Primer Amor y Creador

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A diferencia de los refranes populares entre las sociedades, la muerte no le trajo paz a Larissa. En lugar de un descanso eterno, fue lanzada a un frenesí de emociones y pensamientos que la dejaron atrapada en un limbo entre la vida y la muerte. Durante años, su espíritu vagó en el mundo terrenal por la playa donde perdió la vida, observando las rutinas de los vivos.

Cada amanecer su débil espíritu se encontraba en la orilla, viendo cómo el sol se levantaba y bañaba el mundo en luz. Por ratos observaba a los niños que jugaban en la playa, los cuales eran un recordatorio constante de la inocencia suya que ahora está perdida. Sus risas y juegos parecían tan ajenos a la angustia que ella sentía.

Larissa se preguntaba constantemente si alguna vez había sido tan despreocupada. En su mente, se repetían las imágenes de su infancia, momentos de alegría junto a su madre que ahora parecían pertenecientes a otra vida, a otra persona.

Estando en esa extraña condición, Larissa no podía interactuar con los vivos, pero eso no la detuvo de intentar entenderlos. Pasaba horas observando a una anciana residente del lugar que venía todos los días a la playa y se sentaba en la misma roca, mirando al mar con una tristeza infinita en sus ojos. Larissa sentía una conexión con ella, como si sus almas compartieran un dolor común. ¿Era la vida solo una serie de pérdidas y desilusiones? ¿O había algo más, algo que daba sentido a todo ese sufrimiento?, pensaba.

Más a menudo, el bucle solo provocaba resentimiento y la frustración que la consumían. Se sentía injustamente privada de la vida que otros tomaban por sentada. ¿Por qué ella no había tenido la oportunidad de crecer, de amar, de vivir plenamente? La vida, desde su perspectiva, parecía una serie de rutinas sin sentido, un ciclo interminable de nacimiento, trabajo y muerte. ¿Dónde estaba el significado en todo eso?, pensaba sintiéndose sola e invisible para todos los seres humanos.

Larissa comenzó a explorar más allá de la playa, entrando en las casas cercanas, observando a las familias a través de las ventanas. Vio peleas y reconciliaciones, risas y llantos. Cada escena era un fragmento de la vida que ella nunca tendría. La frustración se transformó en una obsesión por entender. Se preguntaba si la vida era solo una colección de momentos, o si había un propósito mayor, algo que le diera sentido a todo.

Todo cambió el día que conoció a Ian. Él había llegado a esa playa, buscando el final de su propio sufrimiento. Larissa lo observó desde la distancia, sintiendo una conexión inmediata. Ian estaba decidido a quitarse la vida, pero cuando sus cuerpos se cruzaron, algo cambió. Sus dolores se mezclaron, y por primera vez en años, Larissa sintió una chispa de empatía.

Ian no era solo un alma perdida; era alguien que entendía el dolor de la soledad y la desesperación. Cuando sus almas se unieron en aquel instante, algo dentro de Larissa comenzó a cambiar. Sentía el sufrimiento de Ian como propio, y en ese intercambio, su noción deprimente de la vida empezó a transformarse.

Las aspiraciones de Larissa con Ian se hicieron realidad cuando notó que él fue la primera persona en poder verla aquella noche. Pero, a pesar de jurarle que se volverían a ver, después de ese encuentro, sus almas se unieron y la entidad de Larissa desapareció, permaneciendo en el subconsciente de Ian por algunos años.

Dentro de la mente adulta de Ian, Larissa también maduró y creció. Fue bajo el difícil crecimiento emocional de Ian que Larissa desarrolló una mentalidad más cruda, considerando la vida de su amado y la suya propia. Ella sentía cada uno de sus dolores, sus luchas y sus miedos, y en ese proceso, comenzó a comprender la profundidad del sufrimiento humano, así como la resistencia y la esperanza que acompañan a la existencia, en los momentos altos y bajos de Ian Wells.

Fue la esperanza de seguir adelante de Ian lo que dio forma a la inocencia de Larissa. Esta versión de Larissa, pura y llena de optimismo, era la que hacía fluir los recuerdos de ella sobre la mente de Ian, permitiéndole pintarla y, de esa manera, dar cierre a un pasado oscuro. Sin embargo, fue también la mente de Ian la que terminó de crear una bipolaridad conservadora en el ente de Larissa.

Cuando la muerte tocó la puerta de la vida del padre de Ian, la crudeza de Larissa se intensificó. El rechazo de Julieta fue la chispa final que encendió una transformación completa en su ser. Ian, abrumado por la pérdida y el dolor, alimentó esta transformación con sus propios sentimientos de desesperación y soledad. En este proceso, la otra Larissa, la más oscura y dolorosa, emergió del subconsciente de Ian y se manifestó en el mundo real.

— Le permití a mi forma que aún conserva esperanza e inocencia que lograra la felicidad y la paz contigo, nuestro primer amor y a la vez nuestro creador, Ian Wells... — dijo Larissa, mirándolo fijamente mientras entraban a las favelas de Santa Martha.

Ian, todavía tambaleante por el malestar que lo había dejado en el suelo, levantó la vista y la observó, su silueta combina con la oscuridad que emanaba las favelas de las clases populares.

— ¿Por qué me trajiste a este lugar? Este era tu hogar, ¿o me equivoco? — preguntó Ian, mientras reconocía el lugar a través de las memorias de Larissa que inundaban su mente. — ¿Quieres enfrentarlo ahora? — preguntó nuevamente, tratando de comprender el propósito de su presencia en aquel sitio.

— Sí. Ahora que te tengo a ti, es el momento. Necesito hacer esto, y quiero que estés a mi lado. No solo para apoyarme, sino porque solo así podre librarme de las ataduras que me mantienen en este mundo, luego tú y yo trascenderemos — explicó Larissa, mientras comenzaba a caminar por los callejones estrechos de las favelas.

Ian la siguió, sintiendo que con cada paso las memorias de Larissa se hacían más vívidas en su mente. Podía ver a través de sus ojos, sentir su dolor y su desesperación. Finalmente, llegaron a una pequeña casa deteriorada, oculta entre las sombras de la madrugada. Larissa se detuvo frente a la puerta, mientras su respiración se volvía más pesada.

Larissa respiró hondo y asintió. Con fuerza empujó la puerta y entraron en la casa. La casa se encontraba en ruinas, sin servicio de luz. Alrededor se observaban platos rotos y botellas de alcohol regadas por todos lados, mientras la fachada de la casa se caía a pedazos por la humedad.

— Esta es la casa. Aquí es donde todo comenzó y donde todo terminó para mí — murmuró la chica, con sus ojos llenos de tristeza.

Ian se acercó a ella, tomando su mano y apretándola con suavidad. Pero la silueta de un hombre se perfilaba en la penumbra. El padre de Analie Hudson, quien se encontraba recostado sobre la pared, era un hombre marcado por los años y el arrepentimiento, alzó la vista al verlos entrar.

Los ojos del viejo se abrieron de par en par, llenos de incredulidad y terror. El color se desvaneció de su rostro y, por un momento, pareció que el aire mismo había sido arrancado de sus pulmones.

— ¡No... no puede ser! — balbuceó, mientras su voz evidenciaba terror. — ¡Analie... tú... tú estás muerta!

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⏰ Última actualización: Jul 01 ⏰

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