Capítulo 4

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... Y, sin embargo, estoy seguro de que el hombre nunca renunciará al verdadero sufrimiento; es decir, a la destrucción y al caos

Fiódor Dostoievski

Una sopa de pollo calientita: era el platillo que habían comido hasta esos días, sin excepción. Más de siete veces comiendo eso resulta agotador para el paladar. Los motivos para tan recurrente degustación era obvios. Aunque sabía que eso ayudaba a la causa de su hermana (pues esa comida era de lo más barato que podían encontrar), en el fondo se sentía mal cada vez que comía eso en el almuerzo.

En el caldo humeante, podía ver la cara reflejada de Ángela. Podía distinguir todos sus rasgos como si en realidad estuviera ahí. "Mira nomás lo jodido que te ves -de seguro le diría ella-. ¿En qué te has convertido estos días?"

"Yo le respondería: en un criminal. Uno que no deja de arrepentirse, incluso después de pasar horas intentando pensar que lo que hizo estuvo bien. Aunque queda claro que yo no sería capaz de decirle eso. Decirle eso me convertiría en un monstruo"

-Come ya, cariño -dijo repentinamente su madre, Laura Benedetti-. Se te está enfriando.

No aparece en el diario una respuesta concreta a ese comentario, pero imaginó que fue una disculpa por no haber comido. Esto lo creo por la siguiente cita, que tome directo del diario: "Ella no llegaba a usar muy seguido el término "cariño". Me sentí grato al escucharlo una vez después de tanto tiempo"

Después de esa rara muestra de afecto, el flacucho siguió comiendo, aliviado aunque sea por un segundo de su pena. "Aunque estaba cansando de comer ese caldo desde hace tantos días, yo me llegaba a imaginar que el calor del caldito ayudaba a mi alma a calentarse. Así la comida tenía un sentido especial"

Todo en la casa de Marco era especial. Diría que era una vivienda digna de un chico como él.

Al entrar, uno puede darse cuenta de la pesada tristeza que envuelve y sofoca los pensamientos del visitante. Entre los pasillos solitarios, con varios cuartos vacíos completamente oscuros y llenos de alimañas; el suelo de mosaicos azul de tono menta, y la pintura carmesí tan opaca, no es como que se respire mucha emoción estando ahí.

"Lo que siempre me desanima es este mantel donde comemos. Con franjas rojas y cuadros blancos, me inspira asco, mucho más cuando tiene migajas encima (lo que es casi siempre)"

-¿Estás bien, mamá? -le pregunto el inocente chico, preocupado por la tristeza que mostraba el semblante de su progenitora.

-Oh, hijo, estoy como siempre -le respondió ella, sin mucho ánimo-. Tú no sigas preguntando cosas y mejor ponte a comer.

-Es que... Te notaba un poco triste, y creo que este día se ve bastante alegre -una mueca de felicidad mostró el ánimo que sentía por el día.

-Claro -fue su simple respuesta, que acompaño con una sonrisa un poco más pequeña (pues su boca era más pequeña que la de cualquier otra persona).

Con todo y su piel canela (que era demasiado sensible a los rayos solares), y su aire triste (con el que había nacido, según afirmaba ella), Laura siempre había permanecido joven. Incluso con cuarenta años, seguía pareciendo tener veintisiete, y tal vez el único aspecto que había afectado el excesivo pasar del tiempo era su caracter, que se había vuelto más gélido con el pasar de los años.

"No era de esas madres que te dan un beso antes de dormir, y así, tampoco era frecuente que te diera muchos elogios por logros del colegio, y ni siquiera es común que llegara a regalarte muchas cosas. Creo que su corazón es demasiado frío para eso. Tal vez ella nació así"

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⏰ Última actualización: Jul 27 ⏰

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Crónica de un joven bastardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora