La ceniza
La ceniza, que aún calienta.
Si me quedo a tu lado, aún quemas.
Pero que ya no tiene viveza de color, solo tiznas con la mirada.
Consumida por el tiempo. Ojalá poder avivarte.
Pero, al mirarla y soplarte, con sutileza y cariño, te enciendes, preciosa, mostrándome un iris gris rojizo, ámbar y castaño.
Si cesa, te apagas. Volviendo al gris y al negro, asoma la penumbra a mis mejillas.
Entonces, dolido y con rabia, soplo más fuerte, apretando mis labios y llenando los pulmones. Te reanimas ferozmente, mostrándome ahora el color rojo intenso, hasta casi poder ver una llama.
Me quedo sin aire y paro.
Has vuelto a quedar en silencio, callada. Tonos negros te invaden. Y en el aire, cenizas no perdonadas.
Pero sentí y pude ver, otra vez, tu calor. Y aún con más enfado, tomo aire, me lleno y lo suelto, apuntándote.
Escucho un leve chasquido, se refleja en mis ojos un color vivo y una llama, esa llama que tenía la silueta de todo lo que fuimos.
Se eleva en el aire, me evoca y se apaga.
Aún más ceniza en el aire. Y en el suelo, tus pisadas.
Cuanto más soplaba, más te consumías.
Yo, egoísta solo quería volver a sentir ese calor.
Te consumía hasta que no quedó nada.
Eras aquellas cenizas que quemaban.
Y ahora estás en el aire, nublándome la mirada.
Respiro, más tranquilo, en esta habitación a oscuras.
Pero la ceniza está en mis pulmones y me hiere, haciendo mi respiración tensa y atormentada.
Si me quedo a tu lado, insistente, calientas.
Pero me tiznas la mirada.
Eras aquellas cenizas que me quemaban.

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Ruido. Ecos.
NouvellesCada ensayo en "Ruido. Ecos" es como una nota solitaria, resonando con la quietud de la introspección. Desde la contemplación de la efímera naturaleza del amor hasta la meditación sobre la soledad que reverbera en nuestras interacciones diarias, el...