Capítulo 1 . Visibilidad de lo invisible. (TIZ)

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Lo importante es ver aquello que resulta invisible para los demás.

—Anya, ¿recuerdas cuando éramos niñas y teníamos que dibujar lo que queríamos ser cuando fuéramos grandes? —le pregunté con nuestros brazos entrelazados.

Esa era una pregunta que recordaba desde que iba en el jardín de niños y que la maestra —muy entusiasmada— empezó a preguntar a cada uno de sus alumnos.

Claro que me sorprendí al haber recordado esa misma pregunta en estos momentos, «¿había tenido esa misma expresión a la edad de 5 años cuando escuché esa pregunta por primera vez?» —me pregunté de inmediato y lo medité por un instante.

A una edad tan inocente, donde nuestros pensamientos son demasiado puros, inofensivos, ingenuos, etc., como para llegar a entender que las cosas malas son elementos, objetos, situaciones que llegaran en cualquier momento a nuestras vidas, pero que a una edad en donde no alcanzamos a entender en realidad todos esas situaciones, terminamos por sobrellevarlas, a olvidarlas, ya que a esa edad no somos lo suficientemente consiente de los retos que la vida nos tendría con el paso del tiempo pero que debemos de estar preparados para esos días, ya que, de algún u otro modo, llegarían.

Más sin en cambio, al ir madurando, al ir creciendo, el mundo va cambiando y con ello nosotros también; nos va forjando para darnos cuenta verdaderamente de las situaciones que creíamos haber entendido antes. Junto con ello, vienen los retos y experiencias de la vida, los buenos y malos momentos que tenemos que experimentar para crecer de verdad, que contribuirán a formar la persona que queremos llegar a ser y poder crecer.

En mi cabeza, esa pregunta no dejó de darme vueltas. Me sentí tonta de haberla recordado un día como este.

—Creo que estábamos todos equivocados. —continue secamente.

Sentí una breve pausa de su parte al estar caminando justo a su lado.

Me arrepentí al instante de haberme declarado así con ella.

La miré de reojo ya que se me estaba haciendo muy incómodo su silencio.

Ni siquiera tenía una respuesta concreta a mi propia interrogante y lo único que salió de mi boca fue una verdad que no quería que ella escuchara.

Hasta ahora, lo único que tenía era mi propia fuente de inspiración que había ido forjando con los años. Los dibujos, obras que había estado construyendo me daban la idea de lo quería hacer con mi vida: convertirme en una artista reconocida y no tener miedo de que alguien me dijera lo contrario.

Exponer mis obras en museos famosos, ver que a alguien más le interesaba mi trabajo como artista, convertirme en una fuente de inspiración para alguien más.

Ese era mi sueño, más sin en cambio, no todo lo que deseas se vuelve realidad al tiempo en que lo deseas o lo necesitas.

Todo ese talento que llevaba dentro de mí solo lo conocían dos personas, pero sólo una seguía conmigo.

Siempre intenté inspirar a las personas de alguna u otra manera a través de cómo veía las cosas, a través de lo único que sabía hacer bien. Así fue cómo mi abuela se convirtió en la cómplice número 1 de mi trabajo, la unica persona que supo lo que realmente quería ser, una persona contenta y feliz por tener aunque sea un pincel y un lienzo en donde pintar para así demostrar que no se necesitaba de mucho para poder crear, solo lo básico para empezar.

En ese largo camino que aún sigue en proceso, ella fue un pilar muy importante, de echo, ella fue la semilla que se sembró en mi corazón, la que me ayudó a ir madurando, a ir creciendo paso a paso, hasta alcanzar a ver desde lo alto lo que en verdad llevaba dentro de mí ser.

Verte MejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora