Capítulo 2:

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Los días siguientes fueron murmullos y chismorreos en los pasillos del Marina Verde. Nadie hablaba de otra cosa que no fuera del asesinato de la pobre chica y cada quien tenía su propia teoría sobre la identidad del asesino y el carácter de su relación con la víctima. Por supuesto, los profesores actuaban con naturalidad, como si tal abominable suceso no hubiese ocurrido jamás en el Marina Verde.

La prensa local aguardaba en la entrada de la institución preguntando a alumnos, a profesores y al resto de personas que visitaban el centro, tratando de saciar la morbosa curiosidad de los medios, aunque los medios solo le daban al pueblo lo que el pueblo quería. Dos policías montaban guardia en la entrada del instituto para prevenir incidentes entre la prensa y el resto de personas que debían acudir al Marina Verde cada día. Las cámaras por fin se conectaron ¡Y había gente que miraba sus imágenes! A veces, hasta que no ocurre lo más indeseable y cruel , las personas no hacemos lo que tenemos que hacer.

Lucas llevaba tres días yendo a clase con regularidad. No había faltado a ningún entrenamiento y tenía pensado invitar a Caye a casa después del instituto. Desde luego, el chico le estaba poniendo empeño. Todo para convencer a su abuelo de que era muy feliz viviendo en Marina Verde. De hecho, había veces en las que se metía tanto en el papel que le costaba menos fingir.

Llegar al aula nunca le pareció un trabajo tan complicado. Parecía que se habían alineado los planetas para que él no fuera a clase. Y su suposición no era para menos. Era un viernes de noviembre frío, de esos en los que la cama te envuelve con su abrazo caliente y confortable, de esos que te tientan a quedarte primero cinco minutos más, luego diez y que cuando te das cuenta se te ha hecho tarde y decides faltar ese día poniendo una escusa mala, como que tienes la gripe, o un virus muy oportuno del que al día siguiente ya te has curado. Pero Lucas, luchando con todas sus fuerzas contra sí mismo y contra su propia holgazanería se obligó a levantarse y a prepararse para acudir al instituto. Desde luego el tiempo tampoco acompañaba. Llovía con bravura, el mismo Poseidón temería que el cielo se cayera en cualquier momento. Lucas no era creyente, pero estaba seguro de que si había alguien allí arriba, ese alguien debía estar furioso. Llevar paraguas servía de poco, el viento los rompía como si no fueran más que hojas secas o ramitas. Llegó al instituto empapado. Y por si no fuera poco, al llegar, una horda de periodistas le metían micrófonos, móviles y grabadoras hasta por los ojos. Había sido difícil abrirse paso entre la multitud. Pero finalmente había logrado entrar en el instituto. Por desgracia, acababa de tocar el timbre, y ahora ya no solo tenía que abrirse paso entre otra multitud, sino que la mayor parte de esta, eran críos brutos y pesados. ¡Cómo le hubiera gustado tener una quitanieves y utilizarla como quita críos! Tomó aire y se sumergió en la marea de los empujones, el agobio y el olor corporal de un tumulto de adolescentes. Y no era que todos ellos por el simple hecho de ser adolescentes oliesen mal, no. Era que muchos, sobre todo los de los cursos más bajos, tenían una dudosa higiene personal. Aunque por suerte no todos los adolescentes son críos. Hay adolescentes de trece años con un comportamiento y una higiene que ya les gustaría para ellos mismos a muchos adultos, y aún así, siguen siendo adolescentes. Y hay adultos de cuarenta que odian el agua y el jabón. Porque que sepas comportarte en cada momento y que sepas que existen las duchas, no impide que no goces de la locura propia de la edad, o que no tengas anécdotas interesantes en la vejez.

Y por fin, Lucas llegó a su clase. Era primera hora, y le tocaba con Maléfica. O como se hacía llamar, Conchi. Un motivo más, para haberse quedado en la cama. Se sentó en su sitio en la parte de atrás. Y sacó su libro y sus apuntes de Lengua. Más le valía a Caye aparecer porque si no le metería en la boca un calcetín sudado de Eloy, ese pelirrojo al que llamarían el nuevo hasta que otro entrara en el equipo, y al que los pies le olían peor que el queso de las cuevas de tresviso. La profesora llegó y cuando estaba a punto de cerrar la puerta, Eloy entró como un torbellino. Todo el mundo sabía, que si se llegaba tarde a clase de Maléfica, no entrabas. Conchi lo miró despectivamente, se dio media vuelta y se sentó en el asiento del profesor. Y mientras pasaba lista, el cabeza hueca de Eloy se sentó al lado de Lucas, en el sitio de Caye. "Voy a matar a Caye", pensó Lucas. Eloy no es que le cayera mal, de hecho, en otra época de su vida hubieran sido grandes amigos. Pero tenía tal falta de tacto y de cabeza y en ese momento en el que se encontraba, no era más que un estorbo pelirrojo. Maléfica seguía pasando lista.

El príncipe de los idiotas. (Wattys2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora