Ocho loco- Parte I

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Acto I - Espadas

V – Ocho loco - Parte I

I

Cuando Alfred tenía la tierna edad de cinco años cometió su primer crimen. Robó de una tienda lo que le parecía ser un osito de lana, hecho a mano con hermosas puntadas de color negro. No fue atrapado, sin embargo no supo explicarle a su madre el origen del caro regalo que había llevado a su hermano ese día. El cuarto fue por los nueve años. El noveno a sus doce y el décimo quinto a los catorce. Cada uno de esos atracos tuvo algo de bueno, cada uno fue hecho para ayudar a la persona que más amaba. Su hermano Matthew. El último atraco que se suscitó marcó el fin de la vida junto a su hermano.

Ese era un hecho que torturó al Alfred por el resto de su vida.

II

Corrió en todas las direcciones posibles. Dio la vuelta en varios de los callejones tratando de hacer memoria y hacer una relación entre los nuevos lugares por los que pasaba y las callejuelas que parecían jugarle bromas de mal gusto. Juró por segundos que algunas de ellas habían cambiado sus simbologías. Maldijo y dio un pequeño traspié al virar en una calle, cayó sobre una pila de bolsas de basura. Maldijo por segunda vez ¿o quizá décima? Se quitó todo lo que pudo de encima y sintió las irremediables ganas de vomitar al olfatear el hedor a su alrededor.

Dejó salir un suspiro, trató de calmar su corazón por un breve momento, y tener un poco de templanza para tomar decisiones coherentes.

Un par de ojos violetas vinieron en un torrente de imágenes, y él necesitó tomar su cabeza con fuerza e ignorar cada uno de los pensamientos que le torturaron. Lo había perdido a él, por un error suyo, no perdería a Arthur por un momento de distracción.

No lo volvería a perder.

—¿De nuevo? —se preguntó cuando, de súbito, la cascada de imágenes había parado; congelada en un momento en que se veía a sí mismo, caminando hacia una silueta a la cual no podría verle la cara, pero distinguía el azul por todos lados. Trató de alcanzarlo estirando su mano, y sus dedos finos y delgados palparon su hombro. Le llamó y fue un timbre tan agudo que lo devolvió a la realidad con un golpe duro en la frente. La voz de una chica y los ojos verdes que lo escudriñaban con especial compasión.

Miró sus manos tratando de reconocerlas como suyas y no con la delgada forma. Otra vez esos recuerdos que no eran suyos. Los recuerdos que trataba de enterrar y cada día se empeñaban en revolotear en su mente. Ignoró por completo el segundo golpe ahora en su cabeza y uno consiguiente en su hombro. Entonces, algo lo mordió.

Alfred gimió con miedo y se retrajo entre la basura cuando la cosa que lo había mordido voló lejos de él, adentrándose en la oscura calle. Un par de bolas brillantes y pequeñas destellaron entre las sombras y un gruñido que distaba de ser aterrador emergió de él. Era más como un roedor chillando.

No sabía que era esa cosa, pero el miedo desapareció tan pronto enfocó un par de orejas que conocía.

—¡Eres tú, la cosa voladora! —exclamó y salió de un salto de la basura. Se acercó un poco más y la pequeña criatura también. Camino meneado su cuerpo de un lado a otro, como si le costara caminar con tanto peso de su barriga. Al tenerse frente a frente éste se alzó en sus dos patas como si eso le ayudara a alcanzar la altura del rubio— ¿Cómo estás amigo? ¿Qué haces aquí?

El conejo ladeó un poco la cabeza y meneó las orejas.

—Ahora no. Tengo un problema. Perdí a Arthur y no sé cómo encontrarlo ¿Lo recuerdas? Nos conocimos en el templo hace unos días.

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⏰ Última actualización: Jul 04, 2015 ⏰

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