Capítulo 3: La Batalla Épica

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La noche de la batalla llegó, y el mundo tembló bajo la amenaza del dragón. El cielo estaba en llamas mientras Necron y la hueste de semidioses se enfrentaban al ejército de los Titanes. Las espadas chocaban, las flechas silbaban y los hechizos se entrelazaban en una danza mortal. El campo de batalla estaba lleno de criaturas mitológicas: centauros, ninfas, sátiros y gorgonas. Todos luchaban por un mismo objetivo: proteger el Monte Olimpo.

Necron, con su espada imbuida de la energía del filo oscuro, lideraba a los semidioses del Campamento Mestizo. Su armadura estaba marcada por cicatrices de batallas anteriores, y su mirada reflejaba la determinación de un héroe dispuesto a darlo todo por su mundo. A su lado, sus amigos luchaban con valentía. Annabeth, la estratega brillante, esquivaba los ataques de un gigante de dos cabezas mientras trazaba un plan para flanquear al enemigo. Grover, el sátiro, tocaba su flauta mágica, inspirando coraje en los corazones de los guerreros. Y Clarisse, la hija de Ares, blandía su lanza con ferocidad, desafiando a cualquier enemigo que se cruzara en su camino.

El dragón, una bestia de escamas negras y ojos ardientes, descendió del cielo. Su rugido retumbó en los huesos de los combatientes. Cronos, aún poseyendo a Luke Castellan, estaba en la vanguardia del ejército enemigo. Su mirada era fría y calculadora. “Percy Jackson”, dijo con una sonrisa siniestra. “El hijo de Poseidón. ¿Crees que puedes detenerme?”

Necron no dudó. Se lanzó al combate, su espada chocando contra la guadaña de Cronos. Cada golpe resonaba como un trueno. Pero el Titán era poderoso. Sus movimientos eran rápidos y precisos. Necron se esforzaba por mantenerse a la altura. Recordó las palabras del maestro Zephyr: “La verdadera fuerza reside en tu interior”. Se concentró en su conexión con el filo oscuro, canalizando su energía para fortalecer sus ataques.

La batalla se extendió por horas. Los semidioses caían, pero también los Titanes. El campo de batalla estaba marcado por cráteres y sangre. El dragón, sin embargo, parecía invulnerable. Sus escamas rechazaban los golpes de las espadas. Necron sabía que debía encontrar su punto débil. Observó al dragón con atención. Sus ojos, antes ardientes, ahora mostraban una chispa de duda. ¿Qué lo hacía vulnerable?

Entonces lo vio: una pequeña grieta en una de las escamas. Necron se abalanzó, su espada encontrando su objetivo. El dragón rugió, su fuego apagándose. La bestia cayó, su mirada extinguiéndose. El mundo tembló una última vez.

Necron se levantó, agotado pero victorioso. La profecía se había cumplido. El alma del héroe había segado al dragón. El Olimpo estaba a salvo. Pero la guerra aún no había terminado. Cronos seguía allí, esperando su turno. Necron miró al cielo. “Esta no será la última batalla”, pensó. “Pero seré el último héroe”.

Necron's legendDonde viven las historias. Descúbrelo ahora