Fuiste tú

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Eran las diez de la noche cuando Felipe llegaba a su cuarto, y con el orgullo derrotado después de una larga jornada, se adentró en la habitación con la mirada muerta. A pesar de que todo estaba desordenado, cerró la puerta, se sentó en su escritorio y dejó que la luz siguiera ausente.

Un suspiro deprimente se irguió desde el pecho de Felipe. Aunque podemos debatir si era de tristeza o de alivio, pues, aún sumergido en la oscuridad de su habitación, le goteaba un sentimiento de tranquilidad que, siendo más específico, provenía de la misma oscuridad que lo mantenía ignorante frente al verdadero estado del cuarto.

El olor era nauseabundo, y dentro de sí, él sabía que era por la ropa o quizás porque había vomitado en la esquina de la habitación el día anterior. Pero comenzó a culpar a la basura que sus vecinos habían dejado en la vereda.

El teléfono comenzó a sonar mientras Felipe se perdía en pensamientos. Aquel timbre le causaba irritación, así que tomó el teléfono con fuerza y lo estrelló contra la pared, dejándolo completamente destruido. No se puede saber con certeza si el causante de esa ira era el tono de llamada o la luz que desprendía de él; no hay forma de comprobar si era esa música que coreaba recuerdos o el brillo que mostraba un poco del estado de su habitación. Lo cierto es que, después de aquel incidente, se recostó nuevamente en su silla polvorienta, respiró lento y cerró los ojos con la cara levantada.

Una botella de cerveza medio vacía se encontraba al pie de su escritorio. Felipe cayó en cuenta de que no había terminado de beber su licor, entonces extendió su mano buscando su premio entre la insensata oscuridad, y agarró la botella, donde, de manera curiosa, una cucaracha se paseaba. La inmundicia ya había calado en lo más hondo de su pudor, pues bebía el licor con el insecto que peregrinaba hacia su mano. El asco le era más tolerable que su estado sobrio. Felipe sentía que ser consciente era caminar sobre vidrio roto, hacia un destino que no le agradaba.

La cucaracha continuaba rodeando su mano, y Felipe empezaba a sentir el mareo provocado por el alcohol. El cosquilleo del insecto lo mantenía inerte. Pasaron treinta minutos cuando empezó a escuchar un susurro en medio de su sueño. Al principio era inaudible, pero, mientras más prestaba atención, más se esclarecía, cuando escuchó con voz rabiosa: "fuiste tú". Se levantó rápidamente, aterrorizado. Tenía a la cucaracha en la oreja. Le dio un golpe para alejarla como si recién el asco formara parte de sus sensaciones. La cucaracha cayó al suelo, y él estaba espantado, no solo porque aquel repugnante insecto estaba rozando su piel, sino también por lo que había escuchado.

Felipe estaba furioso, decidido a eliminar a aquel insecto que yacía boca arriba en el suelo, indefenso, moviendo sus patas, deseoso de huir. Incapaz de ver claramente al insecto, Felipe se dirigió al interruptor del foco y lo encendió. El cuarto se llenó de luz, revelando la cucaracha en el suelo, la cama desordenada con ropa sucia encima, el vómito en una esquina infestada de hormigas y la botella de licor tirada cerca de su escritorio. A pesar de la escena, Felipe estaba paralizado, con los ojos llenos de pánico y, por alguna razón, incapaz de gritar. Frente a él, en la pared, un grupo de cucarachas estaba juntas y ordenadas, formando un mensaje claro: "fuiste tú".

Felipe soltó una lágrima, mordió su lengua y empezó a respirar rápido, como si el oxígeno se acabara. Fue a su escritorio y de uno de los cajones sacó un arma.

Después de cinco días, encontraron a Felipe muerto por un impacto de bala. Y en su escritorio, sobre el papel, estaba escrito con tinta azul: "fui yo".

Mientras caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora