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Leah

—¿Quién es? —pregunta Kadal por el telefonillo.

No la he avisado de que veníamos porque quiero pillar a Seth desprevenido y también porque sé que ella trataría de disuadirme. Está atontada por esa cosa con aspecto de chico.

Quiero responder, pero Azel se me adelanta, acercando los labios al interfono.

—Su pedido ha llegado —dice, con tono de repartidor.

—¿Qué pedido? —inquiere Kadel confusa.

—Una aguafiestas tocapelotas y un pobre diablo con extra de mala suerte —le responde sin dudar.

—¿Qué? —Kadal parece empezar a pensar que se trata de algún niño gastándole una broma.

Le doy un empujón a Azel y él se toca el brazo con una expresión agraviada.

—Soy yo, Leah. Abre.

—¿Leah? ¿Qué haces aquí?

—Venimos a ver la película con vosotros —la informo.

Al otro lado de la línea se hace un silencio decepcionado.

Azel ríe y murmura "Aguafiestas tocapelotas" a mi espalda.

—Ah... bueno, vale. Sube —claudica mi amiga de mala gana, y se escucha el zumbido de la cerradura siendo liberada.

Como vive en el sexto, no nos queda otra que tomar el ascensor. Es extraño estar parada en un espacio tan reducido, junto a un ser maligno que me haría daño si no fuera porque alguna norma molesta se lo impide. Azel tiene la espalda apoyada contra el espejo y la nuca echada hacia atrás, pero sus ojos no se apartan de mí. Me observan con una curiosidad casi clínica.

—¿Tanto te duele? —pregunta cuando vamos por el cuatro piso y me masajeo el hombro.

—Más de lo que tú podrías soportar.

—¿Por eso tomas más narcóticos que toda la ciudad de Los Ángeles junta?

Suelto un bufido. ¿Qué sabrá él de vivir con dolor crónico? ¿De pesadillas recurrentes? ¿De culpa? ¿De la angustia que te carcome por dentro y no sana? ¿Siente dolor acaso? Me gustaría comprobarlo y me vienen ideas fantásticas de cómo provocárselo yo misma.

—Hum —se burla tras unos instantes de mirarnos en silencio—. ¿Estás fantaseando conmigo, Leah? ¿Es algo muy violento?

Me río sin querer porque ha acertado. Hay momentos cuando parece leerme los pensamiento y eso no es bueno. Me trago la risa y recuerdo que es un ser peligroso.

El ascensor se detiene y las puertas se abren, salvándome de tener que responder.

La sexta planta aún está iluminada, gracias a los ventanales que ofrecen unas bonitas vistas a la ciudad de Sacramento y nos permite divisar lo que queda del sol en el horizonte. Igual de impresionantes que las que se ven desde el salón de Kadal, lo que más me gusta de su casa. Es como vivir en las nubes.

Azel da un respingo al ver la luz, pero enseguida se recompone y sale del ascensor como si nada. Frunzo el ceño. ¿Y si son vampiros? No tiene sentido, porque hemos estado esa misma tarde bajo el abrasante sol de California en la cancha de baloncesto pero... ¿A qué ha venido esa reacción y lo de no querer salir a la calle antes?

Kadal ha debido escuchar el ascensor porque abre la puerta antes de que tenga ocasión de tocar el timbre. La penumbra que la rodea me toma por sorpresa. Su familia ama el ventanal que ocupa toda la pared del salón y las vistas que ofrece, tanto de día como de noche. Nunca antes había visto las cortinas echadas.

El Lector de Pecados (Dark Romantasy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora