30. Billie

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No acostumbraba a ir a muchas fiestas, dos o tres como mucho en mis veinte años, y quizás por eso el ambiente jovial de esa noche me impactó.

Estábamos en la fraternidad de un conocido de Caleb —creo que ni siquiera se sabía su nombre, pero Caleb y fiesta iban de la mano—. El chalé era increíblemente grande y modero. La música resonaba a todo volumen y las botellas de alcohol corrían de mano en mano en lo que parecía un concurso de chupitos. Había gente por todas partes, universitarios con las hormonas revolucionadas que saltaban de cabeza desde el tejado hasta caer en la piscina, repleta de tías con bikinis bastante provocativos.
No podía sentirme más fuera de lugar.

Dentro había varios salones. En uno de ellos jugaban una partida de billar en la que los mojitos no podían faltar y el otro lo habían convertido en una pista de baile, quizás el que más llamó mi atención.

— ¡¿Te vienes?! —chilló Ella opacada por la música, al tiempo que Leo la arrastraba hacia un grupo de chicos al final del pasillo.

Me negué, y cuando quise darme cuenta, todos habían desaparecido, estaba completamente sola en medio de la multitud.
Paseé por las habitaciones, había tanta gente que no logré distinguir a nadie y nadie pareció reparar en mi presencia.
Me hice un hueco en uno de los sillones frente a la "pista" de baile, aprovechando que la chica que había estado allí sentada hasta hacía un minuto acababa de desocuparlo y ahora bailaba entre la multitud.

Un tío semidesnudo, con un bañador de estampado tropical y el pelo negro empapado se acercó a mí y me ofreció un vaso cuyo contenido desconocía. Me puse de pie, nerviosa, me flaqueaban las rodillas, intenté ignorarlo y escapar hacia el exterior, pero el chico me cerró el paso.

— ¿Seguro que no quieres?

Apestaba a alcohol y se tambaleaba torpemente de un lado a otro, tenía que alejarme de él cuanto antes.

Un grupo de chicas, también en bikini, pasó corriendo por nuestro lado, supuse que irían hacia el jardín e intenté seguirlas para dejar atrás al tío borracho antes de entrar en pánico. Empezó a seguirme abriéndose camino a empujones sin soltar la bebida. Se me aceleró la respiración y traté de caminar más rápido.

De pronto, el tío tropezó y me derramó todo el líquido por encima. Toda mi ropa quedó empapada y sucia y yo apestaba a alcohol casi tanto como él. El chaval me sujetó por el brazo al darse cuenta de lo que había hecho y dio un tirón para tratar de acercarme a él. Me quedé congelada nada más notar su contacto y no tuve fuerzas para resistirme cuando intentó arrastrarme por el pasillo. Tenía las pupilas dilatadas como un búho, estaba claro que no sólo se había metido alcohol y eso me asustó todavía más.

—Estás muy guapa. —repetía entre risas.

La forma en la que me miraba y sus insinuaciones me provocaron ganas de vomitar. Cuando recuperé el control de mi cuerpo intenté zafarme de su agarre con la respiración agitada, ni siquiera sabía dónde estábamos, sólo que habíamos subido las escaleras.

Se detuvo frente a una puerta que agradecí que estuviera cerrada y se inclinó hacia mí, pegando mi espalda a la pared. Me recorrió con los ojos con el deseo reflejado en sus pupilas, deteniéndose especialmente allí donde se ceñía mi vestido. Intenté cubrirme con los brazos, pero los sujetó sobre mi cabeza. Estaba híper ventilando y me zarandeaba de un lado a otro esquivando su contacto.

Llevó su mano hasta mi mejilla y comenzó a acariciarme la piel entre risas sarcásticas, mientras me perforaba con sus ojos rojos. Se me revolvió el estómago, todo mi cuerpo estaba agitado, pero no podía moverme, estaba atrapada entre su cuerpo y la pared y eso me causó una sensación de claustrofobia tremendamente insoportable.
Me aferré a mí misma cuando él liberó mis brazos, me rodeé con ellos tratando de cubrirme cual escudo mientras apretaba los ojos con fuerza.

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