1 | Cielo y mar

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Aquella mañana se vistió de un aura de cosecha

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Aquella mañana se vistió de un aura de cosecha. Bajo el cielo aún somnoliento, Rubius se adentró en su pequeño edén, recogiendo con cariño los frutos que el tiempo y el cuidado habían hecho brotar. Guardó su cosecha en la mochila, dejando que las promesas verdes, las que aún no estaban listas, continuaran su danza con el sol y la tierra, madurando a su propio ritmo.

Con la satisfacción de la labor cumplida, se dedicó a afilar su hacha, sintiendo el metal afilado como una extensión de su propia voluntad. Encantó su armadura preparándose para lo desconocido que el día pudiera traer. Ramón le siguió detrás mientras ascendían por las montañas que él llamaba hogar.

Desde la casi cúspide de su refugio, la vista se desplegaba en un esplendor de colores y vida, como un arco iris nacido del corazón de la naturaleza. Cada mirada a su alrededor era un recordatorio del amor que sentía por aquel lugar, un rincón de paz donde el viento llevaba las notas de su trompeta a través de la quietud del día. Pero hoy, la paz no sería su compañera.

Se adentró en un prado que se había rendido al desierto, y allí, como un eco de tiempos olvidados, encontró una aldea abandonada. Este descubrimiento, aunque habitual, no dejaba de traer consigo un velo de misterio, lo que tanto añoraba Rubius en su día a día. Exploró cada casa, buscando algo que pudiera serle útil en su travesía. Los objetos que encontró eran comunes, vestigios de una vida que ya no existía, y que poco podían ofrecerle.

Marcaba con su hacha cada casa saqueada, dejando en la madera una señal de su paso, un recordatorio para no repetir el camino ya recorrido.

En ocasiones distintas, un sentimiento extraño se apoderaba de él y sacaba su mechero...

Pero no hoy, no cuando aún tenía un largo camino por recorrer. Echó un vistazo a su mapa cuando hizo que Ramón detuviera su galopeo.

Un pintoresco paisaje lo absorbió al bajar del caballo, a lo lejos en el mar vacío, un barco flotaba con calma, casi pudo observar una conotación atrayente, Rubius no era difícil de convencer.

En la mesa de crafteo, construyó una pequeña barca que lo llevaría hasta ahí, Ramón se quedó a esperar mientras lo observaba.

—¡No te vayas de aquí! Mantén vigilado—Rubius se despidió del caballo cuando comenzó a alejarse de la costa de la playa.

Sujetándose de lianas y maderas desbordadas subió al camarote principal (o lo que él pensó era el camarote principal), caminó entre los barriles y rebuscó sin ningún sigilo porque todas las construcciones que se encontraban estaban vacías; ya ni siquiera se esforzaba por buscar algunas otras señales de vida con las que pudiera entablar una conversación inteligente en la cual no fuera su voz la única en ser escuchada.

Sucedió lo mismo que con la aldea abandonada, con una leve diferencia llamativa, un gran mapa enmarcado en la oficina del pirata que antes lideraba la tripulación.

El huraño y el fortacán | RubckityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora