Volveré pronto

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Una pequeña ola bañaba mis pies y, dentro de mí, el papel se inundó de un deseo de ser parte de tan vasto mar. Avancé hacia su reino con respeto y me sumergí. Al cabo de dos minutos, el canto de las gaviotas me hizo caer en cuenta de que mis pies ya no tocaban la arena. "Ya entré," dije, "ya estoy aquí."

Flotaba entre sus caricias. El sol intentaba golpearme, pero mi gran amigo me servía de escudo. Veía cómo sus arrebatos divertían a las personas en la orilla y cómo, a mí, me entregaba sus abrazos más sinceros.

Era como dormir; no había almohada más suave que la que me brindaba él. Podría caerse el cielo, pero me encontraría a salvo. Me iría a las profundidades de su universo y me toparía con sus tesoros y misterios, que terminaría por adoptar, con cierta gallardía, en mis recuerdos.

Me ofrecía sus dotes, colocando las variadas y singulares posibilidades que solo la naturaleza podría, en toda su majestuosidad, reducir al corto y lerdo entendimiento humano en cuanto a lo abstracto de su identidad nos referimos. Sin embargo, me daba por entendido, sumergiéndome hasta donde la fuerza de mis extremidades conseguía impulsarme. Había botes en el este de la playa y, con sus franjas azules y blancas, se moldeaban al carácter cromático del mar.

Sé muy bien que quería llevarme con él. Tomaba mis manos y me atraía hacia su intimidad más prohibida, pero le dije que no. Tenía que volver. Pues aunque en mi corazón sea mi hogar, aquello era solo un ideal.

Volví a la orilla después de una gran discusión con mi amigo, en la que mis brazos terminaron exhaustos. Con la mirada en la arena, sentí ganas de voltear, y así lo hice. Miré su grandiosidad, su abanico de sensaciones y experiencias guardadas en sus raíces. No había nada más que hacer, solo me despedí y le dije: "Volveré pronto."

Mientras caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora