Capítulo 3

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Perspectiva de Hera

Canción: Slayer, Bryce Savage.


Ceno con todos sus ojos recorriéndome. Tengo a más de la mitad de estos hombres poderosos postrados a mis pies y no por la fuerte influencia de mi padre o mis hermanos, es por mí, solo por mí. Desde pequeña he sabido jugar bien mis cartas para obtener todo lo que quiero.

Mi padre puso el mundo a mis pies, pero a mí nunca me ha gustado lo sencillo, siempre quise ser yo quien tomara el mundo entre mis manos, tener un reconocimiento propio. Todos me ven como si fuera la princesita perfecta, la dama educada, frágil y complaciente, que necesita que los hombres de su familia la resguarden y francamente lo detesto, esa no soy yo. Soy una loba disfrazada de oveja. Yo tengo el poder de controlar a todos estos hombres a mi antojo.

—¿Y esa cara? —pregunto cuando mi hermano vuelve del baño.

—Ya no soporto esta farsa.

—Tranquilo, ya servirán el postre y nos podremos ir.

Mensajeo a mi supuesto novio para que pase por mí en unos minutos.

—¿Sabe que solo lo estás usando?

Giro mi cabeza hacia Pipe y cubro mi teléfono.

—No espíes.

—Soy tu hermano, tengo todo el derecho de espiar.

—Eres mi hermanito menor y yo no te digo nada por tu mala elección de novias.

—Yo no tengo novias, solo chicas.

—Quizás deberías tener una novia decente. ¿Por qué no sales con esa chica, con Roberta? Ella es una buena elección.

—Ya está marcada. Solo puede ser mi amiga.

—¿Marcada? ¿Qué es esa forma tan retrograda y machista de hablar?

Mi hermano eleva sus hombros riendo.

—¿Sabes algo acerca de la familia Rivas?

Frunzo el ceño ante el abrupto cambio en el tema de conversación.

—¿Rivas? Mmm... no, no me suenan.

Felipe asiente con su cabeza.

—¿Hay problemas?

—No, no es nada. Solo una chica nueva en mi clase.

—Una chica nueva —recalco moviendo mis cejas.

—Hera no empieces.

Mi teléfono vibra con un mensaje de Enzo. En diez minutos estará estacionado frente la puerta del restaurante. Adoro que siempre siga todas mis indicaciones al pie de la letra. Apenas termino mi postre me levanto de la mesa.

—Bueno caballeros, ha sido un placer, pero debo retirarme.

Miro a mi padre y espero por su consentimiento. Lentamente asiente con su cabeza.

—¿Vienes conmigo? —pregunto hacia Felipe.

—Tengo asuntos que atender. —Observa a mi padre reclinándose en la silla.

—No armes un escándalo aquí.

—Lo sé, tranquila. Vete.

Recojo mi abrigo y salgo del restaurant. Enzo me espera de pie junto a su coche, un flamante rolls-royce.

La Maldición de mi ApellidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora