Dalila caminaba hacia la oficina de su compañero de trabajo, Héctor. La jornada laboral había terminado y todos en la empresa se despedían, mientras ella avanzaba hasta el final del pasillo, desbordando lujuria en cada paso.
Abrió la puerta y lo observó recostado en su escritorio, esperándola. Dejó la carpeta de informes a un lado, el pretexto perfecto para estar allí, y comenzó a desabrocharse la blusa de seda y encajes, poco a poco. Él la acompañó, retirándose el cinturón con suavidad; se acercó a ella y posó sus manos en aquella delgada cintura. La levantó y la arrojó sobre la esquina del escritorio, subió su falda hasta sus caderas y, con un movimiento rápido, retiró sus bragas. Sin aguardar un segundo más, la poseyó allí mismo, tal como había hecho en repetidas ocasiones durante los últimos dos meses. La pasión y el deseo de Dalila lo embriagaban hasta el punto de desearla más de lo permitido.
Al caer la noche, ella llegó a casa y dejó los zapatos de tacón de aguja en la cómoda detrás de la puerta de entrada. Caminó lentamente hasta la cocina, y desde allí pudo observar a un hombre sentado en el sofá bajo las luces tenues de las lámparas en el salón de estar.
—¿Cómo te fue con Héctor esta tarde? —preguntó Justino, sosteniendo una copa de vino.
—Mmm, bien. ¿Y tú cómo pasaste el día?
—Maravillosamente —respondió él, mientras movía su copa para mezclar el líquido—. ¿Te divertiste?
—Un poco, sí —respondió ella, acercándose despacio—. Pero ¿sabes algo? No tardaré en aburrirme. ¿Tienes a otro candidato para tu esposita? —preguntó, seductora.
—Obvio, para ti, lo que sea, mi vida —respondióél, mientras la tomaba y la llevaba al sofá para poseerla.
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Microhistorias
De TodoBienvenidos a mi mundo de microhistorias. Sumérgete en un universo de emociones condensadas en breves relatos de aproximadamente 200 palabras que te llevarán en un viaje emocionante y sorprendente con cada uno de ellos. Desde el amor fugaz hasta el...