23 Aparece la Perincesa demonio

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Lincoln terminaba de empacar sus maletas con nostalgia. Aquella semana, encerrado con Leni en el motel, había sido mágica, sonrió al recordar cada caricia, cada beso apasionado, cada momento en que se fundieron en un solo ser. Leni se acariciaba el vientre con ternura, sus ojos brillaban de felicidad. Lincoln la contempló extasiado, sabiendo que dentro de ella crecía un nuevo ser, fruto de su amor desmedido.

A pesar de que la gestación de las ogras era más larga que la humana... por no decir más del doble de tiempo, la perspectiva de ser padre lo llenaba de dicha.

Con pesar, se despidió de Leni, no sin antes depositar un cálido beso en su vientre. Francesca tuvo que intervenir para que Leni accediera a dejarlo ir, reacia a separarse de él.

Durante el trayecto a la vieja casa Loud, Lincoln divagaba pensando en cuál de sus hermanas sería la siguiente. Imágenes de sus cuerpos desnudos y fragantes inundaban su mente, acrecentando su deseo.

El hombre había roto las cadenas que lo aprisionaban, liberándose de la oscuridad que nublaba su mente. Leni, con su amor incondicional, se encargó de disipar por completo aquella densa bruma de depresión. Sus caricias, sus besos ardientes, fueron el bálsamo que sanó las heridas de su alma. Al regresar a casa, un fuego diferente se encendió en su interior al toparse con una visión que jamás esperó.

Frente a él se alzaba la que era considerada la mujer potencialmente más poderosa y hermosa entre los semi-humanos.

Lincoln contuvo el aliento al contemplarla: su piel oscura parecía tersa y fragante, sus caderas generosas prometían placeres indescriptibles, su cabello oscuro y corto enmarcaba un rostro exquisito, y sus generosos pechos de tamaño perfecto

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Lincoln contuvo el aliento al contemplarla: su piel oscura parecía tersa y fragante, sus caderas generosas prometían placeres indescriptibles, su cabello oscuro y corto enmarcaba un rostro exquisito, y sus generosos pechos de tamaño perfecto. Jamás hubiera imaginado que aquella que fuera su mejor amiga de la infancia se convertiría en semejante diosa terrenal.

A pesar de haber perdido contacto por años debido al poder de la familia real y las estrictas normas del internado, verla así, tan resplandeciente, removió algo primario en las entrañas de Lincoln. El deseo quemaba en sus venas como lava hirviente. Tendría que abordar a esta antigua amiga con suma cautela si quería convertirla en su próxima conquista.

Su prima no sanguínea, Shelby Loud, hija del hermano de Lynn Sr. y de la actual reina demonio, aguardaba con anhelo su llegada. Al divisar a Lincoln, los ojos de la pequeña mujer se iluminaron con un brillo especial. Corrió a su encuentro con los brazos abiertos, el corazón latiéndole desbocado. Shelby lo estrechó con fuerza, hundiendo su rostro en el firme pecho de su querido amigo, embriagándose con su aroma varonil.

—Mírate nomas, eres todo un... gigante —musitó Shelby sin poder ocultar la admiración en su voz. Había estado a punto de decir algo más íntimo, pero logró contenerse a tiempo.

Lincoln correspondió el abrazo con ternura infinita, apreciando lo menuda que se sentía entre sus brazos. Acarició los sedosos cabellos de Shelby al tiempo que inhalaba la dulce fragancia que despedía su piel.

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