3 | Caballo y ajolotes

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Mientras la luz de la tarde comenzaba a desvanecerse, Rubius se sintió extrañamente revitalizado

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Mientras la luz de la tarde comenzaba a desvanecerse, Rubius se sintió extrañamente revitalizado. La perspectiva de tener a alguien con quien compartir sus días, aunque fuera por un tiempo limitado, llenaba su corazón de una inesperada calidez.

Rubius comenzó a enseñarle a Quackity sus cultivos y le presentó a sus amigos animales. Caminaban juntos, sintiendo la brisa suave del atardecer que acariciaba el paisaje.

—Ya conoces a Raspy, es la gata —dijo él, señalando apenas al minino que estaba preparada para echar una siesta en el balcón de la casa.

Avanzaron hasta el corral, donde Ramón comía heno que él mismo preparaba de la siembra.

—Él es Ramón, siempre me acompaña cuando salgo de casa, ¿no es así? —comentó Rubius, acariciando el lomo del caballo, que siguió comiendo tranquilamente.

—No tengo una experiencia muy bonita con los caballos —dijo Quackity, aferrándose a sus propios brazos.

—¿Qué clase de experiencia? —preguntó Rubius, dejando de acariciar al animal para mirar a Quackity con curiosidad.

—Es un poco complicada de contar.

Hubo un silencio mientras Rubius pensaba y buscaba las palabras correctas para decir, finalmente sonrió.

—No te preocupes por Ramón, él nunca ha atacado a nadie sin una orden. Es leal a mí y le encanta hacer amigos.

—Está bien —Quackity sonrió a medias, relajándose un poco.

Después se adentraron un poco en el bosque sin alejarse demasiado de casa. Un estanque los recibió con su serenidad, donde dos ajolotes nadaban despreocupados.

—Estos son Pedro y Pascal —dijo Rubius, mirando a los ajolotes que danzaban en el agua.

Tomó una cubeta y sacó peces para dárselos de comer, pero en ese momento Quackity comenzó a reírse.

—¿Qué es lo divertido? —preguntó Rubius, nuevamente confundido.

—Es que... —Quackity casi se ahogaba con sus palabras— están muy chistosos los nombres.

Rubius no se molestó lo suficiente como para enfadarse, pero le pareció un poco estúpido.

—¿Qué? ¿Tienes mejores ideas de nombres?

—No, no, para nada —dijo Quackity intentando calmarse, pero volvió a reír, haciendo un sonido extraño con la nariz antes de comenzar a carcajearse mientras sostenía su estómago.

La risa fue... diferente, y vaya que provocó algo en Rubius. Era un sonido melodioso que nunca antes había escuchado. Él no reía demasiado, solo sonreía. Si alguna vez reía, era débilmente, cuando veía a alguno de sus animales hacer algo gracioso.

Sus orejas de oso titubearon sobre su cabeza ante el sonido y, rápidamente, decidió que aquel sentir en su estómago debía colapsar.

—Bueno, ya, ya —dijo, intentando hacer que Quackity parara de reír, sin mucho éxito—. Vamos, que nos queda mucho por ver.

El huraño y el fortacán | RubckityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora