar junto con las personas que festejaban en la playa durante el día y la noche, intentando contagiarse de la alegría de los demás a pesar de que su cerrazón seguía negro, tenía una ligera esperanza de encontrarse de nuevo con ese chico y que él la pudiera ver y amar.

"Desde aquel momento en que lo conocí, las estrellas comenzaron a brillar intensamente", pensó. 

Nos Vemos Pronto LarissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora