7. Como se forjan los hilos

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Thousand Years - Bars and Melody

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Thousand Years - Bars and Melody

Me coloqué la tiara de oro luego de asegurarme de que mi cabello estuviera perfectamente recogido en un peinado alto, decorado con botones y horquillas del mismo material

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Me coloqué la tiara de oro luego de asegurarme de que mi cabello estuviera perfectamente recogido en un peinado alto, decorado con botones y horquillas del mismo material. Todo en su lugar.

Suspiré mientras me miraba al espejo de mi habitación, ya lista para recibir a las deidades que habían viajado durante semanas al Olimpo para escuchar lo que tenía que decirles. Observé el maquillaje oscuro con polvo de oro que llevaba en los ojos, los labios rosas y los aretes que colgaban de mis orejas, también de oro, a juego con el collar que resaltaba sobre mi capa.

Ese día tenía una capa azul rey, que hacía relucir todavía más los accesorios de oro que me cubrían y mis ojos color miel. Y bajo esa capa un vestido que apenas sí cubría las partes importantes de mi cuerpo. Una falda con pliegues color crema semitransparente que se arrastraba al caminar era lo más grande de mi atuendo. Tela del tono de mi piel con múltiples incrustaciones subía en forma de V desde mi cintura hasta los hombros, dejando al desnudo un gran escote y casi toda mi cintura. Lo abrochaba un cinturón delgado con la insignia de los Dioses Guardianes. No tenía nada en la espalda ni en los brazos. Un vestido revelador, como le gustaban a Diana, la líder ninfa de las Oréades.

Ella decía que debía vestirme como si no pudieran herirme, luciendo mi piel con libertad. Algo a lo que todavía no me acostumbraba y por eso solía llevar capas sobre esos vestidos tan reveladores.

Me puse de pie, observando lo ceñido que era a mi cuerpo, como una segunda piel, al menos la parte de arriba. El vestido se sujetaba a mi piel, por lo que no se abrochaba tras mi cuello. Debía dejar a la vista la marca de los Dioses Guardianes de mi cuello, por eso el cabello lo había recogido bien en alto.

Tomé aire y me coloqué los brazaletes dorados, lo único que me faltaba. Los zapatos eran algo incomodos, pero eran preciosos.

Cuando tocaron la puerta supe quién era antes de abrirla con mi magia. La presencia de Andrew podría sentirla desde dos pisos abajo.

No miré hacia la puerta mientras se abría, estaba muy ocupada dándome animo moral para salir así vestida, como si fuera una noble o parte de la realeza. Ni siquiera Atenea se vestía así antes, aunque claro, ella no lo necesitaba.

Kamika: Dioses SupremosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora