Capítulo 2 . Ojos que no ven. (TIZ)

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Los exámenes de la vista son considerados una tortura medieval en estos días.

A estas alturas ya estaba experimentando la primera tortura: Quedarse parcialmente ciega.

Mi visión se volvía gradualmente más borrosa. Una vez que las gotas hicieron efecto, tuve que esperar a que alguien saliera y anunciara mi nombre una vez más para pasar a la siguiente prueba.

Ni siquiera había tomado el tiempo de cuánto había estado esperando en aquella sala junto con Anya ya despierta, y no pude hacerlo a continuación ya que mi visión ya no era la misma.

Al estar experimentando los efectos de las gotas sobre mis ojos, todo a mi alrededor se tornó muy extraño y borroso. Se sentía pesado ver más allá, las luces parpadeaban a mi alrededor y puedo asegurar que la incomodidad iba a durar todo lo que restaba de mi día.

«No puedo ir a la cafetería en este estado —empecé sobre pensar todas las cosas catastróficas que pasarían si este efecto no se me pasaba— no alcanzo ni a ver el rostro de Anya, no veo ni alcanzo a leer nada, ¿Qué va a pasar con mi estudio de arte y»

—¿Qué es exactamente lo que te pusieron en los ojos? —se entrometió Anya antes de acabar con mis problemas mentales.

Después de haberle explicado lo que había pasado en aquella sala y el efecto de aquellas gotas que me habían aplicado, ella se quedó con la misma duda como si no se la hubiera aclarado nada.

—¿Son unas gotas para dilatar la pupila? —volvió a argumentar. —¿Y para que se supone que sirve eso?

—Para pasar a la siguiente revisión. —añadí de mala gana mientras seguía con los ojos cerrados y la cabeza recargada sobre la pared que tenía detrás. —Eso es lo único que sé. Se supone que las gotas tardarán aproximadamente 15 minutos en hacer efeto.

—¿Efecto? —volvió a preguntar. —¿Acaso te quedaras ciega temporalmente?

No respondí a eso.

Eché el aire de mala gana e hice lo que la doctora me había ordenado relajarme, aunque a estas alturas, nada ni nadie podría hacerlo.

Me mantuve con los ojos cerrados todo el tiempo posible ya que no podía ver nada si los abría.

A medida que pasaba el tiempo, alcanzaba a escuchar nombres que no me correspondían.

Eso me hizo entrar en más angustia. El tiempo no estaba a mi favor y tenía que acelerar las cosas para terminar con esto de una vez por todas.

—¿A qué te referías con estar equivocados, Tiz? —la voz de Anya volvió a hacerse presente después de minutos de silencio.

Mis ojos se abrieron de golpe escucharla decir eso.

Creí que ya lo había olvidado. Yo ya lo había olvidado. Ahora estaba cargando con cosas nuevas que jamás en mi vida había experimentado y el comentario de Anya se volvió más pesado esta vez.

Sentí algo raro en mis ojos al intentar acostumbrarme a la borrosidad causada por las gotas. Era como si estuviera cargando con algo muy pesado dentro de ellos, como si estuvieran llenos de arena, impidiéndome ver con claridad. Los colores y las formas a mi alrededor se mezclaban, dándome una sensación de irrealidad.

Sentí una punzada de incomodidad al darme cuenta de que Anya había retomado ese asunto en un momento tan vulnerable.

—Olvídalo —le respondí, intentando mantener la calma. —No es nada, tan solo Olvídalo, ¿sí?

—Yo dibujé una veterinaria con un montón de animales a mi alrededor. —prosiguió mi amiga ignorando mi propio comentario. —Y sabes una cosa aun no he podido conseguirlo.

Me sentí mal al escucharla decir eso.

—Pero a pesar de eso —declaró una vez más —he podido ayudar a muchos animales con el paso del tiempo sin siquiera tener mi propia veterinaria, eso es lo que verdaderamente cuenta. No importa tener el sitio ni el lugar, lo que en verdad importa es tener las ganas, la iniciativa, el amor y la pasión para seguir con lo que amas, con los recursos que tienes disponibles para realizar ese sueño que siempre ha estado ahí.

Ya no sabía si era la solución que me estaba haciendo efecto en los ojos o mis propias emociones me estaban llenando los ojos de lágrimas.

Recordaba vivamente ese día en la escuela, cuando había dibujado a una pintora con un gran lienzo lleno de colores vibrantes. En ese entonces, mi suelo había parecido tan claro y alcanzable.

—Yo dibujé a una artista —le dije con la voz entrecortada. —Ese siempre fue mi sueño.

—Y lo estas logrando, Tiz. Eres una artista increíble. —reconoció ella mientras me alcanzaba mis manos escondidas debajo de mis rodillas. —Como lo he dicho antes, no se necesita del sitio, del dinero o de más cosas materiales. Lo que en verdad importa es tener el deseo, el talento, el amor, la pasión para seguir avanzando en ese gran sueño que una vez alcanzamos a ver. Tenemos que creer en nosotras mismas porque si no lo hacemos, nadie más lo hará.

Parpadeé con la vista borrosa y me detuve de nuevo en la pared en donde había visto los cuadros llenos de bellos paisajes.

Sabia que Anya tenia buenas intenciones al decirme esas palabras, pero aquella pregunta resonaba en mi mente como un recordatorio de lo que podía perder si no lo lograba.

—¿Qué te preocupa tanto hoy? —me preguntó Anya con angustia en la voz.

—Es solo que estoy preocupada con mi vista. No sé cómo podría seguir pintando si no puedo ver bien —admití finalmente.

Anya me puso una mano sobre mi hombro, ofreciéndome su apoyo.

—Tiz, eres más fuerte de lo que crees. Tu arte no se trata sólo de lo que sientes. Encontraras una manera, siempre lo haces.

Empecé a parpadear rápidamente, intentando aligerar los efectos de la solución.

Tomé sus manos con más firmeza.

Asentí, tratando de aceptar las palabras de mi amiga.

La incomodidad persistía, pero también la pequeña chispa de esperanza. Sabía que enfrentaría desafíos, pero con el apoyo de Anya y el recuerdo de mi abuela, estaba decidida a no dejar que nada ni nadie apagara mi pasión.

Ni siquiera mis padres, quienes me conocían de toda la vida, pero no así mis verdaderos deseos y pasiones, iban a interponerse en mis planes futuros.

Tan solo era cuestión de hacerles saber qué era lo que quería hacer con mi propio futuro, con mi propia vida.

No iba a ser una tarea fácil de decir, pero iba a encontrar la forma de hacerlo.

El sonido de mi nombre rompió ese momento.

Una mujer joven con una bata similar a todas las que usaban aquí me llamó para pasar al siguiente consultorio.

Mis lágrimas aguantaron salir. Agradecía mi fuerza voluntad de no haberlo hecho, mucho menos en un lugar como este.

—En cuanto lleguemos a la cafetería seguiremos hablando del asunto, ¿me lo prometes? —declaró Anya una vez más.

Asentí mientras me ponía de pie y caminaba directo hacia el consultorio de mi derecha.

Sabía que, pase lo que pase, encontraría la manera de seguir creando, tal y como mi abuela lo había hecho con sus plumas estilográficas. lo importante es ver aquello que resulta invisible para los demás.

Verte MejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora