Capítulo 1

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Agosto 1986;

Jeongyeon.

XTC no bastaba para ahogar el escándalo que armaban los idiotas de
las últimas filas. Jeongyeon se ajustó los auriculares a los oídos.
Al día siguiente se llevaría Skinny Puppy o los Misfits. O quizás grabase una cinta especial para el autobús escolar con la música más cañera que encontrase. Ya volvería a escuchar new wave en noviembre, cuando se sacara el carné de conducir. Sus padres le habían dicho que podría coger el Impala, y Jeongyeon llevaba un tiempo ahorrando para un radiocasete nuevo. En cuanto fuera al instituto en coche, podría escuchar lo que le viniera en gana o nada en absoluto, y además dormiría veinte minutos más por las mañanas.

—Te lo has inventado — gritó alguien a su espalda.
—Que no, joder —respondió Jihyo a grito pelado—. El estilo del mono borracho, tía. Te digo que existe. Hasta te puedes cargar a alguien..
—No dices más que chorradas.
—Eres tú la que no dice más que chorradas —replicó Jihyo—. ¡Jeongyeon! ¡Eh, Jeongyeon!

Jeongyeon lo escuchó, pero no se dio por aludida. De vez en cuando, si no le hacías caso, Jihyo cambiaba de víctima. Saber eso te salvaba un ochenta por ciento de las veces cuando tenías la desgracia de que Jihyo viviera en la puerta de al lado. El otro veinte por ciento te limitabas a agachar la cabeza...

Algo que Jeongyeon acababa de olvidar. Una bola de papel le golpeó la coronilla.

—Eran mis apuntes de educación sexual, gilipollas —Protestó Momo.
—Lo siento, nena —replicó Jihyo—. Yo te daré clases de educación sexual, ¿qué quieres saber?
—Enséñale la postura del mono borracho —dijo alguien.
—¡JEONGYEON! —gritó Jihyo.

Jeongyeon se quitó los auriculares y se giró para mirar. Jihyo se erguía imponente en la zona del fondo. Incluso sentada seguía siendo más bajita de lo que parecía. Los objetos que rodeaban a Jihyo parecían siempre sacados de una casa de muñecas.

A veces Jeongyeon se preguntaba si saldría con Momo para tener una pinta aún más imponente. Casi todas las chicas de la zona de Flats eran algo más altas, pero Momo apenas llegaba al metro sesenta.

Una vez, en primaria, un chaval se metió con Jihyo. Le dijo que sería mejor que no tuviera hijos con Momo, porque si lo hacía, los bebés serían tan enormes que la matarían. Jihyo le atizó con tanta fuerza que se rompió el dedo meñique.

Cuando se enteró de lo sucedido, el padre de Jeongyeon comentó: "Alguien debería de enseñarle al hijo de los Park a dar puñetazos como dios manda". Jeongyeon esperaba que nadie lo hiciera, el chaval pasó una semana sin poder abrir los ojos.

Le lanzó a Momo sus deberes arrugados y ella los cogió al vuelo.

— Jeongyeon —gritó Jihyo nuevamente—. Explícale a Sana en qué consiste el estilo del mono borracho en kárate.
—No engo ni idea —se escaqueó ella.
—Pero existe, ¿verdad?
— Creo que por ahí lo he debido de escuchar.
—¿Lo ves? —dijo Jihyo. Buscó algo que tirarle a Sana y al no encontrar nada, la señaló con el dedo—. Te lo he dicho, joder.
—¿Y qué cojones sabe Jeongyeon de Kung-fu? —preguntó Sana.
—¿Eres idota o qué? —respondió Jihyo. Su madre es china.

Sana miró a Jeongyeon con respeto, esta le sonrió y entornó los ojos.

—Sí, ya lo veo —dijo Sana—. Siempre había creído que era mexicana.
—Mierda, Sana —la observó Jihyo—. Eres una puta racista.
—No es china —intervino Momo—. Es coreana.
—¿Quién? —preguntó Jihyo.
—La madre de Jeongyeon.

La madre de Jeongyeon llevaba cortándole el pelo a Momo desde primaria. Ambas lucían el mismo peinado idéntico.

—Es una tía buena, eso es lo que es —dijo Jihyo partiéndose el culo de la risa—. No te ofendas, Jeongyeon.

Ella esbozó otra sonrisa y se arrellanó en el asiento a la vez que se ponía los cascos y subía el volumen. Seguía oyendo a Jihyo y a Sana cuatro filas por detrás.

—¿Y qué más da? —preguntaba Sana.
—Tía, a nadie se le ocurriría luchar con un mono borracho. Son enormes, osea, como en "Duro de pelar", ¿te imaginas que se te caga encima?

Jeongyeon llevó su atención a la recién llegada a la vez que todos los demás. Estaba de pie al principio del pasillo, junto al primer sitio libre.
Había un chico sentado al otro lado de aquél asiento doble, uno de primero. Este colocó la mochila en el espacio vacío y apartó la vista. A lo largo del pasillo, todos los que disfrutaban de un asiento para ellos solos, se deslizaron hacia la parte exterior. Jeongyeon oyó que Momo ahogaba una risilla. Se lo pasaba en grande con aquellas situaciones.
La nueva inspiró profundamente y seguía avanzando, nadie la miraba. Jeongyeon intentó hacer lo mismo, pero la chica atraía su mirada como lo haría un accidente ferroviario o un eclipse.
Tenía pinta de ser la típica a la que siempre le pasan ese tipo de cosas.
No solo era nueva, también algo fofa y patosa, con el pelo alborotado, rojo y rizado. E iba vestida como si le gustase dar la nota, o quizás no se diera cuenta de lo mucho que cantaba. Llevaba una camisa lisa, de hombre, media docena de collares estrafalarios y unos cuantos pañuelos enrollados en las muñecas. A Jeongyeon le recordó a un espantapájaros o a una de esas muñecas quitapenas que su madre guardaba en la cómoda. Algo que no sobreviviría mucho tiempo a la intemperie.
El autobús volvió a detenerse para recoger a otro puñado de chicos. Los recién llegados empujaban a la pelirroja a un lado y ocuparon sus asientos.
Ese era el problema: todo el mundo tenía ya un sitio asignado, se lo habían apropiado el primer día de clase. la gente como Jeongyeon, que tenía la suerte de haber conseguido uno doble, no pensaba compartirlo. Sobre todo, no con alguien como ella.

Jeongyeon volvió a mirarla, la nueva seguía en el mismo sitio de pie.

—Eh, tú —gritó el conductor—, siéntate.

Ella echó a andar hacia el fondo del autobús, hacia las fauces del lobo. "Ay madre", pensó Jeongyeon, "detente". "Da media vuelta". Casi podía oír como Jihyo y Sana se relamía a medida que la nueva se acercaba.
En aquel momento, ella divisó un espacio libre cerca de Jeongyeon. Su cara se iluminó y avanzó hacia allí aliviada.

—Eh —la avisó Momo.

La otra siguió avanzando.

—Eh —repitió Momo—. Tarada.

Jihyo se echó a reír, sus amigos la imitaron al momento.

— No te puedes sentar ahí — la informó Momo—. Ese es el sitio de Mina.

La chica se detuvo, miró a Momo y luego otra vez al asiento vacío.

—Siéntate. —gritó el conductor.
—Tengo que sentarme en alguna parte —protestó la chica con voz firme y tranquila.
—Y a mí que me cuentas —le espetó la otra.

El autobús dio una sacudida y la nueva se echó hacia atrás para no caer. Jeongyeon intentó subir el volumen del Walkman pero ya lo tenía al máximo. Volvió a mirar a la chica; parecía a punto de echarse a llorar y casi sin darse cuenta de lo que hacía, Jeongyeon se deslizó hacia la ventanilla.

—Siéntate —dijo. Lo soltó en tono brusco. la nueva se volvió a mirarla, como si se preguntara si se las estaba viendo con otra capulla o qué—. Joder —insistió Jeongyeon en voz baja, señalando con un gesto el espacio libre que tenía al lado—. Siéntate.

Ella se sentó. No dijo nada (afortunadamente, no le dio las gracias) y dejó quince centímetros de separación entre ambos.
Jeongyeon se giró hacia la ventana de plexiglás y esperó a que le echaran encima la caballería.

Entre casetes | 2YEON adaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora