𝟎𝟏 | A medias

954 73 21
                                    

Rebecca Armstrong apretó los dientes, la tensión acumulada en la zona de su cuello aseverándose cada vez más. La irritación haciéndose presente. De manera fugaz se preguntó por cuánto tiempo la estarían siguiendo. Se supone que estaban en horario laboral, carajo.

Dando grandes zancadas se encaminó directamente a su oficina. Pero antes de que pudiera cerrar la puerta, un brazo se interpuso, oponiendo resistencia y poco después, tres individuos se hallaron dentro. Viéndole de forma crítica.

—¿Se les ofrece algo? — masculló una vez tomó asiento tras su escritorio.

—Que vengas con nosotros.

Becky no tuvo que levantar el rostro para ver quién respondió con tanta aspereza, el tono malhumorado de Jane lo conocía de memoria.

—¿A dónde?

—Fever.

Ante la respuesta, la inglesa apretó los puños. ¿Por qué seguían insistiendo?

Ella no iría a ese lugar nunca, ni en esta vida ni en la siguiente. De existir la reencarnación, claro. En nombre de Jesús, ¿por qué no dejaban el tema de lado?, llevaban dos semanas insistiendo con lo mismo.

Becky comprendía que tenía que alimentarse, no era estúpida y sus músculos estaban tan tensos en todos sitios que se terminarían rompiendo. Pero prefería irse al campo y cazar algún conejo, que meterse a un club de mala muerte para conseguir algo de nutrientes.

En su defensa, la fachada general del lugar no la convencía. Aunque nunca haya estado allí antes. Aparentemente era un lugar donde vampiros y humanos podían convivir con total tranquilidad, disfrutar de sus placeres más retorcidos sin límites y porquería similar. No odio, no discriminación. Un espacio donde las fantasías eran eternas como la fiebre en una noche de verano.

El paraíso prometido. Tan secreto que pocos sabían cómo llegar, supuestamente.

Pero ella había hablado con algunos compañeros de su misma especie, más liberales e irreflexivos y todos habían concluido que no era tan seguro. Si te topabas con la persona equivocada las posibilidades de terminar en las noticias dado por desaparecido o en el peor de los casos, anunciado como muerto, eran altas.

No importaba cuántas décadas pasasen, había personas que gozaban de matar vampiros. Después de todo, eran monstruos sin corazón. Seres que debían erradicarse.

Y de alguna manera, muy pero muy vaga, ella no culpaba a los humanos por dicho pensamiento. No llevaba mucho tiempo viviendo, pero sí el justo como para saber que eliminaban aquello que les causaba temor y escapaba de su comprensión. Estaban tan llenos de sí mismos que no concebían espacio para nada más. Incluso en sus creencias, limitaban cuanto podían.

Si bien había algunos vampiros inmiscuidos entre las personas, siendo figuras públicas o simples componentes activos de la sociedad, había otros que optaban por mantenerse al margen. Becky era uno de ellos. Porque insistía, los humanos no se hacían a la idea de convivir con ellos en paz. No lo creían posible, de hecho.

Por esa razón, ella prefería mantenerse lejos del recinto del Diablo. Aunque según los religiosos ellos eran sus siervos. Creados para sembrar el caos y robarse el alma de los inocentes.

—Becky...

El tono de advertencia del más bajo le hizo resoplar, dejando su texto a un lado levantó la mirada. Completamente indiferente ante su disgusto.

—Dije no hace dos días, diré no hoy también. — replicó entre dientes—. Váyanse y póngase a trabajar.

—Yo no soy tu empleada.— intervino Irin, apoyada en una pared y desinteresada.

Bloodiest 「 Freenbecky 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora