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La mentira piadosa les valió para que se volviesen con él en una ambulancia hasta su casa. Esto además sirvió para que se conocieran la madre y Roberto.

—Espero no haber asustado a su hija señora, le he cogido cariño en este tiempo y creo que ella también a mí.

—Puede llamarme Lucrecia, es cierto lo que cuenta de usted, es una persona encantadora —dijo la madre.

—¡Gracias! Me gusta complacer a las personas que están a mi lado.

—Discúlpeme pero, no he visto a ningún familiar en el hospital, ¿es que no les han avisado? —preguntó la madre.

—¿Familiares? No, vivo solo desde que mi mujer falleció y no hemos tenido hijos. Tengo una hermana que también murió y sobrinos, pero ellos y yo ya no tenemos contacto.

—¡Ah vaya pues cuanto lo siento!

La madre tomó buena nota de todo esto, pues para eso tenía más experiencia que la hija.

Así que le llevaron a su propia casa y le ofrecieron cenar con ellas y de esa forma se conocieron más.

—¿Y usted señora? Dejó marido en su país.

—Marido no Roberto, dejé a un desgraciado que me embarazó de Jenny y nos dejó tiradas a las dos. Ella no ha conocido a más padres que a su madre.

—¡Oh cuanto lo siento! Pues he de decir que ha hecho usted un excelente trabajo señora, tiene una hija además de guapa muy educada y dulce.

—¡Gracias, en el fondo supongo que nos parecemos! —dijo ella dándose por aludida.

—No le quepa duda señora, es usted tan buena persona y tan guapa como su hija.

—¡Qué adulador! —dijo ella.

Finalmente hizo que Jenny le acompañase a su casa e insistió en este punto. Cuando el hombre le dijo que si quería ir con ellos ella declinó la invitación, pues tenía que hacer la cocina antes de acostarse.

—No hay problema, Jenny le acompañará y para cualquier cosa nos llama, tiene su móvil, ¿verdad?

—¡Muchas gracias, muy agradecido! —dijo Roberto.

De forma que dieron un paseo extraño en mitad de la noche, en comparación a lo que solían dar de día.

—Roberto, hemos hablado con un médico y nos ha contado que tuviste un infarto —le dijo Jenny.

—¡Oh bueno eso fue una exageración ya casi hace cuatro años! Cerca del aniversario del fallecimiento de mi esposa —le confesó.

—Pero entonces, ¿lo de anoche fue otro?

—¡No hija, fue fruto de la indigestión como posiblemente me han dicho!

—Pero y lo nuestro, ¿no te pusiste nervioso? —dijo la chica.

Roberto respondió con una carcajada.

—¿Nervioso? ¡No! Quedé muy complacido Jenny, de tu belleza y de tu bondad. Sólo espero que me perdones por el pequeño desliz al despedirte, ¡no lo pude evitar! —dijo guiñándole un ojo.

—¡Fuiste un guarro me metiste un dedo en el chichi! —dijo la chica dándole un pequeño golpecito en el hombro.

—Pues me supo a gloria cuando me lo chupé después —rio él.

—¡Qué guarro! Los hombres sois todos unos guarros.

—Pero dime, ¿quién te ha metido el dedo en el chichi además de yo? —insistió Roberto.

—Pues muchos —dijo ella enfadada.

Roberto sabía que aquella era una mentira piadosa, pues la chica era indudable que no era virgen pero tampoco había estado con muchos...

—¿Muchos? Bueno pues entonces yo soy uno de tantos, ¿no?

—¿Ey, que yo no soy una de esas?

—¿Una de cuáles? —dijo Roberto.

—No soy una que va con cualquiera, a los hombres los elijo yo.

—Estoy seguro Jenny, ¡gracias por elegirme anoche! —dijo y le dio un casto beso robado en la mejilla.

—¡No te propases ni un pelo abuelo! —dijo ella con gracia.

—¡Es que te quiero como si fueses mi nieta, no he podido evitarlo! —rio él.

—Pues anoche cuando me metiste tu dedo en mi chichi, no te comportabas como mi abuelo precisamente, ¿eh?

—Ya lo creo que no hija, ¡lo siento!

—Bueno tampoco estuvo tan mal —dijo Jenny para sorpresa de él.

—¿Te gustó masturbarte delante de un carcamal como yo?

—¿Se te puso dura? —se interesó ella.

—Yo diría que sí, que estaba a un paso de poder metértela —le confesó Roberto.

—¡Oh Roberto, te confieso que fantaseé con que se te ponía dura y follábamos hasta sute un sueño con eso!

—¿En serio hija?

—¡Sí! Pero no podemos, tu corazón... —dijo ella tocándole el pecho.

—¡Tranquila Jenny mi corazón está bien! ¡Me preocupa más tu corazón que el mío! ¡Tú confía en mí! —dijo él y se permitió tocarle el pecho a la altura del corazón y presionar levemente su teta.

—¡Roberto, que estamos en la calle! —protestó Jenny mirando a un lado y a otro de una calle desierta.

Entraron en su piso y allí Roberto la invitó a sentarse un momento.

—¡Qué dices, mi madre me espera! —dijo ella.

—¡Tienes razón! Anda márchate guapa. Pero prométeme que te pensarás continuar donde lo dejamos, me faltó ver cómo te corrías a chorros y me mojabas el suelo.

—¡En serio me lo estás diciendo!

—Para ser una mujer de negocios debes cumplir lo que prometes a tus clientes, ¿entiendes?

—¡Está bien, pero cuando hayan pasado unos días y estés mejor!

—¡Que ya estoy bien hija!

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