Todos estamos presos. Compadézcame usted, yo también lo compadezco.
José Revueltas
Aureliano siempre fue esa clase de amigo que no quisieras que tu madre conociera. Se trataba de un adolescente vagabundo (un poco como nuestro protagonista), y que siempre pareció enfermo, en todos los sentidos que pueda tener ese adjetivo. Era una escoria, conocido por todos los adolescentes vagos; todavía más por las madres, varias aún conservadoras de buenos valores, que siempre usaban a Aureliano como símbolo de la corrupción juvenil. Es por eso irónico imaginar que el pobre pecoso, en su estado más sensible y desesperado, acudiera a un chico tan enfermo como él.
El día que se reunieron, el 7 de junio, fue uno de los más tranquilos que hubo desde hacía meses. Los autos apenas pasaban por las carreteras, siendo silencioso y casi imperceptible su trayecto por las carreteras, como un ruido de fondo que no se alcanza a percibir; la gente se ocultaba en su casa, viviendo vidas calmadas que nada tenían que mostrar al mundo; el sol no era tan bestial como lo sería en tiempos posteriores, trayendo calma a los pobladores; la brisa era suave y serena, recorriendo todo rincón del pueblo, demostrando la presencia de la naturaleza con su simple pero hermosa respiración.
Él y Marco estaban en medio del pasto, rodeados por un gran silencio sepulcral, y una atmósfera bastante tranquila. Los autos ni siquiera parecían fijarse en los muchachos, que ya se sentían como fantasmas en ese que era su lugar seguro. Incluso a mí se me hace sorprendente que hubiera tanta calma, pues la escena que ahí se desarrollaba tenía que sí o si causar alguna impresión negativa: Aureliano fumaba su cigarrillo diario, sin preocuparse por nada, como lo hacía desde hace dos semanas, cuando empezó ese negativo hábito suyo. La naturaleza lo privilegiada llevándose el humo del tabaco, dejándole nulo rastro de que eso hubiera pasado. A eso se sumaha el césped en sus pies descalzos, que le hacía sentir aliviado por ella "nuestra madre" como decía él. Se trataba de una imagen que combinaba lo grotesco de la juventud con la hermosura del mundo. No entiendo cómo nadie le prestó atención a eso.
Sentados en un tronco, los adolescentes solo se dedicaban a ver la puesta de sol, que lucía de lo más hermosa con ese azul pastel del que estaba pintado el cielo. Apenas y se dirigían la palabra, debido a que Marco hasta para eso era tímido; había pedido ayuda a su amigo, eso sí, pero primero quería esperar el momento adecuado en el que hablar y contarle todo aquello. Había agudizado sus oídos para esperar el momento en el que fuera preciso hablar.
El silencio en el que estaban solo era interrumpido cuando Aureliano comenzaba a toser, atragantado por el humo de su cigarrillo, tirando montones de saliva. Su amigo siempre pareció estar propenso a la muerte desde el momento que lo conoció (más que nada, por esa piel tan blanca y de textura tan enferma que tenía, que hasta parecía que se le iría a caer, junto con esos dientes suyos, tan sucios y débiles), pero nunca nadie se lo dijo, y ni su mamá quiso asegurar que su chiquillo era todo un saco de enfermedades. "Ese morro faltará poco para que se muera" fue uno de tantos comentarios que llegó a decir su borracho padre, y que fue oído por el propio doctor de Aureliano, un día que también fue a la cantina. "Bromee en mi mente pensando que se moriría antes de que pudiera pedirle ayuda" hace notar Marco.
Sin embargo, en ese momento Aureliano no lucía para nada molesto, pues, como siempre, traía aquella sonrisa lujuriosa que le caracterizaba; esa mueca que tenía algo de enferma, un poco de encantadora (ya no tanto como en su niñez, cuando cautivaba a las amigas de su madre, y a una que otra niñita), y mucho de rara. Casi que era su sello distintivo.
Marco esperaba que él le prestará atención de una vez, y dejará de observar a aquella chiquilla que estaba enfrente, mirando por una ventana, sin percatarse de las observaciones del enfermizo mozuelo. "A veces hasta a mí me incómoda como llega a ver a esa tipa. No siempre se la topa, pero cuando lo hace, sus ojitos de chino se abren un poco más, se vuelve tonto al hablar, y su piel se vuelve más natural y menos pálida. Nunca he sabido cómo se llama, pero Lucia le quedaría bien, no se por qué. En realidad, le queda. Ella respiraba tanta vida, con su pelo café y su suéter rojo, que apenas muestra su cuerpo. Y él... él está... Jodido, la verdad. A veces ni siquiera creo que él sienta amor por ella. Solo una especie de adoración por tenerla, tal vez incluso tentación por probar su cuerpo rechoncho"
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Crónica de un joven bastardo
Teen FictionA manera de mostrar la verdad respecto a la confusa historia de Marco Benedetti, un narrador anónimo se propone la tarea de crear una crónica que dé a conocer la realidad de Marco, aquel chico que murió lleno de rumores y desgracias. Esta historia...