En las lejanas tierras de Talerys, la guerra se cierne como una tormenta inminente. Con espadas en alto y escudos firmes, los ejércitos se congregan en los campos de batalla, donde la magia antigua y las criaturas olvidadas despiertan de su letargo...
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Evelyn Lytell
Unos ojos azules danzaban de arriba a abajo, examinando minuciosamente un espejo. En su reflejo, una chica con mirada cansada, de pie y con los brazos levantados a los lados.
— Muevan las manos más rápido, tengo que estar en el estudio con mi padre. —Con frustración en su voz, la rubia veía su reflejo, sus sirvientas preparaban su vestido, haciendo nudos, subiendo cierres y arreglando su cabello.
— Lo siento, señorita Evelyn. En un momento terminamos, solo un nudo más. — Las sirvientes movían sus manos lo más que podían. El vestido finalmente estuvo listo, la chica dio un último vistazo y satisfecha, salió de la habitación.
Camino por pasillos ostentosos con candelabros de cristal y detalles en oro, con cuadros con marcos brillantes del mismo material y alfombras rojas por todo el suelo. En el estudio principal la esperaba una figura masculina con una corona dorada sobre su cabeza.
— Llegaste tarde anoche. ¿Qué fue lo que dijimos de quedarse muy tarde en las fiestas? — Dijo la voz madura del Rey.
— Que no estaba permitido. — Replico, la princesa mencionada, entregando una pequeña reverencia rutinaria.
Evelyn tomó el asiento contrario al Rey, mirando de reojo a este, que se encontraba escribiendo una carta.
— ¿Estuvo interesante la fiesta? — No miro a la chica al decirlo.
La chica asintió y miró el escritorio frente a ella. — Fueron casi todos los grandes duques de Geonova, también algunos generales de la guardia real y uno que otro caballero audaz que intentó ganarse mi atención. —
— ¿Alguno tuvo éxito? — Seguía escribiendo sin mirarla.
Evelyn negó con la cabeza. Empezó a jugar con sus dedos en un intento de aliviar su ansiedad. — ¿Qué es lo que hace, padre? —
— Hago preparativos. No te preocupes por el momento. — Respondió el padre, terminando de escribir y dirigiendo la mirada a su hija para continuar. — Hoy haremos algo diferente. No serán tus clases habituales, será un juego.
La chica miraba con una cara sorprendida y con curiosidad a su padre, quien, debajo de su escritorio, sacó a relucir un ajedrez de roble viejo.
— Gánale a tu padre y haz gala de tu orgullo. — Dijo con una sonrisa de arrogancia.
Unos ojos llenos de competencia se reflejaban en el rostro de la más joven, preparando sus piezas en el ajedrez.
El Rey la imitó. — Lyn, serás reina, ya sea en unos pocos o muchos años más, Ya es momento de hablar de eso. — Ambos se encontraban listos para empezar el juego.
— ¿Qué es lo que quiere hablar? —
— Eres joven, tienes ideas irreales sobre lo que es ser un Rey o Reina. Ser Rey no es solo decirle a los demás que hacer. Tienes que saber como hablar con tu pueblo, con tu ejército y con otros reyes. — El padre abrió el juego con su movimiento, un peón avanzó.
Evelyn esperó solo un minuto en su jugada y su respuesta. — Padre, he tomado decisiones esperadas de una Reina, he sido regente en tu ausencia, creo que tengo una idea de lo que ser Rey significa — La princesa también avanzó un peón.
La arrogancia de la joven hizo que el Rey centrara su atención en ella, Evelyn miro a su padre y se percató de su error.
— La arrogancia ha matado más Reyes de los que te imaginas. — Movió otro peón.
— Lo siento, solo sentía que menospreciabas mis esfuerzos. — La princesa movió su caballo, empezando un juego ofensivo.
— Hay veces que el pueblo olvida que los Reyes son personas, solo se guían por los discursos, las apariciones públicas y los anuncios en festines. El trono es un juego de apariencias y engaños. — Los dedos del Rey tomaron la pieza de la torre, el rey la observo un minuto antes de colocarla en el tablero. — Los buenos reyes son los que pueden manejar ese juego.
— ¿Cómo un ajedrez? — La voz de la chica capto la atención del Rey, ambos intercambiaron miradas.
Evelyn hizo un movimiento rápido en el tablero, el Rey contraatacó moviendo otra. Las piezas iban y venían. Un peón era tomado, una torre caía, un afín vengaba.
— Un ajedrez más grande que nosotros mismos, pero hay una pieza importante y decisiva que juega sin que nosotros podamos intervenir o prever en su totalidad. —
Evelyn miró el tablero, intentando dar sentido a las palabras de su padre. El Rey sonrió satisfecho, su reina se movió de un punto a otro, haciendo un jaque mate a la princesa, quien no terminaba de entender que era lo que había pasado.
— ¿Cuál es la pieza? — Pregunto aun sin darle un respiro al tablero frente a ella.
En la cara del Rey solo se formó una sonrisa pícara y orgullosa, con su dedo índice empujo el Rey de la princesa hasta hacerlo caer. — Aún te faltan cosas por aprender.
La chica entregó una reverencia amarga al contrincante y se levantó de su silla, preparándose para retirarse de la habitación.
— Quiero que seas mejor que yo y sé que lo lograras fácilmente. — Mencionó su padre antes de que la chica saliera de la habitación.
Evelyn se detuvo antes de salir, giro la cabeza a su Rey, su padre. — Te quiero, padre. — La chica reanudo su salida, cerrando la puerta a sus espaldas.
En su mano, el rey escondía una pieza negra. La levanto y la coloco en donde debería de estar, frente al Rey de la princesa, protegiéndolo del jaque mate.
El padre continuó firmando una carta más, antes de poner un sello. El sello era su escudo familiar, Un sol atravesado por una espada larga. En la carta se veía escrita una frase corta. "El sol sangrante despierta".
La luz del sol caía sobre un balcón, el balcón de la princesa Evelyn, quien miraba al horizonte, al pueblo, su pueblo, Geonova. Miraba a cada persona que pasaba, cada carreta comerciante, cada niño jugando, cada guerrero en guardia.
La chica regresó a su habitación y se acercó a un lienzo en el centro de esta. En el lienzo brillaban unas acuarelas de colores vibrantes. Una pintura realizada a memoria de lo que el balcón de su habitación podía ofrecer, pero el cuadro estaba vacío, sin personas en él, lo que contrastaba con las vistas de su balcón.
Un suspiro frustrado se liberó de los labios de la rubia, quien pensó un segundo antes de volver a tocar el pincel, acercándolo lentamente al cuadro, solo manchándolo con pintura café.
Otro suspiro nació de ella, ahora de furia, apretó el pincel hasta partirlo en dos.
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