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¡La primavera por fin había llegado! Y con ella, la temporada de apareamiento de los dragones, la época más importante para estas criaturas, ya que estas bellas bestias eran monógamas, lo que significaba que solo podían compartir su vida y su nido con uno solo de ellos, es por eso por lo que cada dragón se tomaba su tiempo con paciencia para poder elegir bien a su pareja.

Izuku Midoriya era un dragoncito muy bonito, su piel color verde brillaba cada vez que el sol se reflejaba en sus escamas, tenía unos ojos verdes enormes que lo hacían lucir tierno e inocente, lo tenía todo para ser la pareja perfecta para cualquier dragón.

Pero entonces... ¿En qué estaba fallando?

Desde el primer momento en el que su adultez llegó, ningún otro dragón había querido ser su pareja. Llegaban, lo conocían, les parecía lindo, pero eso no parecía ser suficiente para algunos y después se marchaban, había incluso quienes simplemente pasaban de largo sin voltear a verlo.

Ya habían pasado varios años desde que llegó a la adultez, por mucho tiempo tuvo paciencia y espero al dragón indicado que pudiera escogerlo, pero eso fue algo que simplemente no sucedió, y con el pasó del tiempo Izuku comenzó a perder la esperanza de encontrar el amor y aquel día pasó simplemente a ser uno más del montón, en el que ni siquiera salía de su cueva por la tristeza que le provocaba ver a los demás dragones emparejados.

Con el pasar de los años comenzó a creer que su falta de pareja se debía a que nació con un extraño padecimiento. El peliverde parecía un dragón común y corriente, sin embargo, su carencia de expulsar fuego le valieron varias burlas y malos tratos en su etapa de cachorro. Nunca creyó que aquella cosa tan insignificante le afectaría en su vida. Ahora vivía resignado en que moría completamente solo.

Un día más terminaba, en la oscuridad de la noche decidió salir de su pequeño refugio para conseguir algo de comida, en estas épocas solamente salía cunado no escuchaba más ruido en el exterior que el canto de los grillos y las ranas de la laguna cercana.

Caminó lentamente hasta la entrada de su cueva en donde se colaba la luz de la luna, y con cautela alzo vuelo, tratando de buscar algo para cazar, al no encontrar nada bueno, aterrizó en la laguna para beber un poco de agua.

-Huhg... ¿Era necesario hacer eso frente a mí? - Preguntó al aire mientras veía a una pareja de ranas hacer una danza de apareamiento. La vida si que era una mierda con él.

Antes de continuar con su búsqueda, algo en lo profundo del bosque captó su atención.

Era una llamarada, de color naranja, era bastante intensa. Poco a poco comenzó a escuchar un sonido estruendoso, se escondió tan rápido como pudo cuando identificó aquel sonido. Eran humanos.

Esas horribles criaturas envidiosas que solo cazaban dragones por su brillante piel y su carne, Izuku los despreciaba.

Se mantuvo en su escondite hasta que no escuchó nada más, por seguridad permaneció en su lugar unos minutos más, cuando se sintió listo, dio un paso al frente, pero un estruendoso y hueco sonido lo hizo retroceder asustado.

Creyendo que los humanos lo habían descubierto cerró los ojos., pero entonces, no ocurrió nada.

Agazapado salió de nuevo de su escondite, abrió los ojos, sorprendido de lo que estaba frente a él.

Era otro dragón, de eso estaba seguro.

Con la poca luz que daba la luna pudo ver que debajo de su cuerpo comenzaba a salir sangre, eso lo alarmó, con sumo cuidado hizo un chequeo rápido para ver si el dragón frente a el seguía vivo, y por suerte aún respiraba, probablemente se había desmayado durante el vuelo.

No tuvo que ser un genio para saber que aquella criatura frente a él era perseguida por los humanos de antes.

Izuku quiso dejarlo ahí a su suerte, pero su corazón de pollo se lo impidió, y sin más remedio se llevó a aquel desconocido a su cueva para curar sus heridas.

-Bien... muy bien, en cuanto el se despierte, se irá. Solo lo ayudé porque se estaba desangrando, además... su pareja debe de estar esperándolo- Izuku miró al dragón contrario, decidió tomar su distancia del cenizo y decidió echarse al otro lado de su cueva, pero sin dejar de ver a aquel dragón desconocido.

[...]

No sabía en donde estaba, lo único que Katsuki sabía era que no quería abrir los ojos, además de que su cuerpo dolía como el infierno, lo mas probable es que los humanos de la noche anterior lo hayan capturado.

No sabe ni como pasó, lo único que el cenizo recuerda es que estaba en busca de un lugar para pasar el día de apareamiento, y tal vez con suerte, conseguir pareja. De un momento a otro estaba siendo perseguido por esas estúpidas criaturas mientras trataba de encontrar una forma de perderlos.

Logró matar a unos cuantos y de distraer a los demás, aprovechó eso para alzar vuelo, sin embargo, una flecha impactó directo en su cuerpo. Debía de admitir que eso le dolió más que la vez que un grifo lo tiró de un acantilado cuando era más joven, pero ni siquiera el dolor detuvo su intento de escapar.

Después de eso último todo se volvió oscuro.

Abrió los ojos lentamente, pudo notar una cueva rustica que no conocía. Entró un poco en pánico no sabía en donde estaba, o que día era, o cualquier mierda, trato de levantarse, pero un dolor horrible lo invadió, miro su pata izquierda, estaba herida, pero parecía que había sido atendida por una especia de planta medicinal. Antes de hacer cualquier cosa, escuchó pasos acercándose hacía la cueva, y eso lo puso alerta.

-Oh...- Exclamó Izuku al ver al dragón contrario de pie.

-Estas despierto, por un momento creí que no despertarías, tu herida sangraba mucho, así que decidí curarte- Comentó el peliverde mientras dejaba un poco de carne fresca frente al rojo dragón.

-... ¿Quién eres...?- Ciertamente, Katsuki no sabía que decir, primero que nada, porque no conocía al dragón frente a él, y no sabía cuáles eran sus intenciones. Y lo segundo, pero no menos importante, el tipo le parecía lindo, era un dragón bastante bonito a su parecer, las tonalidades de verde que tenía en todo su cuerpo lo hacían ver como una bella esmeralda, sus ojos eran grandes y le daban una mirada inocente, y las pequeñas manchitas marrones que se distribuían por todo su cuerpo lo hacían ver como su tuviera algún tipo de constelación impresa en sus escamas.

-Lo siento... Soy Izuku, curiosamente estaba cerca del lugar en donde caíste, y no me pareció justo dejarte a tu suerte con humanos rondando por ahí... Así que te traje a mi cueva- Habló el peliverde mientras una de sus patas rozaba su antebrazo con incomodidad.

-¿Cuál es tu nombre...?.

Ojos Esmeralda y una luz Naranja |• KatsuDeku •|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora