Cautiverio

Cautiverio, Año Dos

En el oscuro confinamiento de la mansión, el equilibrio de poder se había vuelto del revés. Lo que Eva había planeado como una manipulación maestra se había convertido en su propia trampa. Alastor, con su astucia y su inquebrantable voluntad, había transformado a Eva en una sombra de su antiguo yo.

Eva, una vez la maestra de la manipulación, ahora se encontraba a merced de Alastor. Cada encuentro con él dejaba su ego desgarrado y su corazón expuesto. Alastor, con su habilidad para encontrar las debilidades de los demás, había desenterrado los temores más profundos de Eva y los había utilizado en su contra.

-Alastor, hoy Adán me miró de nuevo con esos ojos- confesó Eva, sus ojos llenos de lágrimas.

-No puedo soportarlo más. No puedo soportar ser su reemplazo- Alastor la observaba con una mezcla de compasión y cautela.

-Eva, debes mantenerte firme. No puedes dejar que él te debilite de esta manera. Debes encontrar tu propia fuerza- Pero cada palabra de Alastor solo parecía profundizar la herida en el corazón de Eva. A pesar de sus intentos por resistirse, encontraba consuelo en la presencia reconfortante de Alastor, buscando su aprobación y afecto desesperadamente.

Sin embargo, la fragilidad de Eva pronto daba paso a ráfagas de ira descontrolada. Cuando Alastor se negaba a ceder a sus demandas, Eva estallaba en furia, sus manos aferrándose al cuello de Alastor con una fuerza desesperada.

-¡Tú eres mío, Alastor!- gritaba, sus ojos brillando con una mezcla de rabia y desesperación -¡Yo decido cuándo respiras y cuándo no!- Alastor, imperturbable ante sus ataques, la enfrentaba con calma.

-Eva, debes controlarte. Esto no te llevará a ningún lado- Pero cada vez que Eva intentaba imponer su dominio, solo lograba exponer su propia vulnerabilidad. Alastor, con su paciencia infinita, la trataba como a una niña herida, consolándola y protegiéndola de sus propios demonios internos.

En varias ocasiones, durante sus arrebatos de ira, Eva fue testigo de los suaves bramidos agudos de Alastor, sonidos que resonaban en lo más profundo de su ser. Eran como los lamentos de un cervatillo joven, asustado y vulnerable ante el acecho de la muerte.

Alastor, incapaz de controlar completamente su naturaleza animal, dejaba escapar estos sonidos involuntarios cuando se sentía amenazado o acorralado. Eran una expresión de su miedo más primitivo, un recordatorio de su propia fragilidad en un mundo lleno de peligros.

Eva, con el corazón aún palpitando por los suaves bramidos de Alastor, comenzó a verlo con nuevos ojos. Aquellos sonidos, lejos de asustarla, despertaron en ella un deseo ardiente de protegerlo. Aunque Alastor era un ser temido y poderoso en el infierno, ahora veía su vulnerabilidad como una invitación a ser su guardiana.

-Alastor- murmuró Eva, su voz cargada de determinación -te prometo que nunca permitiré que nada ni nadie te haga daño. Seré tu escudo, tu guardián en este mundo oscuro y cruel- Alastor la miró con sorpresa, sus ojos brillando con una mezcla de incredulidad y burla, como podía tomarse esas palabras en serio, si era ella quien causaba que brotaran de él.

-Eva, no tienes porqué hacer esto por mí. Soy capaz de cuidarme solo- Pero Eva sacudió la cabeza con determinación.

-No, Alastor. No puedo permitirlo. Te necesito, y haré lo que sea necesario para protegerte- acaricio su rostro con adoración, anhelo y amor, con cada palabra, Eva sentía crecer dentro de ella una fuerza nueva y poderosa. Había encontrado un propósito, una razón para existir en medio de la oscuridad que los rodeaba. Mientras tanto, Alastor la observaba con una mezcla de desconcierto y temor, sorprendido por la devoción que emanaba de ella.

Así, en medio de las sombras y el caos, Eva se erigió como el guardián de Alastor, decidida a mantenerlo a salvo de los peligros del mundo exterior. Con cada día que pasaba, su obsesión se fortalecía, convirtiéndo esta interacción en una lucha constante por la supervivencia.