Han transcurrido un par de horas desde aquel encuentro en la terraza del hospital. Ambos salieron del centro de salud y caminaron durante horas por las calles de la ciudad en dirección al oeste. Juntos exploraron cada rincón, y en esas situaciones, Larissa comenzó a desvelar poco a poco su nubloso pasado, mientras Ian la escuchaba atentamente, como si el resto del mundo no existiera. Para Ian Wells, este era un sueño del cual no quería despertar.
— Hoy que asomo a ver, por la ventana, me doy cuenta de que, es un día como pocos pude comprender este amanecer — tarareaba Larissa con su voz suave y dulce, mientras caminaba junto al joven que aún seguía herido, acompañados por la luz del amanecer de aquel día.
A medida que avanzaban, Larissa cantaba fragmentos de una canción en cada parada, cada una simbolizando su fragilidad. Primero, se detuvieron en una feria abandonada, donde el silencio y la desolación parecían reflejar las sombras de su pasado.
Hace ocho años, aquella feria aún estaba abierta al público. Larissa recordaba con dolor en su pecho las memorias de su infancia, cuando disfrutaba de su inocencia junto a su madre en los juegos mecánicos. Pagaban con el dinero recolectado ese día, sacrificando la cena de la noche. Aquellos momentos, aunque marcados por la austeridad, eran felices y llenos de amor.
— Y que dábamos mil vueltas, sin querer bajar de este carrusel, aunque ya tu sufrimiento, ya todo el temor y la aflicción — siguió cantando la joven. La melodía suave y melancólica resonaba en el aire, mientras Ian la escuchaba, comprendiendo que Larissa era un ser herido, igual o incluso más que él.
Después de cantar esa frase, Ian se acercó a ella, tomó su mano y la miró al rostro. La tristeza en sus ojos era notable, un crudo contraste con la imagen cálida que recordaba de ella en la playa años atrás. En un gesto espontáneo y lleno de cariño, Ian la colocó sobre uno de los caballos del carrusel. Con su fuerza, empujó suavemente, simulando que el juego aún funcionaba, creando un momento de nostalgia para ella.
Larissa, sorprendida al principio, comenzó a reír débilmente. Mientras el caballo del carrusel se movía de manera rudimentaria, ella cerró los ojos y dejó que la nostalgia la envolviera. La sensación de girar, aunque de manera simbólica, le devolvió un pedacito de su infancia perdida y su físico cambio a uno más pequeño, su rostro cambio a una expresión más cálida cambiando su personalidad. Ian, observándola con asombro ante el cambio, sentía una mezcla de tristeza y ternura, comprendiendo que aunque no podía borrar su dolor que apenas estaba descubriendo, podía compartirlo y ofrecerle momentos de consuelo.
Cuando ya el sol se escondía, se dirigieron a un mirador en la carretera desde donde se podía observar el mar en toda su extensión. Larissa abrazaba el brazo de Ian, mientras ambos fijaban sus miradas en cómo las olas culminaban en la orilla de la playa.
— Vi que estamos más locos talvez y más deseamos el paraíso aquel — canto Larissa, al observar la caída del sol.
Juntos caminaron hacia la playa y junto a la noche estrellada jugaban con la arena, sintiendo su textura entre los dedos, y el agua salada del mar acariciaba sus pies, fría pero relajante.
Ian, aún herido, pero revitalizado por la compañía de Larissa, se unía a su alegría infantil e inocente. En la playa, se arrojaban puñados de arena al aire, se perseguían riendo, y se dejaban caer sobre la orilla para mirar el cielo estrellado. La vulnerabilidad y el dolor que los unían se disolvían momentáneamente en la simpleza del juego y la belleza del entorno.
En la quietud de la noche, con el suave murmullo de las olas y la inmensidad del cielo como telón de fondo, Larissa y Ian encontraron un refugio en su mutua compañía. Las cicatrices de sus almas perdidas se hacían más llevaderas, y en cada risa compartida, en cada mirada cómplice, se sentían desconectados de aquel mundo que solo tristeza y dolor les había dado.
Las constelaciones brillaban con una claridad que parecía reflejar sus esperanzas más profundas y sus sueños más escondidos. Juntos, se alejaban de las sombras del pasado y se permitían un respiro, un espacio donde el dolor podía ser olvidado, aunque fuera solo por un momento.
Larissa en su forma de adulta y con rasgos de golpes mantenía su mano aún entrelazada con la de Ian, sentía una calidez que contrastaba con la frialdad del agua salada que acariciaba sus pies.
— En la profundidad de mis sueños, deseo que este día nunca termine - dijo Ian al ver el cielo —. Lo de hoy pareciera que nos conocemos de toda la vida, es un día como pocos...
— Justo así se llama — dijo Larissa moviendo su cara en gesto de afirmación.
— ¿Qué cosa? — pregunto Ian al voltear con curiosidad.
— La canción que he estado cantando, "Un día como pocos" — indico Larissa al levantarse y limpiar su vestido de la arena —. Es una hermosa canción, es de "Ricardo Andrade y los últimos adictos" y la cantaba mi mamá cuando aseaba la casa junto con su reproductor. Y hoy, definitivamente, es uno de esos días.
— ¿Tu mamá, era alguien demasiado importante?— preguntó Ian, observando a Larissa mientras ella caminaba hacia adelante.
La chica se quedó de espaldas, cerró los puños y comenzó a temblar. Las lágrimas brotaron de sus ojos y recorrieron su rostro marcado por los golpes. Finalmente, se volteó para mirar a Ian, dejando que la tristeza y el dolor se reflejaran en su mirada.
— Lo era todo para mí... — dijo Larissa con su voz quebrada en llanto.
Ian se acercó a ella con cuidado, su corazón se sentía apretado por la empatía y acelerado con el deseo de consolarla. La tomó suavemente de los hombros y la atrajo hacia sí, abrazándola con ternura. Larissa apoyó su cabeza en el pecho de Ian, dejando que sus lágrimas cayeran libremente mientras él la sostenía, ofreciéndole su calidez y apoyo.
— Tenías razón Larissa, hoy es un día como pocos... —afirmo Ian, mientras abrazaba suavemente a la chica, mientras su cabeza se quebraba distorsionando la realidad.
Parecía un día efímero y único, pero en la mente de Ian sabía perfectamente que todo lo que vio ese día era más que una realidad disfrazada de sueño. A cómo era Larissa, su esencia, era antinatural, simplemente no podía existir un ser como ella. Sin embargo, se dio el tiempo de conocer algo desconocido para él, y nunca le tuvo miedo.
Su corazón latía con fuerza, y actuaba más por instinto que por reflexión, Ian se encontraba atrapado en un dilema, cada instante con Larissa era una mezcla de maravilla y desconcierto, como vivir en un sueño del que no quería despertar. Sin embargo, en los momentos de paz, era cuando más se cuestionaba lo que estaba haciendo. Si Larissa era un ser fuera de la lógica de su mundo, ¿Cuál sería su destino al aferrarse a alguien como ella?, ¿Estaba condenándose a sí mismo al apegarse a alguien tan misterioso, tan fuera de lo común?
— Larissa... — dijo Ian, con una voz temblando ligeramente mientras miraba el mar —. A veces me pregunto a dónde nos llevará todo esto, este viaje. Tú eres... eres diferente de todo lo que he conocido, fuera de este mundo. Y aunque eso me atrae, también me asusta. ¿Qué pasará conmigo si me aferro a ti?
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Nos Vemos Pronto Larissa
Genç KurguIan Wells, es un joven atormentado por la pérdida y la soledad, sintiéndose desconectado del mundo que lo rodea. Sin embargo, todo cambia una noche en la playa, cuando un encuentro con una chica llamada Larissa, despierta en él emociones que creía p...