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Al día siguiente Jenny contó a su madre lo del fajo de billetes de Roberto y esta se sorprendió como ella, pero le hizo una advertencia.

—Ni se te ocurra meter mano al dinero hija, si lo haces te echarán a ti y yo quedaré bajo sospecha, ¡nos vamos las dos al paro! ¿De acuerdo?

—¡Oh, claro mamá! ¡Ni se me ocurriría! —dijo ella sonriendo.

Y fue a pasear con Roberto tras pasar antes por otras tres casas de ancianos y ancianas.

—¿Qué tal dormiste anoche? —dijo Roberto.

—¡Oh pues muy bien! Creo que el vino hizo que cayese muerta en la cama —confesó Jenny.

—Yo tardé en dormirme —le confesó él—. Pero bueno, eso nos pasa a los viejos.

—Pues lo pasamos muy bien, ¿verdad? —dijo ella.

—¡Fue estupendo! —dijo él—. Eres una chica amable, simpática y preciosa —dijo él.

—¡Gracias Roberto! Pues si quieres, podemos repetir otra noche, ¿tal vez hoy?

—¿Hoy? ¡Qué marcha tienes hija! Bueno, la feria terminará pronto así que haré otro pequeño esfuerzo y te complaceré, ¿te parece?

—¡Oh sí, será perfecto! ¿La misma cantidad? —dijo ella mientras pensaba en el fajo de billetes.

—¡Claro, y tal vez haya algún extra si quieres! —dijo Roberto.

—¿Algún extra? —preguntó ella extrañada.

—Nada hija, no te preocupes, digo extra como propina, ¡no te asustes! —rio Roberto.

—¡Ah claro! Pues entonces me portaré muy bien y me pondré muy guapa para ti, ¡para que quedes contento!

—Estupendo hija, estarás deslumbrante, ¡seguro!

La madre no estuvo muy de acuerdo esta vez, tal vez su instinto materno intuía algo. Pero ella estaba tan ilusionada con lo que iba a ganar que no pudo pararle los pies.

Así que la noche de feria se repitió. Con su cena, su vino, sus pasodobles y sus acercamientos en el baile.

Se divirtieron también en la feria, Roberto le ganó un peluche disparando a unos palillos. Aunque estaba mayor y su pulso ya no es lo que solía ser, acertó a los palillos antes la mirada atónita del feriante que entregó un enorme peluche a la chica.

De forma que cargaron con él de vuelta al piso de Roberto.

—¿Quieres tomarte algo, aunque sea un poco de agua y refrescarte? —dijo él.

—Bueno, tomaré agua fresca de la nevera, ¿tú quieres?

—¡Si, eso estará genial!

Así que Jenny se fue a la nevera y sacó una botella volviendo al salón para servirse ella y también a él. Entonces se sentaron y se relajaron.

Roberto se quedó mirando los muslos carnosos y morenos de ella, esta se fijó y cruzó las piernas sensualmente.

—¡Qué guapa eres niña! —se le escapó queriendo a él.

—¡Oh Roberto no paras de alagarme! —dijo ella sensualmente.

—Anoche, ¿sólo dormiste o hubo algo más? Una chica tan sensual como tú necesita también sus momentos de intimidad.

Jenny sonrió y pensó su respuesta.

—Bueno Roberto, te confieso que me duché, pues estaba muy sudada de la feria y del baile y en la ducha tal vez fui una niña mala —dijo ella sensualmente metiendo sus manos entre sus muslos.

La CuidadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora