VII.

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Aegon despertó lentamente, su mente emergiendo de un mar de inconsciencia. Sentía su cuerpo pesado y adolorido, con una profunda sensación de vacío en su interior. Intentó moverse, pero el dolor agudo en su abdomen lo detuvo. Abrió los ojos con dificultad, su visión borrosa ajustándose gradualmente a la tenue luz de la habitación.

Lo primero que notó fue el techo familiar de la enfermería de la Fortaleza Roja. La sensación de desorientación era abrumadora, y por un momento, no supo dónde estaba ni qué había ocurrido. Lentamente, los eventos del ataque comenzaron a regresar a su mente, y con ellos, una oleada de miedo y dolor.

Giró la cabeza con esfuerzo y vio a Aemond sentado junto a su cama. La expresión en el rostro de su esposo era una mezcla de pena y rabia, sus ojos brillando con una furia contenida y un dolor profundo. Aemond le tomaba la mano con delicadeza, como si temiera hacerle daño.

–Aemond... –susurró Aegon, su voz débil y entrecortada.

Aemond apretó su mano suavemente, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas.

–Aegon, gracias a los dioses que despertaste –dijo, su voz temblorosa por la emoción contenida–. Lo siento tanto... lo siento tanto por no estar ahí para protegerte a ti y a nuestro bebé.

Aegon sintió una punzada de dolor al recordar el bebé, y sus ojos se llenaron de lágrimas. No sabía qué había pasado después del ataque, y el miedo a lo desconocido lo abrumaba.

–¿El bebé...? –preguntó con voz temblorosa, su corazón apretado por la angustia.

Aemond bajó la mirada, incapaz de sostener la de Aegon por un momento. Luego, con un suspiro profundo y doloroso, negó con la cabeza.

–No pudieron salvarlo –dijo Aemond en voz baja, su voz quebrándose–. Lo siento tanto, Aegon. Intentaron todo lo posible, pero el daño fue demasiado grave.

El dolor y la pérdida golpearon a Aegon como una ola, y cerró los ojos con fuerza, dejando que las lágrimas corrieran por sus mejillas. El vacío en su interior se hacía más profundo, y la tristeza lo envolvía completamente.

Aemond se inclinó hacia adelante, besando la mano de Aegon y sosteniéndola contra su rostro.

–Juro por todos los dioses que encontraré al responsable de esto –dijo Aemond, su voz llena de determinación y rabia contenida–. Haré que pague por lo que nos han hecho. No descansaré hasta que se haga justicia.

Aegon asintió débilmente, sintiendo una mezcla de consuelo y dolor al escuchar las palabras de su esposo. Sabía que Aemond haría todo lo posible para protegerlos y vengar esta terrible pérdida, pero el dolor de la pérdida era profundo y desgarrador.

Mientras yacía en la cama, deseo no haber salido de la Fortaleza.

••••

Mientras Aegon yacía en la enfermería, tratando de asimilar el dolor de su pérdida, una escena tensa se desarrollaba en otro lugar de la Fortaleza Roja. Jacaerys Velaryon estaba en el patio de entrenamiento, su rostro torcido por la furia mientras dirigía su ira hacia los guardias que habían acompañado a Aegon y la reina Alicent al pueblo.

–¡Inútiles! –gritó Jacaerys, sus ojos llameando con una intensidad peligrosa–. ¡Su incompetencia casi nos cuesta la vida del príncipe Aegon y la reina! ¿Cómo pudieron permitir que algo así sucediera bajo su vigilancia?

Los guardias, con la cabeza gacha y el semblante abatido, soportaban la furia de Jacaerys en silencio. Sabían que habían fallado en su deber y que las consecuencias de su falta de vigilancia eran graves.

Jacaerys no se detuvo ahí. Agarró a uno de los guardias por el cuello de la armadura y lo empujó contra la pared.

–¡Ustedes estaban ahí para protegerlos! –gritó–. ¿Qué estaban haciendo mientras Aegon era atacado? ¡Exijo una explicación!

El guardia, con dificultad para respirar por la presión de Jacaerys, intentó responder.

–Mi señor... lo siento... todo sucedió muy rápido... no tuvimos tiempo...

–¡Excusas! –rugió Jacaerys, soltando al guardia y dirigiendo su furia hacia los demás–. No quiero escuchar excusas. Quiero acción. Quiero saber quién está detrás de esto y quiero que paguen con su vida. ¡Y ustedes, si no pueden cumplir con su deber, no tienen lugar en esta Fortaleza!

Los otros guardias intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de la gravedad de la situación. Sabían que Jacaerys tenía razón en su enojo, pero también sabían que encontrar al responsable no sería tarea fácil.

Jacaerys se giró bruscamente, alejándose de los guardias con pasos pesados.

–Informen al comandante que quiero una investigación completa –ordenó–. Y asegúrense de que los responsables sean encontrados y castigados. No toleraré otra falla como esta.

Con eso, Jacaerys se marchó, su mente ardiendo con rabia.

Con pasos pesados y ojos en llamas, Jacaerys recorría los pasillos de la Fortaleza Roja, su mente bullendo con una mezcla abrasadora de ira y determinación. La idea de que estuvo a punto de perder a Aegon lo llenaba de un furor indomable. Si bien alguien había cumplido su deseo con respecto al bebé, había puesto en peligro la vida del príncipe, y eso era algo que Jacaerys no podía tolerar.

Cada paso resonaba con su determinación de encontrar al culpable y hacer que pagara por su temerario acto. No había lugar para la compasión en su corazón en ese momento, solo un deseo feroz de venganza por lo que habían hecho a Aegon y a su hijo no nacido.

Sus puños estaban apretados con tanta fuerza que las uñas se clavaban en sus palmas, pero eso no aliviaba la furia que ardía dentro de él. Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de Aegon, indefenso y herido, y su rabia se intensificaba aún más.

Al llegar a su propia habitación, Jacaerys se detuvo de golpe y cerró la puerta con un golpe. Se quedó de pie en el centro de la habitación, su respiración agitada y su mente trabajando febrilmente en un plan para encontrar al culpable.

–Te encontraré, maldito sea –murmuró, sus palabras cargadas de promesa y amenaza–. Y cuando lo haga, haré que ruegues por la muerte antes de que termine contigo.

Con cada músculo tenso y cada fibra de su ser encendida por la furia, Jacaerys se sumió en la oscuridad de sus pensamientos, prometiendo que no descansaría hasta que el responsable pagara por su crimen con el sufrimiento más profundo imaginable.

"La bestia Velaryon"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora