Capítulo 8

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Lucas había sentido en su propio pellejo aquello que el camarero había relato el día anterior. Pero aquello... Aquello poco tenía que ver con el asesino. Los ojos rojos, la sombra, el dolor insoportable...

No, definitivamente no era algo que le gustase recordar. Esa sombra solía atacar a Lucas por la noche cuando no era más que un infante. Cuanto más oscuro estaba todo, más fuerte se volvía aquel monstruoso ser. La luz parecía ser la única arma que lo ahuyentaba. Pero no siempre Lucas podía acceder a ella. Esa cosa tenía una manera de operar macabra y cruel. Y le dejaba un regusto amargo en la boca.

La sombra era una criatura inteligente. Dejaba que Lucas se fuera durmiendo poco a poco. Y cuando el niño estaba profundamente dormido, lo sujetaba con sus zarpas negras y abominables. Una vez que le tenía bien sujeto, dejaba caer su cuerpo contra el del crío, y le echaba su putrefacto aliento. Un aliento que olía a muerte y a miedo. Y Lucas despertaba muy asustado. Unos enormes ojos del color de la sangre lo miraban como si estuvieran examinando la mejor forma de robarle la vida o de corromper su alma. Lucas trataba de encender la luz, pero no se podía mover, la sombra no lo dejaba. La habitación se volvía cada vez más y más fría. Y trató de gritar para que alguien lo ayudara, pero las palabras morían en su garganta y no podía emitir sonido alguno. El miedo se iba haciendo poco a poco con sus pulmones. Cada vez le costaba más respirar. Era algo horrible. Intentaba una y mil veces mover su cuerpo y nada, no podía mover ni un solo músculo. La sombra no paraba de hacer lo que fuera que estuviera haciendo. El corazón de Lucas empezaba a latir con tanta fuerza que creía que se le iba a salir del pecho. Iba a morir, o eso creía él entonces...

Ese bicho había demostrado tener una inteligencia inaudita, pero Lucas era un niño muy valiente. Intentó serenarse. Cerró los ojos. Cogió aire, lo sostuvo unos segundos y lo exhaló muy lentamente. Y repitió la misma operación una y otra vez. Parecía que la sombra iba perdiendo su poder sobre él. Y cuando esta se dio cuenta de ello, le clavó sus garras en la carne. Y sintió un dolor punzante que le recorría la espina dorsal. Era como tener cientos de miles de pequeñas agujas clavándosele en la piel. 

Pero a pesar de eso, Lucas no abrió los ojos. Los cerró con más fuerza que nunca y no permitió que la situación lo dominara. La bestia lo soltó. Pero lo soltó para agarrarse al cuello del niño. Lo estaba estrangulando con tal fuerza que a Lucas le costaba cada vez más tener una respiración tranquila y constante. Pero tenía que resistir como fuera. Empezó a concentrarse en pequeñas partes del cuerpo como los dedos de los pies. Y se sorprendió al poder mover uno de los meñiques. Poco a poco se fueron despertando el resto de dedos, luego los de las manos... Y casi sin darse cuenta estaba agarrando con sus propias manos las garras de ese ser miserable. La sombra era fuerte, pero Lucas tenía voluntad, y lo más importante: quería vivir. 

El niño logró zafarse de los brazos de aquella criatura. Y la sombra con su oscuro y translúcido manto se puso en pié levantando una humareda de polvo. Lucas podía al fin moverse, y encendió la luz. Cuando fue a ver de nuevo a ese monstruo, ya no había nada. Después de los ataques no volvía a dormirse en toda la noche. Pero aquella no fue la primera, ni la última vez que la sombra lo atacaba. No recordaba cuando empezó a visitarlo, y tampoco recordaba cuando dejó de hacerlo.

Cada vez que eso le ocurría, se armaba con su linterna de spiderman e iba corriendo a comprobar cómo estaban su madre y su abuelo. Y después, con la linterna aún encendida se acurrucaba junto a su madre, que era ajena a la lucha que había librado apenas unos minutos antes. Al día siguiente les contaba lo ocurrido a su abuelo y a su madre. Y al principio no le creyeron. Pero al ver que el tiempo pasaba y que el niño insistía en el mismo tema, se preocuparon. Clemente llegó a pensar que su nieto padecía algún tipo de desorden mental. Lo llevaron al médico y este no sabía qué era eso que tenía Lucas. Lo llevaron al psiquiatra, y este les dijo que el niño gozaba de una excelente salud mental... Nadie sabía lo que le ocurría. La madre de Lucas buscó en internet aquello que su hijo le había contado sobre esa sombra con los ojos rojos y que no le dejaba moverse. Ella era una persona racional y muy escéptica, así que obvió todas aquellas páginas en las que se relacionaba esas experiencias tan parecidas a las de su hijo con demonios, fantasmas y súcubos. Y en un foro, encontró a un usuario que parecía entendido en el tema. Lo llamaba "parálisis del sueño". Decía que era un tema más neurológico que otra cosa. Y que un neurólogo se lo había diagnosticado hacía algún tiempo. La madre de Lucas lo llevó al especialista. El hombre dijo que efectivamente el niño tenía esa rara enfermedad. Y que lo que el niño veía por las noches eran alucinaciones provocadas por la impresión de no poder moverse. Al principio le dio una explicación tan técnica como confusa, como si quisiera hacer gala de los muchos años que había le dedicado al estudio en su carrera. Luego, al ver que la mujer no se estaba enterando de nada, decidió explicárselo de una manera más sencilla. 

- Los seres vivos cuando están dormidos no se mueven. Usted puede estar soñando que está corriendo por un bosque, y sin embargo sus piernas en el mundo real, están quietas. Esto se debe a una hormona que segregamos cuando dormimos. Si nos moviéramos en la vida real a la vez que cuando soñamos, podríamos herirnos. Esta hormona nos protege de ello. A veces, cuando despertamos de una manera brusca, a nuestro organismo no le da tiempo a parar de segregarla y es por eso por lo que se produce la parálisis. Es algo tremendamente angustiante. Querer moverse, pero ser incapaz. No poder gritar para pedir ayuda. Muchos se ponen tan nerviosos que empiezan a hiperventilar. Y eso hace que se produzcan alucinaciones de todo tipo.-

- ¿Y qué solución tiene? ¿Hay alguna pastilla que le pueda ayudar?-

- Por desgracia no hay ningún tratamiento. Simplemente tiene que lograr dominarse a sí mismo. Relajarse. Y esperar a que se pasen los efectos de esa hormona.-

- Pero es solo un niño.-

- Sí, sé que es duro. Pero no hay otra solución.-

- Pero tiene que haberla ¿Cómo le voy a convencer que eso que ve por la noche no existe?-

- Puede enseñarle técnicas de relajación.-

La madre de Lucas salió indignada de la consulta del neurólogo. Odiaba ver a su pequeño tan angustiado. Lucas llegó a tener miedo de cerrar si quiera los ojos. A lo largo del día se sentía observado y estaba paranoico.

Pero eso lo había dejado atrás ya hacía años. Lo que no le cuadraba era que Gelo lo hubiera visto estando despierto.

A lo mejor fue la pérdida de sangre lo que le había hecho alucinar. Pero si era así ¿Qué era lo que Lucas había estado persiguiendo?

El príncipe de los idiotas. (Wattys2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora