Lenguas y navajas

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Desde esa noche, comenzaron a salir más seguido, pasando tiempo juntos mientras el año académico llegaba a su fin. Conforme avanzaban los dos semestres, Ian sentía cómo la presencia de Julieta en su vida lo ayudaba a crecer, no solo como artista, sino también como persona. Su apoyo incondicional y su manera de verlo a través de los momentos difíciles le daban la motivación necesaria para seguir adelante.

—¿Lo ves? —dijo Julieta un día, mientras examinaba un proyecto de clase de Ian. Era una obra en óleo, un medio que él había comenzado a explorar recientemente y era el fuerte de ella—. Ahora puedes incluso retratar en otros estilos. Aunque, claro, todavía te falta ser más ordenado —añadió, con una sonrisa juguetona mientras señalaba el desorden al lado del chico.

—Tienes razón. Gracias a ti, pude avanzar más en estos dos semestres. Si lo hubiera hecho solo, no habría podido representar todo lo que siento en el papel. Quizás ya me hubiera rendido... — expresó con gratitud.

Julieta negó con la cabeza y le dedicó una de sus sonrisas características, esa que siempre lograba hacer que Ian se sintiera más ligero.

—¿Qué dices? El talento ya lo tienes, Ian. Solo necesitabas un poco de ayuda. Dos cabezas siempre serán mejor que una. Además, somos compañeros de clase, es mi deber ayudarte.

Ian no pudo evitar sonreír, sintiendo cómo el calor de su apoyo lo envolvía. Sabía que Julieta hablaba con sinceridad, pero lo que ella no entendía del todo era cuánto significaba para él. Su presencia no solo había mejorado su arte, sino que le había dado una razón para seguir viviendo.

Aquella noche, Ian y Julieta habían acordado verse a la salida de la universidad para regresar a casa juntos, como solían hacer últimamente. El día había sido largo, lleno de trabajo y clases agotadoras con proyectos que parecían no tener fin, pero la idea de verla al final del día siempre era un consuelo. Sin embargo, cuando llegó a la salida de la universidad, algo en el ambiente lo hizo detenerse.

Lo primero que vio fue a Julieta rodeada por un grupo de chicas, todas de la facultad de comunicación, y aunque al principio Ian no prestó demasiada atención, la expresión en el rostro de Julieta lo alarmó. Había una tensión notable en el aire, una incomodidad que resaltaba en la postura rígida de Julieta y en las miradas furtivas que las otras chicas lanzaban en su dirección.

A medida que se acercaba, Ian comenzó a escuchar fragmentos de la conversación, lo suficiente como para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Las amigas de Julieta la estaban juzgando, casi acosándola verbalmente, por su decisión de juntarse con él.

—No puedo creer que sigas pasando tiempo con él, Julieta —dijo una de las chicas—. Ya sabes lo que la gente dice. ¿No tienes miedo de que esos rumores afecten tu reputación?

—Es que... no sé, Julieta —añadió otra mujer presente, con un tono que pretendía ser de preocupación—. ¿No te das cuenta de lo que eso hace a tu reputación? La gente habla, y siempre será para hablar mal de otros, eso no te conviene a ti, a una mujer como tú.

Julieta se mantenía firme, aunque Ian podía ver que sus manos temblaban ligeramente. Ella intentaba defenderse, intentaba mantener la compostura bajo la presión de las palabras que caían sobre ella como golpes.

—No me importa lo que digan —respondió Julieta, con un tono que intentaba ser firme—. Ian es mi amigo, y yo sé quién es él realmente. Los rumores no son más que eso, rumores infundidos por alguien sin nada de moral.

— Además, él me contó su versión y no es la persona que el campus dice que es...

Las otras chicas intercambiaron miradas, como si no pudieran entender cómo Julieta podía ser tan obstinada, o quizás, desde su perspectiva, tan ingenua.

—Pero, Julieta —insistió una de ellas, con un suspiro de exasperación—, no puedes negar que hay algo raro en todo esto. ¿Por qué arriesgarte así? ¿Por alguien que está... mal visto?

Ian sintió un nudo formarse en su estómago. Aunque no era ajeno a los rumores que circulaban sobre él, escuchar cómo afectaban a Julieta, cómo la estaban poniendo en una posición tan incómoda, lo llenaba de una mezcla de culpa y frustración. La idea de que Julieta estuviera siendo juzgada por su asociación con él era un golpe que no esperaba, y mientras observaba la escena, se sintió impotente.

Incapaz de encontrar las palabras para defenderse, y sintiendo el peso de las miradas de juicio que lo rodeaban, Ian se sintió cada vez más sofocado. Finalmente, decidió que no podía soportarlo más y sin decir una palabra dio media vuelta y comenzó a alejarse del grupo. El bullicio de la universidad seguía a su alrededor, pero para él todo se había vuelto un ruido distante.

A cada paso que daba, sentía como si una parte de él se desmoronara, como si la fuerza que había intentado mantener hasta ese momento lo abandonara por completo. Su caminar era rápido, casi frenético, impulsado por el deseo de escapar, de encontrar algún rincón donde pudiera estar solo y lamer sus heridas en silencio. La noche había caído, y las sombras de los edificios parecían alargarse, envolviéndolo en una oscuridad que reflejaba su estado de ánimo.

A pesar de que la distancia entre él y Julieta se ampliaba, podía sentir el ardor de las lágrimas amenazando con escapar, pero se contuvo. No quería que ella lo viera así, tan vulnerable, tan derrotado a pesar de que ella no estaba allí. Había sido un día largo y lleno de tensiones, y lo último que quería era desmoronarse.

Al llegar a su apartamento, cayó en su cama con un sentimiento pesado de soledad, que nuevamente ataca su débil salud emocional aún conteniéndose por llorar. Finalmente, el agotamiento emocional lo venció, y cayó en un sueño profundo donde su subconsciente lo llevó a un lugar aún más inquietante.

De repente, se encontró en un entorno completamente diferente, un barrio que no reconocía, lleno de casas unas sobre otras. Al parecer estaba en una favela, pero a pesar de la densidad de las construcciones, no había ni rastro de vida humana a su alrededor.

La escena estaba envuelta en la penumbra de la noche, y una sensación de desolación impregnaba el aire. Al costado, una carretera serpenteaba a lo largo del borde del barrio, su asfalto oscuro reflejaba únicamente la luz del alumbrado público. De repente, un quejido suave rompió el silencio, haciéndolo girar rápidamente sobre sus talones. Su corazón se aceleró, pero cuando miró a su alrededor, no vio a nadie.

Con el corazón palpitando en su pecho, regreso su mirada hacia el frente, y fue entonces cuando la vio. De pie, en medio de la calle vacía, estaba Larissa. Llevaba el mismo vestido que recordaba de sus sueños anteriores. Ian Wells se quedó inmóvil, perplejo, incapaz de apartar la vista de ella.

Larissa lo miró con una expresión que él no podía descifrar del todo, una mezcla de tristeza y compasión. Era como si ella entendiera el dolor que él estaba sintiendo y aunque no pronunciaba una sola palabra, su presencia decía más de lo que cualquier conversación podría.

Mientras la observaba, Ian sintió que el sueño se volvía más real, como si Larissa no fuera solo una figura de su imaginación.

Sin saber qué hacer o qué decir, Ian dio un paso hacia adelante, acercándose a Larissa. Pero antes de que pudiera llegar a ella, la escena comenzó a desvanecerse y con ella, la favela, las casas, la carretera, todo se disolvió en un torbellino de sombras y luces hasta que no quedó nada más que la oscuridad.

Ian despertó con un sobresalto, el corazón latiendo con fuerza y el sudor frío. Se quedó allí, inerte en su habitación, tratando de procesar lo que acababa de experimentar.

Nos Vemos Pronto LarissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora