Capítulo 8

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Jeongyeon.

Ella leía sus cómics.
Al principio, Jeongyeon creyó que se lo estaba imaginando. Se sentía observada todo el tiempo, pero cuando se volvía a mirarla la encontraba siempre con la cabeza gacha.
Por fin comprendió que le miraba el regazo. No en plan grosero. Leía los cómics; Jeongheon la veía mover los ojos.
No sabía que un pelirrojo pudiera tener los ojos marrones. (No sabía que una persona pudiera ser tan pelirroja. Ni tan pálida.) Los ojos de la nueva eran aún más negros que los de la madre de Jeongyeon, muy oscuros, casi como dos orificios en su rostro.
Dicho así, parecía algo malo, pero no. Tal vez la mirada fuera su rasgo más bonito. A Jeongyeon le recordaba a los dibujos que algunos artistas hacían de Jean Grey en pleno proceso telepático, con unos ojos como velados y extraños.
Aquel día la nueva llevaba una enorme camisa de hombre adornada con conchas marinas. Las solapas debían de ser enormes, como las de una camisa disco, porque las había cortado y se estaban deshilachando. Llevaba una corbata de hombre enrollada a la coleta, como si fuera una gran cinta de poliéster. Tenía una pinta absurda.

Y estaba leyendo los cómics de Jeongyeon.
Jeongyeon sintió que debía decirle algo. Siempre tenía la sensación de que debía dirigirle la palabra, aunque solo fuera para saludar o disculparse. Sin embargo, no había vuelto a decirle nada desde aquel día que le habló mal, y ahora la situación se había vuelto irreversiblemente rara. Durante una hora al día. Treinta minutos de ida y treinta de vuelta.
Jeongyeon no dijo nada. Se limitó a abrir más el cuadernillo y a pasar las páginas más despacio.

Nayeon.

Su madre parecía cansada cuando Nayeon llegó a casa. Más de lo normal. Tensa, a punto de desmoronarse.
Más tarde, cuando los críos entraron como una tromba después de las clases, la madre perdió los nervios por una tontería —Lia y Felix se peleaban por un juguete— y los mandó a todos al jardín por la puerta trasera, Nayeon incluida.
Esta se quedó tan perpleja que permaneció un momento plantada en la escalera, mirando el rottweiler de Richie. Se llamaba Tonya, en honor a la ex del hombre. Se suponía que Tonya — Tonya, la perra— era una «devora hombres», pero Nayeon siempre la veía medio dormida.
Llamó a la puerta.
—¡Mamá! Déjame entrar. Aún no me he bañado.
Normalmente se bañaba al volver del instituto, antes de que Richie llegase a casa. Así se libraba de andar angustiada por la falta de puerta en el baño, sobre todo desde que alguien había arrancado la cortina.
Su madre no le hizo caso.
Los niños ya estaban en el parque. La casa nueva estaba pegada a un colegio —el cole al que asistían Lia, Felix y Chaeyoung— y el jardín trasero daba al patio de juegos de la escuela.
Nayeon no sabía qué hacer, así que caminó hacia Lia, que jugaba junto a los columpios, y se sentó en uno. El tiempo empezaba a cambiar. Ojalá se hubiera llevado una chaqueta.

—¿Y qué haréis cuando haga
demasiado frío para jugar aquí fuera? — le preguntó a Lia, que se sacaba coches Matchbox del bolsillo para hacer una fila en el suelo.
—El año pasado —repuso ella— papá nos mandaba a dormir a las siete y media.
—Jo. ¿Tú también? ¿Por qué lo llamáis así?
Nayeon hizo esfuerzos por no hablar con demasiada brusquedad.
Lia se encogió de hombros.
—Pues porque está casado con mamá, ¿no?
—Sí, pero... —Nayeon recorrió las cadenas del columpio con las manos.Luego se las olió—. Nunca lo hemos llamado así. ¿Tú tienes la sensación de que es tu padre?
—No sé —dijo Lia sin inmutarse —. ¿Qué sensación es esa?
Como ella no respondió, Lia siguió ordenando los coches. La niña necesitaba un corte de pelo. Los rojizos bucles le llegaban casi hasta mitad de la espalda. Llevaba una vieja camiseta de Nayeon y unos pantalones de pana que la madre había cortado a la altura del muslo. Empezaba a ser demasiado mayor para todo aquello, para los coches y los columpios. Tenía once años. Los chicos de su edad jugaban al baloncesto o se reunían en algún rincón del parque. Nayeon tenía la esperanza de que su hermana tardase aún un tiempo en hacer el cambio. En aquella casa no había espacio para ser adolescente.
—Le gusta que le llamemos papá —aclaró Lia, añadiendo coches a la fila.
Nayeon miró hacia el parque. Felix jugaba al fútbol con un grupo de niños. Chaeyoung debía de haberse llevado al más pequeño a alguna parte con sus amigas...
Antes, era Nayeon la encargada del bebé. No le habría importado ocuparse ahora, al menos estaría distraída, pero Chaeyoung no quería que la ayudara.
—¿Y qué tal estuviste? —preguntó Lia.
—¿Qué tal estuve cuándo?

—En casa de esa gente.
Nayeon se quedó mirando el sol, que estaba a punto de hundirse en el horizonte.
—Bien —respondió. Fatal. Muy sola. Mejor que aquí.
—¿Tenían hijos?
—Sí. Muy pequeños. Tres. —¿Tenías una habitación para ti? —Más o menos.
Estrictamente hablando, no había
tenido que compartir la salita de los Hickman con nadie más.
—¿Eran simpáticos?
—Sí... sí. Eran muy simpáticos. No tanto como tú.
Al principio fueron simpáticos. Pero luego se cansaron.

Se suponía que Nayeon solo se iba a quedar unos días, una semana quizás. Solo hasta que Richie se calmase y la dejase volver a casa.
—Será como una fiesta pijama —le dijo la señora Hickman a Nayeon la noche de su llegada mientras le preparaba el sofá.
La señora Hickman —Tammy— conocía a la madre de Nayeon del instituto. Había una foto de la boda de los Hickman encima de la tele. La madre de Nayeon era la dama de honor. Llevaba un vestido verde oscuro y una flor blanca en el pelo.
Al principio, su madre la llamaba casi cada día después de las clases. Al cabo de unos cuantos meses, las llamadas cesaron. Resultó que Richie no había pagado la factura del teléfono y se lo habían cortado. Nayeon no lo supo hasta varias semanas más tarde.
—Llamaremos a los servicios sociales —le decía el señor Hickman a su esposa. Pensaban que Nayeon no los oía, pero la habitación donde dormía estaba pegada al salón—. Esto no puede continuar, Tammy.
—Andy, ella no tiene la culpa.
—Yo no digo que tenga la culpa, solo digo que nadie nos ha preguntado.
—No es ningún engorro.
—No es nuestra hija.
Nayeon se esforzó en causar las
mínimas molestias posibles. Aprendió a dominar el arte de estar en una habitación sin dejar el menor rastro de su paso por ella. Nunca encendía el televisor ni pedía que le dejaran llamar por teléfono. Jamás repetía a la hora de la cena. No les pedía nada a Tammy y al señor Hickman. Y como ellos nunca habían tenido un hijo adolescente, no se les ocurrió que Nayeon pudiera necesitar nada. Ella se alegró de que no conocieran la fecha de su cumpleaños...
—Pensábamos que te habías marchado —decía ahora Lia mientras empujaba un coche por la tierra. Se diría que hacía esfuerzos por no llorar.
—Mujer de poca fe —bromeó Nayeon, dándose impulso para columpiarse.
Echó un vistazo a su alrededor buscando a Chaeyoung y la vio sentada junto a los chicos que jugaban al baloncesto. Nayeon los conocía a casi todos del autobús. Aquella asiática tan cretina estaba con ellos y saltaba más de lo que Nayeon hubiera podido imaginar. Llevaba un pantalón negro hasta la rodilla y una camiseta en la que se leía «Madness».
—Me largo —le dijo Nayeon a Lía. Bajó del columpio y le empujó la cabeza con cariño—, pero solo a casa. No te preocupes.
Volvió a entrar en la vivienda y cruzó la cocina antes de que su madre pudiera protestar. Richie estaba en la sala. Nayeon pasó por delante del televisor, mirando directamente al frente. Le habría gustado llevar chaqueta.

Entre casetes | 2YEON adaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora