6 | Manzanas y salmón

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Rubius despertó a Quackity haciendo ruido con una sartén

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Rubius despertó a Quackity haciendo ruido con una sartén. Este se levantó a duras penas, visiblemente molesto.

—Vaya, hasta que despiertas —saludó Rubius.

Quackity, sentado en el suelo, frunció el ceño. La noche anterior había sido vergonzosa; Quackity lo había visto llorar por una de las muchas pesadillas que solía tener: fuego, nubes grises... Decidió no mencionar nada, sabiendo que Quackity podría aprovechar su vulnerabilidad de una u otra forma.

Le sirvió el desayuno, y Quackity se levantó lentamente. Era una comida simple y rápida, por lo que no tardaron mucho en salir de la casa, cargando cubetas con agua, escobas y otros utensilios necesarios para comenzar el día.

—Bien —comenzó Rubius, deteniéndose frente al corral de Ramón, quien los observaba inquisitivo—. Como recordarás, la primera tarea es bañarlo, así que... —Rubius dejó la cubeta en el suelo junto a las esponjas—. Todo tuyo.

Quackity suspiró profundamente, sintiendo el peso de la obligación. Se acercó al corral con resignación, observando a Ramón, que lo miraba con una mezcla de curiosidad y expectación. Tomó la esponja y comenzó a mojarla en la cubeta.

—Más vale que no te pongas mamoncito —murmuró.

Ramón relinchó suavemente, como si entendiera. Quackity comenzó a frotar su pelaje con movimientos firmes pero cuidadosos, procurando no dejar ningún rincón sin limpiar. A medida que el trabajo avanzaba, se dio cuenta de que el contacto con el animal tenía un efecto sorprendentemente tranquilizador.

No era como aquella vez, posiblemente porque Ramón no le dio una patada tan pronto se acercó.

Mientras tanto, Rubius observaba desde una distancia prudente, mientras recogía algunos frutos que ya habían madurado, evaluando cada movimiento contrario. Aunque su rostro permanecía imperturbable, en su interior se debatía entre la desconfianza y una extraña sensación de satisfacción al ver a Quackity cumplir con su tarea sin protestar.

El sol ascendía lentamente en el cielo, llenando el ambiente de una luz cálida y dorada. Quackity continuó con su labor, evaluando en silencio cuán lejos podría llegar si decidiera correr... Pero supo que no tenía sentido; si Rubius consiguió dar con su paradero ayer, nada lo detendría de hacerlo hoy.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, terminó de bañar a Ramón. El caballo sacudió su cuerpo, salpicando gotas de agua por todas partes. Quackity, empapado y agotado, miró a Rubius, esperando alguna señal de aprobación.

Rubius asintió ligeramente, un gesto casi imperceptible pero significativo.

—Buen trabajo —dijo con voz neutral—. Ahora sigamos con las demás tareas. Aún queda mucho por hacer.

Quackity tomó un respiro profundo.

—Oye, ¿tú no te bañas? —preguntó Quackity, con la ropa húmeda y llena del pelaje de caballo.

El huraño y el fortacán | RubckityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora