Capítulo IV: Siempre apuesta al rojo

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El erizo, él es la clave de todo. Narraba un joven equidna de púas rojas. Él es la razón principal por la que investigo los lugares más desolados de toda la galaxia. Y él es mi única oportunidad de restaurar todo lo que se perdió. Se dice que mi gente, la tribu de los equidnas, solían cazar en grupos… pero aunque esté solo, sé que puedo hallarlo.

Knuckles, el último miembro de la tribu equidna, estaba en una misteriosa isla con un volcán que podría colapsar en cualquier momento.

Mi caza debe ser rápida… tan rápida como cuentan que él es. Pero nada puede huir una vez que lo encuentro.

El equidna prosiguió a escalar una montaña para llegar a la cima, pero al casi llegar hasta arriba ocurrió una erupción volcánica provocando que el de púas rojas cayera por un barranco y golpeándose con algunas rocas a medida que descendía hacia el suelo.

Tal vez nadie pueda sobrevivir aquí. Ni cazadores… ni la escoria carroñera que la da mala reputación a mi especie.

Un portal se abrió detrás del equidna caído, del mismo salieron dos tipos que parecían ser una especie de centinelas. Hablaron un idioma irreconocible que probablemente sólo Knuckles pudo entender. Se dirigieron al oji morado, amarraron sus enormes manos con una especie de red eléctrica y se lo llevaron al mismo portal de donde salieron.

–¿A dónde me llevan?–

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En un casino nocturno muy lujoso había varias especies de todos los universos (erizos, conejos, gatos, ardillas, perros, etc). En el mismo casino, había una arena de batalla donde se encontraba el equidna que tenía las manos encadenadas.

–¡Bienvenidos damas y caballeros a su casino nocturno, donde todos están en su zona de suerte!– Anunció el anfitrión. –¡Y qué juego especial tenemos para apostar esta noche! ¡El evento principal está por comenzar en la arena! El retador de esta noche pertenece a una especie muy peculiar… ¡Y no es nada menos que el último de su especie, Knuckles the echidna!–

–Si soy el retador… ¿¡Donde está el campeón!?– Exclamó con furia.

Una puerta se abrió, y de esta salió una gigantesca langosta de dos cabezas y cuatro pinzas. Si tienen dudas de que tan grande era esa cosa, sólo imagínense un apartamento de 12 pisos y súmenle 5 pisos más… sip, así de grande.

–¡Hagan sus apuestas!– Volvió a gritar el presentador.

La langosta dirigió una de las pinzas hacia Knuckles, afortunadamente, este logró esquivar el ataque justo a tiempo. Sin embargo, la langosta había agarrado una de las cadenas del oji morado y lo comenzó a elevar. Con esto, logró hacer que Knuckles perdiera la paciencia, haciendo que una electricidad roja recorriera los puños del equidna y también que sus ojos cambiarán su color a un rojo intenso.

–Grr… No tengo tiempo para esto… ¿¡Quieres un pedazo de mí!? ¡Pues abre grande!–

Ahora con la súper fuerza que recorría por todo su cuerpo logró romper las cadenas listo para su revancha contra el marisco gigante. Lo golpeó una, luego otra, y otra, y otra, y otra vez hasta que por fin, le permitió a la bestia el sueño pesado. Knuckles sonrió victorioso, pero todavía no podía considerar la victoria ya que su misión aún no se había dado por terminada.

Se sintió bien vencer a esa bestia. Y en serio. Pero todavía no alcanzaba la victoria que estaba fuera de mi alcance. Si quiero capturar a mi presa, quizás deba dejar a un lado mis propios instintos y buscar una nueva estrategia para encontrar a ese erizo.

El premio de Knuckles fue una bolsa repleta de anillos. Pero no anillos cualquiera, anillos con la capacidad de la teletransportación entre mundos. Después de recibir su premio se acercó a los mismos centinelas que lo habían capturado con una sonrisa victoriosa.

–Ustedes son hábiles para encontrar cosas. Vengan conmigo. Necesito hallar una presa. Una rápida presa.

Continuará...

Sonic y Lightning: La vida en Green Hills Where stories live. Discover now