21 - El valor de un ratón

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En el tiempo que llevaba por aquí, que como su hija se encargaba de recordarle cada vez más en estos días era bastante más del que le hubiera gustado admitir, Teuchi había visto la gran mayoría de las idas y venidas de la aldea que los civiles como él conocían. Gracias a ese conocimiento y experiencia, era capaz de ajustar tanto su calendario interno como el menú de su puesto de ramen tanto al clima social del momento como al físico. Por eso siempre empezaba a vender platos con mayor contenido de carne de relleno, esencial para un cuerpo en crecimiento, cuando los primeros signos del otoño florecían en el aire y los niños de cierta edad, por sus propios medios o a instancias de sus padres, se lanzaban a su entrenamiento mientras los susurros del próximo examen de selección de la Academia nacían en las brisas vespertinas.

Era un buen momento para ser vendedor, pues los que salían de las zonas de entrenamiento a las que se permitía el acceso a los civiles solían estar tan hambrientos que eran menos quisquillosos de lo normal con el lugar donde comían, pero ahora, en vísperas del examen propiamente dicho, había en el aire una clara corriente subterránea de nerviosa expectación, pues las especulaciones sobre las próximas pruebas y los rumores estaban a punto de estallar. Mientras se afanaba en cocinar, el mayor de los Ichiraku pensó que la mayoría de los niños que se esforzaban por convertirse en estudiantes en el camino del shinobi se estaban dedicando a entrenarse en el último momento, leyendo sobre temas oscuros de última hora que probablemente tendrían tantas probabilidades de aparecer en la parte escrita del examen como él de ser nombrado jefe del gremio de mercaderes o intentando en vano acostarse temprano para estar bien descansado para las tareas de la mañana,

«Buenas noches, Ayame-chan; tres cuencos de lo mejor que tengas, uno de cada carne».

Y, no por primera vez, Ichiraku Teuchi se encontró conteniendo una leve risita al comprobar una vez más que, fuera cual fuese su cliente favorito, «la mayoría de los niños» definitivamente no era uno de ellos.

Aún se estaba riendo un poco cuando el rostro de su hija apareció en la puerta de la parte trasera de la tienda, aunque antes de que Ayame pudiera hablar, levantó la pequeña olla y empezó a servir los gruesos fideos en una serie de cuencos viejos, pero aún perfectamente útiles y limpios, hablando incluso cuando ella se quedó sin palabras,

«Le he oído, Aya-chan», le aseguró a su hija, aunque no le impidió que se llevara los cuencos llenos para alimentar al ratón, sin duda hambriento, que esperaba tras el mostrador. «Saldré enseguida, dudo que veamos muchos más clientes esta noche, con los nervios que corren por el local». Ayame asintió, levantando con destreza un recipiente lleno en cada mano mientras su padre apagaba el pequeño fuego que permitía hervir el agua de su urna dejando caer la pequeña tapa metálica sobre el pozo de fuego hundido, y luego la siguió hasta la parte delantera de su bar, con una sonrisa dibujada en su ajado rostro al ver el familiar mechón de pelo rubio asomando por encima del cuello, igualmente chocante, de un mono naranja brillante,

«Hola, Naru-kun», saludó Teuchi, y el último Uzumaki apartó la mirada a regañadientes de la hipnosis virtual del cuenco humeante que Ayame le tendía en la barra para mirar al hombre mayor mientras terminaba: «¿Nervioso por lo de mañana?».

Fue casi impecable pero, para aquellos que conocían a Naruto desde casi el mismo tiempo que llevaba vivo, aún quedaba el más mínimo destello de duda en su expresión antes de que, como siempre ocurría, esbozara una amplia sonrisa que, de algún modo, se tragó cualquier inquietud, nerviosismo o miedo que pudiera haber sentido y lo enterró tan profundamente en su interior que era imposible saber que había existido alguna vez, mientras empezaba a responder animadamente a la pregunta que se le había formulado,

«No, bueno, la verdad es que no», admitió, aunque aquella duda no pareció afectar a su aparentemente inquebrantable resolución interior, ya que se encogió de hombros. «Hasta ahora he entrenado lo suficiente y, por lo que me han dicho Ten-chan y los demás con los que he hablado que han pasado el examen, he estado trabajando en todo lo correcto, así que lo único que realmente me tiene inseguro es el examen escrito", un recuerdo de hace años vagó por la mente de Teuchi, la voz incorpórea del líder de su aldea resonó en sus oídos mientras contemplaba al chico que tenía ante él; dijiste que era probable que Naruto-kun nunca fuera un estudiante ideal -no es la primera vez que creo que tenías razón, Hokage-sama-; «aunque por lo que he oído no es algo para lo que realmente puedas prepararte, se trata más de pensamiento creativo, como ver una salida a un problema que de tener que saber algo, así que no debería ser tan malo». Al ver que la figura de su hermano pequeño se animaba, Ayame sonrió con simpatía mientras se acercaba a él y le quitaba el primer cuenco vacío, pues Naruto había desarrollado de algún modo una habilidad sobrenatural para comer ramen y seguir hablando al mismo tiempo, sin que su conversación sufriera el más mínimo contratiempo,

Naruto - El Ratón de Konoha ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora