Los cuentos de Honjok

Historia#33 Agua para los monos

Jesse, un niño de espíritu inquieto, siempre anhelaba el manto de la noche. Cuando los demás niños dormían, él soñaba con jugar frente a la antigua casa al otro lado de la calle, susurrada en las conversaciones como embrujada, o perderse en el juego de las escondidas bajo la luz de la luna. Sus amigas, Katia y Alina, nunca compartieron su fascinación. Para ellas, esos eran juegos de chicos, no comportamientos dignos de damas.

El orfanato, su hogar, era un santuario de limpieza y orden, un faro de normalidad en un mundo que a menudo parecía caótico. Sin embargo, había noches, noches cuando los "monos" venían, donde el orden se desvanecía y el caos reinaba. Los "monos", visitantes inusuales con su comportamiento salvaje, ensuciaban y desordenaban todo a su paso, dejando tras de sí un rastro de desorden y misterio.

La señorita Cassie, la guardiana del orfanato, siempre les advertía antes de la llegada de los "monos". Les instaba a bajar la cabeza y cubrirse con sus sábanas, como si estuvieran desapareciendo en un mundo de sueños y niebla, lejos del alcance de los "monos".

La noche anterior, la dulce Emma Rose fue elegida para un juego especial. Cuando amaneció, solo quedaba su ausencia. El orfanato se sentía diferente, como si una sombra se hubiera instalado, y la rutina diaria se veía interrumpida por la necesidad de limpiar y borrar las huellas de los "monos".

Jesse a menudo se preguntaba por qué no bañaban a los "monos", por qué no los lavaban con agua hasta que quedaran tan limpios y ordenados como el orfanato. "Mucha agua, por Dios, agua para los monos", solía murmurar, sin entender completamente el juego al que estaban jugando, solo sabiendo que después de cada visita, un amigo desaparecía y el orfanato volvía a su rutina, en espera de la próxima visita de los "monos".