𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈𝐈𝐈.

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Todos estaban sentados alrededor de la mesa, disfrutando de la cálida compañía familiar. Simon y Willie ocupaban un lado, con su hija Emily sentada entre ellos, mientras que Louis y Moritz, tomados de la mano, formaban un círculo de afecto y unión. La cena estaba a punto de ser servida, y la atmósfera se llenaba de risas y conversaciones alegres.

De repente, un estruendo sacudió la tranquilidad del hogar. Una piedra atravesó la ventana con una fuerza inesperada, esparciendo fragmentos de vidrio por el suelo. El susto inicial dio paso a un silencio cargado de sorpresa y preocupación.

Louis, a pesar de su avanzada edad, sintió un vuelco en el corazón. Con una sonrisa amplia que apenas podía contener, se levantó de un salto y corrió hacia la puerta, sus pasos apresurados resonando en la casa. Al abrir la puerta, el aire fresco de la noche le golpeó el rostro, pero nada podía compararse con la oleada de emociones que sintió al ver a quien más ansiaba.

Allí, de pie bajo el tenue resplandor de la luna, estaba Isaac, su hermano menor. Los años se reflejaban en sus rostros, marcados por arrugas y canas, pero los lazos de sangre y amor seguían intactos. Louis se quedó inmóvil por un instante, los recuerdos de su infancia y juventud pasando fugazmente por su mente. Sin embargo, no pudo contenerse por mucho tiempo. Con lágrimas en los ojos, corrió hacia Isaac y lo abrazó con fuerza.

Isaac, con una sonrisa igual de amplia y los ojos brillantes, devolvió el abrazo con la misma intensidad. Ninguno de los dos necesitaba palabras para expresar lo que sentían en ese momento; el abrazo lo decía todo. Era un reencuentro lleno de nostalgia, alegría y una profunda sensación de alivio.

Dentro de la casa, Simon, Willie, Moritz y Emily observaban la escena con sonrisas y lágrimas de felicidad. La pequeña Emily, sin entender completamente el trasfondo, sintió la emoción en el aire y se unió a sus padres en la puerta, viendo cómo los dos hermanos se reconectaban después de tanto tiempo.

Finalmente, Louis y Isaac se separaron, aunque sus manos permanecieron entrelazadas. Con una voz entrecortada por la emoción, Louis dijo:

—Isaac, has vuelto. Te he extrañado tanto, hermano.

Isaac asintió, incapaz de hablar por un momento. Luego, con voz temblorosa pero llena de cariño, respondió:

—Yo también, Louis. No hay un solo día que no haya pensado en ti.

Con una nueva oleada de lágrimas, Louis lo guió hacia adentro. La cena, ahora más especial que nunca, los esperaba. Pero más que la comida, lo que llenaba la casa era el amor y la unión de una familia que, pese al tiempo y la distancia, seguía tan fuerte como siempre.

Cuando Louis e Isaac entraron en la casa, la calidez del hogar los envolvió como un abrazo. Simon y Willie se acercaron para dar la bienvenida a Isaac, llenando el ambiente de risas y abrazos. Emily, la nieta de Louis, observaba la escena con curiosidad y un poco de timidez. Era la primera vez que veía en persona al hermano de su abuelo, de quien tanto había oído hablar.

Con pasos tímidos, Emily se acercó a Isaac. Su abuelo Louis, con una sonrisa alentadora, le dio un suave empujón hacia adelante.

—Emily, cariño, ven a saludar a tu tío abuelo Isaac —dijo Louis con ternura.

Emily levantó la vista, sus grandes ojos reflejando una mezcla de nerviosismo y emoción.

—Hola, tío abuelo Isaac —saludó con una vocecita apenas audible.

Isaac se arrodilló para estar a su altura, sus ojos llenos de una amabilidad que rápidamente disipó los temores de la pequeña.

—Hola, Emily —respondió suavemente, ofreciéndole una mano—. Es un placer conocerte al fin.

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