Papi y aita III

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Habían esperado a que Sofía fuese un poco más mayor para dar el paso de adoptar a un nuevo integrante para la familia, así que cuando cumplió los 5 decidieron comenzar con los trámites, viendo que era una niña madura y comprensiva. Su mayor preocupación era que no se sintiese desplazada ni que dejaban de quererla o que la estaban sustituyendo, por lo que hablaron en numerosas ocasiones con la pequeña para explicarle la situación.

Cuando dieron el paso, por segunda vez, de adoptar a un bebé, sabían que iba a llevar tiempo. No fue hasta casi los 6 años de Sofía que recibieron la llamada que tanto estaban esperando: un bebé de un añito, que había pasado por varias casas de acogida, al que querían llenar con todo el amor del que lo habían privado hasta el momento. Fue Martin quien contestó a la llamada, mientras los tres se encontraban en la cocina, preparando la cena. Sus ojos no tardaron en llenarse de lágrimas, cosa que Juanjo notó y se lanzó a abrazarlo, sabiendo que eran buenas noticias.

- Mi amor, que vas a tener un hermanito. - Dijo el vasco, dirigiéndose a su hija, levantándola de la silla para abrazarla. Juanjo, admirando la escena, no pudo evitar abrazarse a los amores de su vida, pensando que ahora serían uno más.

Pero la llegada del pequeño Ander no fue tan bonita como se imaginaban. Tenían la experiencia de Sofía, que había sido una niña muy fácil, apenas les había dado quebraderos de cabeza, y pensaban que no podía ser muy diferente con el nuevo bebé; no podían estar más equivocados. El haber estado en varias familias diferentes había hecho que Ander fuese un niño desconfiado, que se quejaba si lo cogías y rehuía del contacto físico.

Tuvieron que armarse de valentía y buscar ayuda en expertos para que la situación no les sobrepasase: era duro ver cómo su hijo desconfiaba de ellos, aunque entendían perfectamente el porqué. Tenían, al menos, la suerte de que Sofía lo estaba haciendo genial como hermana mayor, consiguiendo ganarse la confianza del bebé desde el principio, lo que les facilitaba mucho las cosas.

Cada día que pasaba era como llegar a la cima de una montaña: había momentos en los que sentían que retrocedían, pero siempre conseguían alcanzar alguna meta, por pequeña que fuese: la primera sonrisa, la primera vez que buscó la mano de Martin para sentirse más seguro, la primera vez que se quedó dormido en el pecho de Juanjo mientras este lo acariciaba. Pequeños pasitos, pero que para ellos suponían siempre una celebración.

Ander era un niño serio, que todavía no había empezado a hablar. Solía estar tranquilo, salvo cuando su hermana le hacía reír haciendo payasadas. Sofía había sido, sin duda, su salvavidas: cuando sentían que no podían más, escuchar la risa de ambos era lo que los animaba a seguir, por ellos, sus hijos.

Un día, cuando el pequeño tenía año y medio y estaba tranquilamente jugando en la alfombra bajo la atenta mirada de sus padres, se levantó para coger las manos de ambos, dirigiéndolos a donde el niño se encontraba jugando. Empezó a ponerles sus juguetes cerca y a sonreírles, queriendo que participasen en la actividad. Martin, emocionado, no dudó ni un segundo en complacer al pequeño, feliz. Juanjo, sin embargo, se quedó estático, sin saber muy bien cómo reaccionar. Todas las cosas que para él eran normales con su hija no podía hacerlas con su hijo, como hacerle pedorretas en la tripa o jugar a las cosquillas. Sentía que era un avance pero en su interior quería coger a Ander y lanzarlo mientras besaba sus rechonchos mofletes para arrancarle carcajadas.

Martin, que estaba muy pendiente de su marido, cogió la mano del mayor. - Sé que quieres mucho más, pero míralo, esto es un avance increíble, quiere que juguemos con él. Va, anímate, y dale tiempo. -

Cuando Ander cumplió los 2 años, organizaron una fiesta, a la que invitaron a los hijos de Alex y Denna. La rubia, mientras vigilaban a los niños, se acercó a Juanjo.

- Te veo bien, pero algo te preocupa. ¿Qué pasa? - Le preguntó, intentando descifrar la expresión del rostro del maño.

Juanjo recordó las largas charlas con su marido, donde hablaban de todo lo que les preocupaba, cómo ambos tenían días en los que sentían que no avanzaban y se apoyaban mutuamente, y decidió sincerarse con Denna.

- Almu, es muy duro. Adoro a mis hijos y quiero poder jugar con ellos por igual, pero no puedo, y me duele, y... -

Vio que Sofía se dirigía hacia él, con los brazos extendidos, interrumpiendo la charla que estaban teniendo. - ¡Papi cógeme! -

Juanjo la elevó en el aire, dejando besos y haciendo pedorretas en las mejillas de su hija, lo que hacía a la pequeña reír a carcajadas. Después de unos minutos, la dejó en el suelo. Fue en ese momento cuando vio a Ander, mirándolo con esos ojos azules enormes.

- ¡Papi yo también yo también! - Sonreía como nunca lo había visto hacerlo, y fue ahí cuando los ojos de Juanjo se inundaron de lágrimas, al igual que los de Martin, que observaba la escena con ternura.

- Ven aquí mi niño. - No dudó ni un segundo en cogerlo en brazos y empezar a besar la cara del pequeño por todas partes, haciéndolo reír. Se tiró en una de las colchonetas que habían puesto por el suelo para que jugasen los niños y comenzó a hacerle cosquillas.

- ¡Aita ayuda! - Dijo el pequeño entre risas, a lo que Martin respondió sin dudarlo.

- Ya voy mi amor, te voy a salvar de papi. Sofi vamos, ayúdame a rescatar a Ander. -

Y así fue como se dieron cuenta de que todo había merecido la pena, que un año después, su hijo confiaba en ellos y los quería como lo que eran, su papi y su aita.


Bueno, capítulo un poco emotivo, que me gusta un montón cómo ha quedado, espero que a vosotras también!

Os quiero mucho, gracias por estar ahí y seguir leyéndome 🥺🫶🏼☹️

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