Capítulo 2

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Harry

El olor del café y el del chocolate en el horno inundan mi pequeño y modesto departamento situado en un edificio construido hace ya bastante años; su fachada desgastada y el ascensor descompuesto y casi cayéndose a pedazos, podrían testificar ante eso. Sin embargo, me gustaba bastante, no había vecinos ruidosos, sólo unos cuantos matrimonios de ancianos que, al no tener mucho dinero para pagar un buen lugar, debían refugiarse entre estas paredes. No obstante, el que luciera como un sitio pobre, no era pretexto para no mantenerlo limpio y bonito, como bien había hecho con mi departamento.

Cuando llegué a este sitio, llegué con las manos vacías y el corazón hecho pedazos; comencé durmiendo en el suelo y comiendo aprovechando las rebajas de algunos supermercados; con mi primer sueldo obtenido de mi trabajo en un restaurant bar, conseguí comprarme una cama individual de segunda mano, estuve emocionado eligiendo las sábanas y las almohadas.
Ese fue un buen día; los siguientes sueldos fueron para mi nevera y estufa, todo usado; también compré un comedor en una venta de garaje, era de
buen material, resistente, en color caoba; la cubrí con un mantel blanco impoluto y un jarrón con rosas rojas plásticas descansaba en el medio.
Tapicé la pared desgastada de la cocina y pinté de amarillo el resto. El piso de madera estaba desgastado, pero no opacaba lo demás. Mi espacio era mi lugar favorito; mi mesa estaba situada al lado de la ventana, desde ahí veía las luces de la ciudad gracias a que estaba rodeada de casas y no de edificios. Solía tomarme una taza de café y comer un trozo de pastel antes de ir a la cama mientras observaba la inmensidad de esta ciudad que parecía que iba a comerme entero cuando me vio llegar.
Pero no fue así. Logré salir adelante y ahora estaba a un paso de graduarme gracias a la buena ayuda de mi jefe: Louis Tomlinson.

Suspiré, recordando a ese mafioso empresario. Hombre de hielo, déspota, grosero, mandón y un sinfín de adjetivos negativos más; sin embargo, conmigo siempre fue de otro modo, podría decir que me respetaba, incluso cuando hacía bromas sobre mis atuendos y sobre que no había tenido nunca un alfa. Él me sacó de ese sitio donde me explotaban y me contrató como su secretario, a pesar de que no tuviera una mínima experiencia en el campo. Aprendí, por supuesto, y con el tiempo supe llevar su agenda y lidiar con lo que ocurría dentro de su oficina; mi boca era una tumba, mi lealtad hacia él inquebrantable, Louis lo sabía y quizá por eso me respetaba de ese modo. Era un hombre difícil, pero bondadoso dentro de lo que cabía; siempre le estaría agradecido por todo, aunque a menudo me sacara de mis casillas.

De lo que más podía hablar y que llamaba la atención de mi jefe, era su belleza; ¡Dios! Qué belleza. Era el tipo de hombre que jamás se volvería a ver con alguien como yo. Cabello castaño, ojos azules inyectados de hielo y maldad, rostro tallado por los mismos Dioses, que fueron más que bondadosos con él, dándole una belleza que hacía derretir a cualquier omega. Y su cuerpo, mierda; no miento, a veces fantaseaba con ser apresado por esa complexión, pero solo se quedaba en eso: fantasías. Por más que me gustara, Louis no me vería de esa manera, además, no quería tener a ese hombre como algo más que mi jefe, un tipo controlador, dominante, machista y posesivo, no, Dios me libre de tal tormento.
Me incorporé al terminar el último trozo de pastel; dejé la taza y el plato en el lavabo y en silencio atravesé la cocina hasta el espejo de cuerpo completo que servía para separación de mi habitación, cocina y sala. Cuando dije que mi departamento era pequeño, no exageraba.

Mientras peinaba mi cabello desprendió un olor frutal gracias al champú que usaba; mi figura en el espejo fue el de un hombre hermoso. Mi trasero no era grande, pero tampoco pequeño, podían sostenerlos perfectamente en una mano sin que quedara espacio en ella para
llenar. Mi abdomen plano, conformado por una hermosa cintura, caderas un poco anchas al igual que mis piernas.
Yo era precioso, pero celoso con mi belleza, incapaz de mostrársela al mundo, prefería guardármela para mi soledad y para quien algún día destruyera mis barreras, esas que tuve que poner por culpa de mi pasado.
La cicatriz en mi costado derecho me recordaba porque me escondía.
Negué y sin prisas cepillé mis dientes y posteriormente me fui a la cama; coloqué algo de música en mi celular y enseguida me quedé dormido.

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